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Inicio / Cuenteros Locales / maparo55 / Una mujer largamente añorada

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Este texto también es una reposición de hace algunos ayeres.

Para ver de nuevo a María Fernanda, David tuvo que esperar treinta años. La había añorado tantas veces durante tantos años, que el día en que la miró de nuevo no lograba sincronizar la imagen y el recuerdo que guardaba de ella, con la mujer que tenía ante sus ojos. Era ella, no cabía duda, la misma mujer de la que se había enamorado hacía tanto tiempo y que ahora por algún capricho del destino volvía a reencontrar; sin embargo, aunque David sabía que era ella, al mismo tiempo tenía la certeza de que ya no lo era. La mujer que tenía enfrente no era su María Fernanda, la de tantas noches añorada.
Ya no estaba tan delgada como antes, el tiempo, las vivencias, la vida familiar, le habían engrosado el cuerpo. Y aunque todavía conservaba parte de aquella figura y belleza que tanto lo cautivara, no quería reconocer que ella hubiera cambiado tanto. Pero eso era natural, ¿o no? El mismo había cambiado y tampoco era el de antes: con la falta de ejercicio había engordado y echado algo de “pancita”, el cabello y el bigote “aguamielero” pintaban ya bastantes canas y la piel aparecía llena de manchitas que antes no tenía. Las manos eran más rugosas y para terminar pronto, se había convertido en un hombre que cualquiera podía llamar un hombre mayor, por no decir “un vejestorio”. Pero su María Fernanda no podía ser ya casi una vieja, ella no; en su mente se había congelado la imagen de antaño y ahora era duro, casi irreconciliable reconocer la decrepitud que también iba apoderándose de ella.
A pesar de todo, ambos, eran ellos, más ajados y maltratados por los años, pero ellos.
El encuentro tuvo lugar en una de las tantas calles del centro de la ciudad. Sonrieron al reconocerse y se tomaron de las manos.
-¿Cómo estás?- le preguntó a ella.
-¡Ya ves!- respondió sintiéndose algo cohibida.
Se miraron profundamente a los ojos durante algunos segundos tratando realmente de reconocerse, de saber si todavía quedaba algo de aquel fuego interno que los consumiera antaño y que entonces parecía inextinguible.
David, vestía unos jeans azules muy desgastados y una playera negra de manga corta no menos desteñida; lamentó que el reencuentro lo pillara en semejantes fachas. María Fernanda por el contrario, lucía muy arreglada, las mejillas arreboladas por el maquillaje y los labios rojos muy bien delineados, todavía deseables; el traje sastre color beige de buen corte y ligeramente entallado la hacía ver limpia e interesante, aunque la edad (¿cincuenta y dos, cincuenta y tres años?, pensó David) no pudiera ocultarse.
En unos cuantos minutos de conversación, se preguntaron de todo, de sus vidas, de la familia, de lo que habían hecho a través de tantos años, de si cada uno era feliz por su lado. Ambos sin mentir, dijeron que sí, que eran felices a pesar de haberse alejado y no conseguir juntar sus vidas como alguna vez quisieron. Se dieron las sabidas razones o tópicos comunes: la vida es así, quizás no éramos el uno para el otro, teníamos miedo de comprometernos y adquirir responsabilidades. Y llegaron así a los recuerdos, a las tardes de caminata por los parques, de las idas al cine para ver las pelis de moda, de los encuentros a escondidas en algunos hoteles de paso. Este recuerdo les pareció de lo más emocionante, revivieron sus escarceos amorosos en algún cuartito de hotel, el contacto de sus pieles jóvenes, la inexperiencia que tenían para hacer el amor; pero sobre todo, lo bello del deseo existente que sobrepasaba cualquier temor o peligro, que aún así, procuraban cuidar usando condón durante aquellos encuentros sexuales maravillosos.
-¿Amas a tu esposa?- preguntó ella.
- Sí; pero nunca he dejado de pensarte, de anhelar encontrarte como ahora. Siempre me pregunté qué haría si te encontraba de nuevo y mira. Me siento un perfecto tonto.
-Yo también me siento así... Para ser sincera, hubo largas temporadas en las que ni siquiera me acordaba de ti. Luego, de vez en cuando me llegaba tu recuerdo y ansiaba cuando menos saber algo de tu vida.
- ¿De veras?... Si no llevas prisa te invito a comer.
- Acepto. En este momento no importa lo que iba a hacer. No sé si habrá otra oportunidad de encontrarnos de nuevo.
Se tomaron de la mano y caminaron así, juntos como antes, sintiendo la tibieza de su piel y la calidez del reencuentro.
Comieron en un restaurante pequeño y David le propuso a María Fernanda ir al cine. A ella le brillaron los ojos y sonriendo dijo que sí. Allá se fueron, a mirar una película reciente. Serían las siete de la tarde, cuando se encontraron a la salida del cine, mientras las primeras sombras empezaban a cubrir el cielo.
- No quiero despedirme tan pronto de ti. Quisiera verte de nuevo, saber dónde vives- dijo él.
- Eso no puede ser. Nuestras vidas se hallan muy lejos una de la otra y a estas alturas no me parece que sea el momento de reiniciar una relación que fue muy bonita, pero que ya terminó hace siglos.
- No exageres. Yo, te he extrañado siempre y aún te deseo.
Maria Fernanda se quedó muy seria, pero con el rostro sereno, dijo:
-Yo también te deseo...ahora.
Un hotel cercano los cobijó aquella noche naciente. Alquilaron una habitación y nomás entrar, comenzaron a besarse, a desnudarse con fruición, impacientes por reconocer cada uno la piel del otro y aprehender de nuevo, algo del fuego interminable de antaño. Tanto David como María Fernanda habían madurado en sus experiencias sexuales, así que en ese sentido tocarse, besarse, explorar, hacer el amor, fue un acto pleno, gozoso, lleno de tiernas caricias y detalles que hicieron de aquel momento, casi un milagro. Fue entonces que agotados ya, descansaban el uno junto del otro en aquel lecho desconocido, cuando María Fernanda dijo:
- Sabes, hemos cambiado tanto que ya no somos nada de lo que fuimos cuando estábamos juntos. Has sido muy tierno conmigo, he gozado todas y cada una de las caricias que me has prodigado, pero ya no te reconozco. Ya no eres mi David.
Él no dijo nada, se limitó a guardar silencio, a escucharla.
- Y tú sientes los mismo-, continuó ella- no lo puedes negar. En tus ojos he visto la sorpresa reflejada y tus ansias desesperadas por reencontrar a la María Fernanda que conociste, pero que ya no está porque ya no soy la misma. Al salir de aquí, sé muy bien que no habrá más encuentros, que nos diremos adiós para siempre. Y está bien así.
David siguió sin pronunciar palabra, pero un llanto tibio y silencioso le escurrió por las mejillas. Suavemente se incorporó hasta quedar con el rostro frente al de ella. No necesitaba decir nada para corroborar la verdad de las palabras de María Fernanda. La mujer que estaba frente a él, pero que ya no era su María Fernanda. Algunas de sus lágrimas se derramaron sobre los senos desnudos y la piel madura y ajada de la mujer. Sollozando levemente, David la miró con intensidad a los ojos y acercándose lentamente, depositó sobre aquellos labios aún deseables, el último beso.

Texto agregado el 26-06-2016, y leído por 205 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
29-06-2016 Bueeeenooo. Muchas María Fernanda en la vida y muchos David; lo que no hay muchos es alguien que cuente esas vivencia con tanta emoción contagiosa. Fascinante historia, Mario amigo. Full besote. SOFIAMA
27-06-2016 Qué lindo reencuentro, ya lo creo que no son los mismos el tiempo se ocupa de transfórmalos, y la vida los lleva por diferentes caminos el aprendizaje de la vida nos hace diferente, pero cuanto daría por encontrarme con esa persona que hace años fue mi gran amor, jajá todos tenemos un pasado hermoso, para revivir me encanto***** Besos lagunita
 
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