Mi amiga Virginia tiene el pelo de melocotón maduro, sus ojos del color que hay tras una nube en el cielo septentrional, allá en las tierras de la magia y las dispensas. Su boca pía y causan olas los pálidos reflejos de sus cabellos, mientras se mira en la vasija de mar.
Cualquiera que pasara junto a ella tan solo vería una vieja sentada junto a un barreño relleno de agua. Olor a moras.
Mi amiga Virginia clava sus hermosos dedos anaranjados en un fruto del color de la miel, que desprende un olor dulzón, e inunda la estancia de recuerdos junto a gnomos, elfos, y seres con los que compartió una gran parte de su existencia. Eleva una tersa y joven mano, la suya, y de sus uñas lacadas en crema albina, surgen chispas de energía que danzan alrededor de un sonido como de crujir ramitas en una arboleda, una de esas que te impregnan de olor a pino verde...
Pero esas luces que surgen de las uñas de mi amiga estallan en la penumbra atechada de su habitación de blanco prístino, y una voz de mujer anciana pronuncia una palabra: “Rol´alson”
En la carretera que separa las provincias de “Cualquiera” y “Noimporta” en el país de “Todos”, mi amiga Virginia pasaba los últimos años de su vida en un manicomio, sumida en recuerdos imposibles. Gastada su forma física en postrado y obligado letargo.
Paso por el camino verde que separa dos fincas, a la vez que pienso en mi amiga. Las nubes están muy cerca hoy, y la hierba se mezcla con la tierra oscura y fangosa. El olor a agua me ahoga la nariz y escucho en la distancia el balido placentero de una oveja.
De repente, cuando he decidido ya que iré al manicomio de nuevo, que intentaré rescatar de nuevo a mi amiga, empaparme en mi título de abogado y luchar por ella una vez más, aunque me vuelvan a destrozar las esperanzas. Empieza a llover. Corro a salpicones, con el chapoteo en mis sienes y mis mandíbulas apretadas. Una lágrima rueda y cae, pero entonces ya no existe más que un diluvio arrasando toda una vida no recordada.
En la habitación, una anciana. En algún momento debió haber poseído una melena rojiza impresionante, de la que ahora tan sólo unos mechones despeinados hablaban...Se mira constantemente en un barreño que el enfermero deposita en sus rodillas todas las mañanas, desde hace veinte años. En el interior del barreño, un soldadito de plomo se halla sumergido en el agua...
Sombras
En una mente errante, un suspiro no registrado rechinó. Y la locura creó de nuevo.
“Tengo una amiga preciosa llamada Virginia. La conocí en las praderas del Yamaliz, una hermosa mañana...”
En la mente del que quiere escribir, la locura –cual fiel compañera- no debe ser errante, sino permanente capa que impregne cada acto, cada espacio y cada lúcida forma opaca que se cree en nuestra consciencia. O al menos, eso es lo que me decía mi amiguita Virginia...¿Ya os hablé de ella?
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