Mi afición por el dibujo, creo, empezó por que le temía al papel y la pared en blanco. Necesitaba llenar ese espacio vacio, no necesariamente con color, sino con con trazos concatenados, como en el pensar. Sí, porque el dibujo es un pensamiento sin ortografía.
En mi niñez grafiqué asesinatos. Mi abuela le sacaba los ojos a mi primo por ver lo prohibido. Mi perro se comía los cabellos de mi hermana para ser completo:pelaje externo y pelaje interno. Todo brutal.
Cuando me enamoré de Cynel, mi mano solo seguía los caminos de los cabellos pardos y el estacionar de los ojos curiosos. Cynel se fue junto con sus dibujos, pero sin mi recuerdo.
Empezó mi obsesión: Citaba, solo para un retrato, a mis amigas para que pozaran. Luego lo hice con chicas con quienes ni siquiera supe su nombre. Por eso nosé como llamar a la culpable. Ella, suena bien.
Ella, llegó en la madrugada, gracias a mi aviso en el periódico. La dibuje desnuda. Su retrato fue una confesión y, casi, un bostezo largo. Al terminar, vio su retrato y señalo que me faltaba un detalle.
Nunca lo sabré. Su esposo, creyendo que era su amante, me ha matado.
La muerte no es oscura, al menos en mi caso, es blanca y yo, que le tengo miedo al blanco grité. ¿Acaso sería el orgasmo, le petite morte, mil veces multiplicado? El blanco, cual muro, se descascaró ante el sonido y de ella nació una puerta de iglesia. En el el altar me esperaba una hostia. Al masticarla, ésta no se quedaba adherida al paladar, mi visión fue poliédrica. Miraba para adelante, para atrás, para la derecha e izquierda, para ariba y abajo. Creo que vomité.
En fin, se acercó Él (Él, ya saben, no es el esposo de Ella). Me dijo que escriba solo lo sucedido antes de mi muerte. Es es lo único que recordaría de acá en adelante. ¿Por qué pregunté?. Esperé alguna parábola, pero no fue así y, por el contarrio, parecía mi propia voz la que me contestaba:
- Los recuerdos están construídos. Acá no hay nada edificado. Ése es el verdadero blanco.
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