Rasgar la piel hasta ya no ser uno mismo.
Para que nos vean y aún así estar tan vacíos
como un rústico río que fluye sin aguas
por un lecho de resecas y toscas piedras.
Sentir la piel quemada, el cuello áspero,
la voz perdida en el espeso polvo negro
que se puede desgarrar dos o más veces,
para rompernos desde adentro hacia afuera
y descolgarse quejumbroso por ahí,
por ese cualquier lado donde siempre acaba
con las manos partidas, malversando la memoria.
Hemos cambiado la piel ya muchas veces,
hasta ser solo una costura de nervios y olvidos.
Pese a todo sobrevivimos a los desalientos en caminatas
residuales por cultivos culpables de un mundo nuevo,
hasta volver a ser nosotros mismos.
Extrañas plantas sobrevivientes al exilio de los árboles.
Texto agregado el 12-06-2016, y leído por 286
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