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El camino es insoportable. Voy en segunda y me encuentro una huella profunda en el barro seco, meto la primera, avanzo despacio, segunda, sigo, otra huella. Es agosto al mediodía, está fresco aunque en el cielo no hay una nube y el sol me molesta en el parabrisas. La zona es anegadiza de un paisaje de marrones, grises y algún verde. No sé si los árboles a los costados están muertos por la inundación o si esperan la primavera como muchos de los yuyos más altos que mi auto que se yerguen entre los manchones negros de agua. El barro es blando en algunas partes. Me resulta difícil suponer que haya algo bueno allá delante.
—Qué de ruidos tiene el auto —me dice Fabiana—; deberías hacerlo arreglar.
—No tenemos guita para eso. Además son ruidos. Peor sería que se nos caiga uno de esos troncos encima —le contesto.
Fran y Toní son de esa clase de gente a quienes parece que todo les sale bien. Fran y Fabiana se conocen desde niños, hicieron juntos la secundaria y parte de la universidad. Ya es que Fabiana no pudo terminar la universidad; para ella Fran y Toní son una especie de ejemplo, un modelo a imitar en casi todos los sentidos, especialmente en el sentimental. Son pareja desde hace más de diez años y uno los ve y parece que están hechos tal para cual. Pienso ahora esta estupidez y otra vez pongo primera y avanzo con temor a quedarme en este lugar horrendo. Entiendo que tienen una cuatro por cuatro de última generación y que para ellos este camino debe ser como una calle cualquiera de un barrio cheto. Pienso que estuvo toda la semana nublado y con ganas de llover y justo hoy, el sábado que Fran y Toní fijaron hace como quince días para mostrarnos su nueva casa, está soleado sin una puta nube.
—¿Eso es una garza?
—No sé, Fabi. Debe ser uno de esos pajarracos carroñeros que espera que vayamos a parar a ese pantano inmundo para almorzar —le digo. Se ríe. Buena cosa de mi mujer es que se ríe.
Cuando íbamos al piso de Fran y Toní en Belgrano servían buenas comidas. Les gusta mucho cocinar. Lo malo, lo de siempre, es cuando se ponen a hablar Fran y Fabiana de las relaciones esporádicas con gente de la facultad. Siempre dicen que esa facultad era un puterío, pero que se lo pasaban muy bien y que tenían mucho sexo, que era la época de la joda hasta que apareció Toní y por evidentes razones se quedó con Fran. A decir verdad, siempre me molestó un poco esa charla. No es gracioso que tu mujer y su amiguito se pongan a hablar en tu presencia de los tipos que se llevaron a la cama, que dale que te dale… y con nombre y apellido. Alguna vez pensé que lo hacían a propósito para fastidiarme o para probarme, pero parece que no, que son así, y está bien. Además Fabiana y yo estamos juntos desde hace poco más de tres años, y es que todos tenemos pasado.
El camino finaliza en un puente sobre un hilo de agua negra. Giro a la izquierda y el mundo ha cambiado. Ahora un portón de tablas abierto y el terreno se eleva en una especie de alfombra verde de césped. Me detengo y observo que hay un sendero por donde debo circular. El parque es enorme y al final veo el celeste de una piscina a la izquierda, un enorme chalet a la derecha y más atrás una especie de quincho.
No sé dónde dejar el auto. Fabiana me aconseja tocar la bocina; y lo hago. Aparecen dos collies mansos y confiados. Veo que esos perros tienen mejor pelo que nosotros. Bueno, yo uso la cabeza rapada, pero el pelaje de esos bichos es más brillante y armonioso que el de Fabiana, por decirlo así. Ahora aparece Toní y hace señas que no comprendo bien. Fabiana se baja y va a su encuentro. Me hacen ver que hay que dejar el auto ahí nomás, que no importa dónde, que da igual, que baje y ya. Me intimida la imagen de mi mujer y Toní yéndose y dejándome atrás. Los perros los siguen. Estoy en una especie de colina, de una hectárea de colina verde delimitada por la alta perennidad de pinos. Entiendo que nadie rechazaría esta visión, pero yo estoy incómodo. Todo está como dispuesto por una mente infantil (o la de un dios o la de un psicópata), como en una película de Disney: cada mata de flores, cada arbusto, el césped, la moderna arquitectura aún lejana pero imponente de la casa, los alegres perros, el humo vago de la parrilla que intuyo en el aire cristalino, los pinos evidentemente plantados, la profundidad azul del cielo. Lo único que afea es mi automóvil. Estamos en una especie de caprichosa burbuja de naturaleza artificial, una naturaleza aplastada y moldeada con arrogancia, con pedantería o algo así en medio de la pantanosa desolación de un paraje invernal del delta. Pero vamos, pienso, basta de pavadas, que esto es un simple almuerzo con Francisco y Antonio. Porque quieran o no, y sea como fuere que pretendan decirse, son y serán Francisco y Antonio. No estoy tan seguro del sentido que pueda tener pensar todo esto.
Fran me saluda con un beso en cada mejilla. Lleva una camisa tipo leñadora arremangada y un pañuelo negro en el cuello, también un largo delantal blanco como de chef. Estamos en el quincho junto a la parrilla. Supongo que Toní debe estar mostrando la casa a Fabiana habitación tras habitación y mueble por mueble, y por esto es que vine directamente hacia aquí. Fran me alcanza una copa de vino, es un hombre muy agradable y culto. Me habla de la experiencia reciente de vivir en un sitio alejado y considera que la tranquilidad es impagable. Dice «impagable» y pienso que impagable sería para mí, que ellos habrán pagado una fortuna por esta tranquilidad y que todo lo que veo, aun el pelo de esos perros, es muy costoso. Me cuenta que Sayá y Lilí (los collies) son sus nenas mimadas y que están mucho mejor acá que donde vivían antes. También dice que lo alegra mucho que hayamos venido.
Aparece Toní y me saluda con esos besos en las mejillas y me agradece la visita. Ya tengo hambre y esto huele muy bien. El vino es fino y suave, de esos que nadie rechazaría probar con solo mirar la etiqueta. Le pregunto a Toní por mi mujer, y me aclara que está con Marión. Resulta que Marión es Mariana, su hermana menor. No la conozco aunque sé de ella. Se graduó con honores en la facultad a los 23 años, habla tres idiomas y vive en Francia la mayor parte del año. Ahora debe tener 28 o a lo sumo 30. En la parrilla hay carne, achuras y verduras. Las verduras están tapadas con una especie de cajón. Mientas Fran explica que el cajón es por la humedad y bla bla bla pienso que esa manía de pronunciar los nombres en agudo provendrá de las raíces francesas de Antonio, de sus padres, mejor dicho, y trato en vano de recordar su apellido. Entonces aparecen Marión y Fabiana.
Por lo que sé y lo que veo, Marión es demasiado hermosa, casi irreal. No es «hermosa» la expresión correcta para describirla, pero no sé cuál lo sería. Su belleza es imponente. Tampoco hablar de belleza me resulta exacto; pienso que intentar definir lo atractivo de esta mujer sería como definir la leche de un café con leche. Tamaña estupidez. También le reconozco facciones en común con las de su hermano. Tiene una remera de mangas largas con vivos rojos, blancos y azules, calzas blancas y zapatillas. Me da un beso en cada mejilla y creo sentir sus pezones. Esto de sentir sus pezones y el contacto con sus labios me produce un escalofrío o algo así; me doy vuelta e inhalo hondo por la nariz. No sé por qué estoy repentinamente tenso y espero que nadie lo note. Tomo un trago de vino y vuelvo a servir mi copa; me tiemblan ligeramente las manos y el aire me juega una mala pasada. Encuentro la cara de Toní e improviso un elogio para el vino, titubeo, río… ya es que me cuesta hablar. Él dice que todavía no lo ha probado, pero que confía plenamente en el criterio de Fran y no duda de la calidad, que por algo Fran lo eligió a él. Atino a reír. Ando dos pasos hacia el aire libre con la copa en la mano. Sé que Marión no lleva corpiño y aún puedo sentir su piel en las mejillas. Acaricio el lomo dorado de una de las perras que justo está ahí abajo cuando intento esconder los ojos en el suelo para que nadie descubra lo que acaba de sucederme. Pregunto por preguntar y resulta ser Sayá. Marión habla con Fabiana del clima de Francia en esta época del año y dice que le gusta mucho allá, también que el ambiente profesional es excelente, pero que así y todo extraña algunas cosas de acá, que cuánto hacía que no se veían ellas dos, que había que repetir, que qué bueno que hayamos venido. Fabiana asiente entusiasmada, hace una pausa y pregunta por los terroristas; Marión se pone seria.
En un extremo del quincho está la mesa preparada y más atrás, junto al enorme ventanal, una especie de invernadero pequeño con orquídeas dispuestas en troncos, helechos y otras plantas que no conozco. Ya en la mesa Fran ha traído dos bandejas de comida. Me impresionan gratamente el gusto y la textura de las verduras asadas que nunca había probado. También el hecho de que habiendo tres sillas de cada lado Marión, sus tetas y su petulante atractivo estén justo frente a mí. Espero la parte cuando se ponen a comentar las aventuras de la facultad o algo que me incomode, o que me perturbe, mejor dicho, más que la presencia de Marión. Todo se desarrolla en armonía. El mundo y sus delicias son como deben ser. Otra vez tengo esa sensación de que nadie en sus cabales rechazaría estar como estamos nosotros. Esto no es del todo bueno porque me recuerda que no es mi lugar ni mi modo de vida, que de donde soy las cosas no son así. Siento que estoy aislado porque no sé de qué va la conversación. De todos modos disfruto que Fabiana esté cómoda y de buen humor entre sus amigos.
—Bueno, chicos, tenemos algo para contarles —empieza Fran.
—Y vamos a necesitar ayuda y cualquier consejo que quieran darnos —interrumpe Toní con la copa en la mano.
—Queremos ser papás —dice Fran.
—Cómo que queremos ser papás. Vamos a ser papás —pone énfasis Toní.
Fabiana y Marión se apresuran a felicitarlos por la decisión que han tomado. Quedo en silencio unos pocos segundos y me da por proponer un brindis. Entonces Fran dice que va a buscar algo «como la gente» para brindar.
—¿Y qué tienen pensado? —pregunta Fabiana a Toní.
—Ay embarazarme no porque viste cómo te quedan las estrías después, mejor que se embarace este, que está flaquito —bromea.
Toní es de carácter fuerte y suele usar la ironía para cualquier cosa. Ahora que lo miro, guarda cierto parecido con Ricky Martin, debe tener 35 años aunque aparenta más.
—Bueno, en serio, van a adoptar entonces —insiste mi mujer.
—Es un problema eso, nena. No es fácil para nadie… imaginate para un par de putos —ríe—. No, mirá, pensamos algo como eso de alquilar un vientre, cuidar a la chica… Lo estamos evaluando.
—¿Es legal eso? —Pregunta Fabiana.
—Legal, no legal… Yo digo que un hijo se tiene dos veces. La primera es para cualquiera… entendés… ¡cuánta sirvientita preñada ves por ahí como los animales, nena! —ríe— que después son abuelas a los 40… Lo otro es constancia, es cuidar, amar y formar a esa persona. Bueno, hay gente que hace la primera, que es fácil. Así está el mundo… y otros se dedican a lo realmente importante. Y vos viste que para nosotros lo primero se complica un poquito, así que hay que dedicarse a lo segundo… hay que poner garra, Fabi. Ya lo pensamos bastante con Fran… lo deseamos mucho.
Me viene a la mente la escena de un niño destrozando los muchísimos adornos que esta gente tiene por todos lados. Vuelve Fran con una botella de Champán y la descorcha de pie. El corcho da contra el techo y cae cerca de una de las perras. Intuyo que esas perras no tendrán hijos. Fran saca copas largas de un mueble y se dedica a llenarlas. Finalmente se sienta. Se produce el brindis.
—Ustedes no piensan tener hijos, ¿no? —Fran nos habla a Fabiana y a mí.
—No —contesto.
—Ay, no… Eso de criar nenes no es para mí… deberías saberlo a esta altura —dice mi mujer.
—Bueno, nosotros tenemos la experiencia de dos nenas ya —interviene Toní en clara referencia a sus perras. Me pregunto si las perras-hijas estarán esterilizadas.
Marión se levanta y tira los residuos de su plato en un tacho de basura a unos metros, y lo deposita en una pileta blanca y grande. Siento la obligación de hacer lo mismo, y lo hago con mi plato y el de mi mujer. Marión levanta los restantes. Casi nos chocamos en el camino. Me dice que somos las sirvientas, que bueno, que así son los jefes de familia modernos. Le digo que por suerte no estamos embarazadas.
—Che, no se me van a poner a lavar los platos, ¿no? —nos dice Toní.
—Me gusta la mesa despejada —contesta su hermana mientras junta las fuentes y los cubiertos.
Fran habla con Fabiana de caracteres familiares, de generaciones, de la sangre. Dice algo de genética y refiere a su pareja. Tal parece que las raíces francesas les resultan importantes. Entonces menciona algo de esterilidad y se oscurecen sus gestos.
—Sabés... me hice unos análisis el mes pasado y salió que no puedo tener hijos —aclara al fin.
Por primea vez me entero de algo así como una debilidad, de un no poder ser, de una imperfección o padecer respecto de este hombre, como si dijéramos Fran puede hacerlo todo menos esto, hasta aquí llegó la voluntad de Fran, Fran tiene todo menos esto. Y esto, esto que a Fran le está vedado, no es un don ni un logro personal, es algo nadie necesita elegir.
—Total que el chico va a tener los genes de mi familia —dice Toní contento.
—¿Y si sale una nena? —indaga la hermana.
—¡Ay! Nene… nena… da lo mismo, pero no sé por qué sospecho que va a ser varón.
—Igual todavía no hay nada, chicos. No empecemos con eso —dice Fran serio mientras observa su copa—. Estamos tanteando a gente de confianza. Entiendo que no es para cualquiera… no es una decisión fácil de tomar —duda, toma un trago y hace una pausa—. No es cuestión de que después pasen cosas… Vieron que a veces se arrepienten… Ustedes no van a tener hijos, ¿no? —nos mira a Fabiana y a mí—, digo… es una decisión firme, ¿no?
Fabiana juega con una servilleta, todavía no lo encara para responder.
—No. Bueno. Sí. Es una decisión tomada —contesto.
—A él no le gustan las embarazadas. Creo que si llegara a tener una panza de esas no me tocaría nunca más —dice Fabiana.
—Pero eso es otra cosa, Fabi —insiste Fran—. Una cosa es no querer tener hijos y otra es que tu marido no quiera y vos cedas…
—No, no. Yo tampoco quiero —interrumpe mi mujer.
—Pero hay que pensarlo así, Fabi. Es una decisión individual y privada. Si vos quisieras embarazarte, tu marido no tiene por qué influir en tu elección. A lo sumo puede dejarte o vos a él, o al revés si él quisiera y vos no. No sé si soy claro.
—Además en algún momento podrían cambiar de opinión —interviene Toní—, como que si la situación cambiara, por ahí les daría por tener hijos. Y digo esto como un ejemplo entre otros, eh.
No sé adónde va esta charla pero me incomoda. Supongo que Toní se refiere a nuestra situación económica o algo así. Tengo ganas de preguntarle, de decirle algo, pero me guardo porque todo esto me parece una idiotez.
Ahora Marión le habla a Fabiana como cosa de ella, le dice que se la imagina embarazada y que sería una linda experiencia, que a ella siempre le pareció raro que nosotros no quisiéramos hijos, con la linda pareja que somos. Creo que me estoy perdiendo de algo y culpo a la bebida. Me siento como espectador de una comedia ridícula. Entonces se me ocurre algo: estos locos pretenden usar a Fabiana y aún no se atreven a decirlo. Por eso nos invitaron, por eso la conversación extraña, por eso no se pusieron a hablar de sexo ni de trabajo ni de la universidad, por todo esto están agradecidos y nos participan a nosotros, que ni idea tenemos de hijos ni de embarazos. Me siento mal y espero que digan algo de frente y sin rodeos. Fabiana no parece haberse dado cuenta y si sí, lo disimula bien, mantiene la alegría en la cara. Tengo ganas de decirle que hay que irnos. Imagino a mi mujer embarazada… inseminada por Toní… sus genes bla bla bla… oh-la-la su bebito, a ambos dándole regalos y viniendo a casa a ver cómo va ese caprichito que se les ha ocurrido justo con Fabiana, la amiguita descocada de la facultad, la mujer de confianza a quien conocen muy bien… Pero no. Esto no sería así de ningún modo porque mi mujer no accedería. ¿O sí? No. Imposible. Es raro que con lo despiertos que son se les haya ocurrido semejante mierda… Bueno, no tan raro. Son gente excéntrica después de todo. Hay que aguantarlos. No quiero oír más y me levanto con la excusa de ir al baño.
Entro a la casa y observo el amueblado. Tienen instalado un proyector y un equipo de sonido en lo que podría ser un living, hay cuadros en casi todas las paredes. Veo una colección de réplicas de autos antiguos sobre una repisa, más allá una biblioteca en una habitación algo oscura y las escaleras. Encuentro el baño y lo uso. Camino hacia el fondo y entro a un ambiente que parece un consultorio de psicólogo. Hay un escritorio y un par de sillones amplios, una mesa baja de vidrio con algunos adornos, almohadones en el suelo, una lámpara de pie, una cabina telefónica antigua. Para qué tanta cosa. Contemplo los pinos a través del ventanal. Me recuesto en uno de los sillones. Sigo molesto por la falta de escrúpulos de estos tipos. Imagino la cara de Fabiana ante la propuesta que creo que han de hacerle y, desde luego, la decepción y la negativa de mi mujer. Creo que había una película de todo esto, de una chica que prestaba el útero a unos amigos… algo así… tampoco es que la haya visto. Aparece Marión. Lo único que faltaba. Se para a mirar un cuadro. No tengo ganas de hablar. El bosque es oscuro y sus ramas nacen altas. La tierra desnuda es lisa ahí, como si el césped supiera que no tiene caso invadir esa sombra yerma. Es que bajo los pinos la vida no prospera. La cabina telefónica reflejada en el vidrio parece surgir entre los árboles. Algo se mueve detrás de mí: los vivos rojos, blancos y azules cambian de forma, se agazapan bajo el borrón negro del cabello en la penumbra del bosque; lo veo reflejado y supongo que Marión se quita el calzado, pero no es tan así. Nada es exactamente así. Lo que ahora sucede en la frialdad del reflejo se me antoja irreal; no lo entiendo bien hasta que por fin siento en los hombros sus manos y recién entonces me veo, y detrás de mí el tronco desnudo de una mujer que sí entiende, que sabe exactamente cuál es la situación, qué tiene que pasar y para qué.

Texto agregado el 02-07-2016, y leído por 738 visitantes. (13 votos)


Lectores Opinan
30-09-2019 La historia atrapa. Como una buena película. Marcelo_Arrizabalaga
24-08-2016 Pinche dedo, me cortó la idea. Bueno, finalizo: (...si es que es eso lo que quisiste sugerir). Saludos. P.D. El buen amigo lucrezio no leyó correctamente. Pato-Guacalas
24-08-2016 Muy bien, guy. Final abierto. Pienso que Marion en realidad es la ficha maestra de esos jotitos. Cojiéndosela el marido, habrá menos recelo se cojan a su mujer. Una cosa por otra, y una buena jugada por parte de la pareja homo. Y una buena jugada por parte tuya, sugiriendo (si es qesto. Pato-Guacalas
19-07-2016 No podrá explicar su belleza, pero la disfrutará. Como tiene que ser ¿no? kroston
16-07-2016 Este cuentito no es tan Ferlosio, ya lo sabes.Lo que diga lucrezio es muy largo y no interesa. iolanthe
12-07-2016 A mí me parece genial la historia, el cómo esta parejita de homosexuales lo tenía todo perfectamente planeado, sin descuidar ni un mínimo detalle. Y el tipo, al igual que lucrezio, no entendiendo ni una mierda. Bue… siempre es así, el que es utilizado lo sabe siempre al final... si es que….. tanag
11-07-2016 Ño me fuñcioña el teclado. Usted leyó mal Lucrezio. Fijese eñ la descripcióñ de la ropa, verá que ño es la esposa. Está perfecto el que vaya para uñ lado y termiñe eñ otro. Me gustó mucho. Sovre todo el comieñzo, coñ ese aire eñtre desolado y tétrico. Saludos y perdóñ por las letras... Maldito teclado! blue_jean
08-07-2016 En la realidad, al parecer, ya estaba desnuda, y sabe perfectamente lo que tiene que pasar. Muy extraña esa reflexión del marido. Debo coincidir con el resto de escribanos , colocar, a uno de los mejores cuentistas de la página, una* y mejor suerte para la próxima, como decía alguien, por estos lados, y que no recuerdo. lucrezio
08-07-2016 La verdad no entendí bien esta historia de maricas modernas, con esto de arrendar úteros, porque tienen dinero. La relación de la pareja hetero está poco elaborada. El marido imagina la propuesta de los maricas y, después de ver un cuadro muy bien descrito -quizás se fumó un pito de marihuana-, ya le parece que todo está escrito. Imagina a su mujer ya sin el calzón, perdón, sin el calzado. lucrezio
 
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