Hoy soñé con vos
y el aroma de tu piel
llenó de inciensos silvestres mis feromonas,
me desvestí para tus ojos
bajo el lánguido dorado
en el cual se pinta el otoño de tus brazos,
ésos,
que contraen mis pies
entre la desesperación y el barro.
Perdí la credibilidad de mi cordura
mientras dormía,
pedí a cambio
que me salvaras de la pasividad de los días
e intenté ser otra
pero el destino me corría,
había destruido las poesías
y los demonios me invadían.
Fui libre en cada caricia robada,
en cada beso bañado de deseos,
fui terreno fértil
para el desborde de nuestras miradas,
fui rotura y desenfreno
hasta tu llegada.
¡Ay, déjame decir que te amo!,
que tu retorno a mi vida
me ha devuelto las estrellas
que en el lomo de los pájaros migraron;
déjame ser extravío del alma
en la deserción de la noche;
déjame ser pudor en la antesala de tu cama
y un interrogante
que bordea los senderos de tu nombre.
¡Déjame corromper tu conciencia!
entre los pliegues de la siesta
y los malos hábitos de mi lengua,
exploraré cada rincón de tu anatomía incierta,
y revestiré de una fuerza salvaje
cada una de tus batallas perdidas y miserias.
Cúrame las manos de tanto daño,
deja desierta mi mente
y pintame desnuda bajo la sombra de un sauce
que en idiomas metafísicos
ante su soledad se ha manifestado;
ámame hasta que descubras quién eres,
siente la libertad que te ofrezco
y échame a perder
mientras te agitas sobre mi vientre.
Suéñame,
enséñame a entregarme
y vete a seguir viviendo lejos mío,
llévate un pedazo de corazón,
y haz parir en cada latido
un grito de revolución. |