El bullicio ha cesado y estoy sola con mis pensamientos. Los sonidos de la loza al golpearse entre sí, el agradable aroma del café recién preparado, el pan tostado untado con mantequilla, el sol que penetra por los intersticios de la ventana, el despertar de un nuevo día, el renacer, el beso de mis hijos en la frente, todo eso, hace instantes pereció. Mi vida ha acumulado rutinariamente estos momentos, todos ellos, pero a medida que ocurren se tornan pasado y por lo tanto, inexistentes.
En ocasiones tomo fotografías viejas, amarillentas, tratando de reconocerme y no puedo. Esa mujer que veo no soy yo. Su sonrisa no es la misma que tengo ahora, ni su mirada y sin embargo son mis recuerdos.
Entonces: ¿quién soy?. No lo sé. Tengo dos maravillosos hijos, Elizabeth de once años y Carl de catorce. Sé que soy joven aún y que me esposo me ama, eso no lo dudo. Tengo todo lo que se puede desear. ¿Por qué me siento desdichada?. ¿Qué me ocurre?.
Toda mi vida hice lo correcto, lo apropiado, lo que se esperaba de mi. Cuando mi esposo Peter se presentó en nuestro hogar, mis padres se enamoraron de él. Su prestancia, su cálida mirada y su voz tan melodiosa que hasta los ángeles lo envidiaban, era irresistible. Yo tenía dieciocho años y Peter veinte. Todos lo querían, hasta mis hermanas. No tenía otro camino. Mi madre siempre me decía “es un buen chico, un buen partido”, debes aceptarlo o cometerás el peor error de tu vida. Luego del matrimonio vinieron los hijos.
Todo es perfecto, por lo menos, así parece. Entonces ¿por qué me siento así, tan vacía?. ¿Será la rutina, el hacer y decir siempre lo mismo todos los días? No, debe ser algo más profundo. ¿ Pero qué ?.
Oh Dios…esta quietud, este silencio, me ahoga. Salgo de la cocina y me deslizo suavemente en el sofá del salón principal. Delante de mí se irgue un gran reloj, muy antiguo, regalo de mi madre. Me quedo observando su péndulo que oscila armónicamente de un lado a otro, en intervalos regulares de tiempo: siempre igual, segundo tras segundo, minuto tras minuto, hora tras hora. Veo mi vida extinguirse con cada vaivén.
Algo en mí debe estar mal. Si tengo todo lo que una mujer puede desear, un esposo fiel y dos hijos hermosos, no entiendo el motivo de la infelicidad que sufro. Mis padres están muy orgullosos de la familia que formé. Incluso mis amigos me dicen lo afortunada que soy.
Recuerdo a Jennifer, mi mejor amiga. Una vez me dijo que cuando John la besó, su cuerpo se estremeció y supo en ese instante que su alma estaría unida a él para toda la vida. Estaba enamorada, me lo confesó con lágrimas en sus ojos. El era un truhán, alguien despreciable para la sociedad, para la buena gente. Su familia no aprobaba esa unión pero sin embargo ella siguió su corazón y huyeron juntos. Creo que ahora viven en Jamaica. Ella trabaja de camarera y él no sé, creo que de pintor de cuadros. ¡Que oprobio!. Seguir esos instintos tan primarios e ir contra todo: su familia, sus amigos, la sociedad y solo por un amor de chiquilla.
Me pregunto: ¿ Jennifer será feliz? ¿ Cómo se levantará todos los días para enfrentar un nuevo amanecer ?. ¿Con tristeza o alegría?.
Me siento encorsetada en esta vida “tan perfecta”. ¿Por qué estoy triste todo el tiempo? Siempre hice lo correcto, lo que se esperaba de mí…
Debo apartar estos pensamientos que me asaltan todas las mañanas. Debo volver a la cordura, a la paz que conozco. Cuando regresen Peter y mis hijos todo será normal.
Solo tengo que esperar otro día, otro amanecer.
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