Largo derrotero,
incisivo y vertiginoso,
plagado de choques prodigiosos,
espectaculares esquirlas en llamas,
de pasiones irrefutables,
de sinuosas curvas blancas traicioneras,
de miradas oscuras intoxicadas y amores posesivos,
golpes invisibles en los bajos existenciales,
que hicieron emerger cuestiones pétreas,
otros choques de recuerdos violentos,
vibrando en secuencias antiguas,
de vidas dobles lanzadas al hecatombe,
a las antípodas reales.
Largo derrotero,
por infiernos apagados,
para terminar en un comienzo inquietante,
con certezas totales,
fracasos irrisorios,
gritos entrecortados de auxilios remediados... acabados.
Y llegas desbalanceado,
pero libre,
de aquellas juntas indisolubles,
tiradas con propósito en caminos anexos.
Derrotero furioso,
derrotero imparable,
porque para la lucidez es la única misión posible,
trasladarse constantemente sin ataduras,
… dejando nada que obligue volver.
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