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Era el cumpleaños del señor Rundolph. Estaba sentado en una silla grande, la más grande y cómoda de toda la sala de su casa. Era la única acolchonada. Se sentía cómodo en ella pero también estaba aburrido.

Como no iba a estar aburrido si nadie vino a su fiesta. Se rascó su pelo casi extinto buscando algo en que entretenerse, comió unos cuantos bocadillos de salchicha que tenía en una bandeja de metal y bebió un vasito de gaseosa.

- No lo entiendo- se dijo a sí mismo-. Yo les ordené a mis empleados que vinieran a mi fiesta ¿Donde están?
Hace dos horas que la fiesta había empezado.

- Les daré cinco minutos más- dijo pensativo. Estuvo pensando en que hizo mal para que no vinieran. Los amenazó con despedirlos como en todos los años ¿Por qué no había venido nadie?

Soltó un pequeño suspiro de decepción mientras se frotaba las manos para calentarlas un poco. De verdad le hacían falta un par de guantes. Incluso les había dado una lista de regalos que quería que le diesen.

- Supongo que tendré que hacer algo sino esta fiesta se irá abajo- dijo después de haber esperado más de cinco minutos.

El señor Rundolph recuperó un poco de energía que le había sido arrebatada por la decepción y la espera. Corrió hasta su cuarto. En su cuarto había un cuadro de un payaso llorón. Era un cuadro casi tan grande como él. Detrás de su cuadro había una caja fuerte.

Miró hacia ambos lados en busca de intrusos. Al no haber nadie marcó la clave: 123456. Dentro parecía un pueblo con pequeños edificios de billetes de 100 soles y una caja vieja de madera.

El señor Rundolph sacó esa caja sonriendo ansiosamente. La abrió y dentro había un par de pelucas: Una negra y otra rubia.

El señor Rundolph se estuvo rascando la barbilla. Era su actividad favorita mientras pensaba. El lugar estaba tan silencioso que se podía oír sus propios pensamientos: "El señor Benson o el señor Arthur".

Cogió la peluca negra y una bolsa de compras que tenía al lado de su cama. Abrió una ventana y un enorme ventarrón le enfrió la cara. Salió de la ventana con mucho cuidado, cuando puso el primer pie en el suelo resbaloso y se cayó lastimándose el trasero.

El señor Rundolph se puso de pie. Sus piernas temblaban por la edad y la emoción. Patinó lo más rápido que pudo hasta la puerta principal de su casa, se aseguró de tener la llave en su bolsillo, la peluca en su mano derecha y la bolsa de regalos, en la izquierda.

Llegó a la puerta de su casa grande de color blanco. La puerta era de madera y era tan alta que el jugador de baloncesto más alto podía pasar sin dificultad. Tocó la puerta con la mejor educación posible.

- ¿Quien es?- dijo la voz del señor Rundolph.

- Soy yo, el señor Benson- dijo el señor Rundolph dándole un tono más agudo a su voz gruesa.

- ! Ah, señor Benson! Es un placer que haya decidido venir, aunque es un poco tarde.

- ! Oh, perdone la tardanza! Es que había perdido mi invitación. Viviendo en una casa tan desordenada no me sorprende.- el señor Benson soltó una pequeña risita avergonzada.

- No se preocupe. Pase, no le vaya a dar un resfriado. La puerta está abierta.

El señor Rundolph se puso la peluca negra dejándole el pelo largo y dándole la ilusión de tener 10 años menos. Sacó la llave y abrió la puerta. Se quitó unas cuantas flemas de la garganta y entró.

Levantó los brazos tan altos como pudo, como si quisiera abrazar a un luchador de sumo.

- Feliz cumpleaños Michael- dijo el señor Benson con su habitual voz aguda.

Se quitó la peluca, dejó la bolsa en el suelo y corrió hacia la única silla cómoda de la casa. Se sentó y tomó un descanso de dos segundos.

- Señor Benson es un placer verlo- gritó con mucho júbilo en su voz.

Corrió tan repico hasta el centro de la sala donde estaba la bolsa, con la peluca en la mano.

El señor Rundolph se abrazó a sí mismo con todas sus fuerzas.

Se puso la peluca nuevamente. Cogió la bolsa de compras y se la entregó al aire.

- Le traje un regalo. No es la gran cosa pero usted sabe que la intención es lo que cuenta.

El señor Rundolph estuvo tan contento como un niño que recibe su primer regalo de cumpleaños. Cogió la bolsa y abrió el regalo. El moño fue un problema pero cuando lo resolvió el contenido del regalo lo llegó a conmover.

Eran un par de guantes negros.

- ¿Para mí? Gracias.

Se los puso sin dejar de notar su felicidad, sonreía tanto que se le notaba las arrugas. Les quedaban perfectos y el frio que le entumecía las manos había desaparecido.

- No se hubiera molestado.

- Es que estaban de oferta- bromeó el señor Benson.

El señor Rundolph corrió hacia la mesa y regresó con la bandeja de bocadillos de salchicha. El señor Benson cogió tres con cierta tristeza. La bandeja estaba llena y solo estaban ellos dos.

El señor Rundolph notó la tristeza en su rostro. Le dio una
palmada al aire y dijo:

- No se preocupe señor Benson, solo somos dos pero eso no quiere decir que no podamos divertirnos.

Primero comenzaron con el baile. El señor Rundolph puso la música más animada que encontró. Ambos bailaban solos, con diferentes pasos y estilos de baile.

El señor Benson movía constantemente los pies como un pingüino de juguete. Se detuvo, se quitó la peluca y corrió unos metros a la derecha y comenzó a bailar moviendo los brazos como si estuviera moviendo un caldero invisible.

El baile duró por más de dos horas. El señor Rundolph no podía más. Sentía que su corazón iba a tomar unas vacaciones de por vida y sus extremidades nunca más se iban a mover.

Necesitaban recuperar la energía. Hora de comer.

El señor Rundolph le dijo al señor Benson que esperara en la mesa mientras traía la comida, podía comer lo que quisiera. El señor Benson respondió llenándose la boca de empanaditas de pollo.

El señor Rundolph regresó con dos platos de pollo al horno con puré de papa y ensalada rusa.

- Se ve delicioso.

- No solo se ve delicioso, sino que sabe delicioso- dijo el señor Rundolph con aires de superioridad culinaria.

Comenzaron a comer. Una de las cosas que menos le gustaba del señor Benson era su forma poco educada de comer. Siempre tenía la costumbre de llenarse la boca de comida. Y en este caso no fue la excepción. El señor Benson tenía las mejillas hinchadas de tanto puré de papa y aun quedaba espacio para un poco de pollo.

Masticó tan rápido como una trituradora industrial. Tragó la comida y se sentó en el asiento del señor Rundolph.

- Usted debería tomar clases de etiqueta- dijo el señor Rundolph mientras se limpiaba los labios de puré de papa.

- No todos los días como una comida tan sabrosa- respondió el señor Benson volviendo a llenarse la boca.

Cuando terminaron de comer eran las 11:55 de la noche. Faltaba poco para la medianoche, tenían que cantar el feliz cumpleaños.

El señor Rundolph se sentó frente al pastel con un número 65 como vela. Era un pastel de chocolate bañado con fudge sabor chocolate. El señor Benson encendió la vela y comenzó a cantar. Era el señor Rundolph quien cantaba para sí mismo.

Cuando terminó de cantar y pedir su deseo apagó la vela.
Entre los dos se comieron todo el pastel.

El señor Rundolph dio por terminada la fiesta por indigestión.

- Feliz cumpleaños querido amigo.

- Muchas gracias

Ambos se dieron un fuerte abrazo y el señor Benson se fue.

El señor Rundolph se quedó solo con una peluca

Texto agregado el 27-06-2016, y leído por 77 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
27-06-2016 Parece que todos están despedidos. Excelente historia. Ivancamella
27-06-2016 Perdón el móvil me actualiza la página sin previo aviso. Decía, el texto va de menor a mayor pero creo que al final decae. Igualmente me gustó la narrativa. Saludos! TuNorte
27-06-2016 El texto va de TuNorte
 
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