Llevando las alas rotas por el sol de la vida,
preso en un barco fantasma, rojo y amarillo,
flotando entre el mar y el cielo, existe exiliado,
y se contenta en sobrevivir con vergüenza.
Enciende un cigarrillo y se dedica a mirar
sus sueños, que se han convertido en nada,
y sus arrebatos de amor, nunca experimentados.
Tal vez algún día, quien sabe, se abra de una vez
su jaula de cristal en la frontera con el mar,
y pueda navegar sin estar repentinamente triste,
o construir un poema sobre la Venus de Milo,
sacrificar el eco de su última palabra sumisa
en la llama de la vela de una fugaz esperanza,
sobrepasar la cresta de la amargura sin fondo,
y cavar sus sueños prohibidos huyendo el viento.
Tal vez algún día, quién sabe, pueda agitar
su desnudez de hombre ante la puesta de sol
y una brisa ponga velas en sus alas rotas. |