No acostumbro correr bajo la lluvia, al contrario disfruto la sensación de ella sobre la cara. Otros transeúntes hacen lo mismo, una pareja de enamorados disfrutan de ella bajo el resguardo de un paraguas, el solitario ciclista hace una obligada parada y mira hacia la estrecha calle que lo espera, el café de la esquina empieza a tener más clientes, la reverenda madre vendedora de flores no ha tenido su mejor día. Esta agua no es bendita pero sí lo parece. La lluvia todo lo interrumpe, las palomas de la catedral buscan el resguardo más cercano. El licenciado de la notaría 43 camina sin detenerse hasta llegar al portal de su oficina. Por la inclinada calle ya se desliza un pequeño barco de papel seguido por su diseñador: un sonriente niño. Nunca ha sido tan sencilla la vida como en estos esplendorosos momentos.