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NECROFILIA

-Augusto- gritó Andrés - ¡ te llegó trabajo !
Adormecido por la rutina caminó con pasó cansado hasta la mesa metálica donde estaba el cadáver, abriendo los ojos al contemplar aquel cuerpo exquisito, sin rastro de muerte en sus labios rosados.
Era una mujer de unos treinta años, de tez canela, labios gruesos, cuerpo delgado y senos pequeños, tenía una pequeña herida en el cuello de unos dos milímetros y una leve raspadura en la rodilla derecha, su vagina perfectamente rasurada y los pies diminutos, como de cuento.
-Está muy buena esta hembra– continuó Andrés entre risas.
Augusto no pudo articular palabra.
La mujer tenía un semblante sereno, irradiaba una tranquilidad de niña dormida, las mejillas aún conservaban cierto rubor que Augusto atribuyó al último maquillaje aplicado, la simetría de sus curvas era casi perfecta haciendo dudar si se trataba de un verdadero cadáver o un caso de catalepsia.
Augusto se alarmó.
Revisó los orificios nasales buscando restos de cocaína sin éxito, descartó la esquizofrenia por la piel sin moretones ni autolaceraciones, pensó que lo más conveniente sería esperar un tiempo prudencial después de la desinfección del cuerpo para estar seguro, además no tenía afanes de deshacerse de aquella visión casi perfecta.
Quitó un anillo de su dedo anular y se percató que era reciente porque no había dejado marca, limpió la herida del cuello y la raspadura de la rodilla y se detuvo a contemplarla en detalle, como quien mira un cuadro en una museo.
- Augusto, son las dos de la madrugada, iré a dormir un rato, ten cuidado con los muertos- bromeó Andrés.
Augusto, ya solo, no pudo evitar tener una erección, recordó cuando niño una sensación similar con el cadáver de su prima que había muerto de leucemia en pleno velorio y supo que ese sentimiento reprimido era el que emergía sin quererlo. Empezó tocando el rostro de la mujer con la mano derecha, a izquierda se unió al descubrimiento de aquel cuerpo divino, los senos, el vientre, el ombligo profundo, los labios vaginales aun húmedos y hambrientos y sin que lo pensara dos veces, ya había bajado su cremallera y se movía con ritmo sobre la mesa metálica.
No le importó el rigor mortis que no permitía abrirle las piernas, no le importó la piel fría y la cara inmóvil, después de completar su deseo, se dejó caer extasiado y horrorizado al mismo tiempo sobre el cadáver, pero satisfecho, hasta que una contracción del vientre de la mujer le hizo saltar de espanto.
Cayó en el piso y suspiró, se dijo así mismo que era normal, ya había visto movimientos involuntarios en otros cadáveres, pero cuando la muerta abrió los ojos no se le ocurrió alguna excusa médica que no lo hiciera retroceder arrastrándose en el piso casi paralizado y sin poder gritar.
La mujer se incorporó, Augusto en sus adentros tenía la leve esperanza de que la catalepsia fuera la causa, que aquella mujer estuviera viva abriendo la posibilidad de conocerla y porqué no, invitarla a algún lado. Lo acusaría tal vez de violación? Recordaría su cuerpo convulsionando encima de ella por placer?.
Ella giró el cuello con una rigidez y sin gesticular, se puso en pie, el brillo de sus ojos volvió con un destello repentino y caminando hacia él, que estaba de pie apoyado de espaldas a la puerta corrediza, en silencio, petrificado y feliz.
Se acercó, pasó el dedo pulgar por el labio inferior de Augusto, media sonrisa se dibujó en su rostro, lo miró fijamente.
Horas después, Andrés desinfectaba el cadáver a Augusto, desangrado por una profunda herida en la yugular que le causó una lenta y dolorosa muerte.
- Ladrones de órganos, no hay otra explicación, aunque conociéndote amigo, si estuvieras en mi lugar creerías que fue una criatura de la noche - balbuceó con tono e broma – Mi siesta no pudo ser en el momento mas apropiado. Buen viaje Augusto.
La angustia en el rostro del cadáver tenía también un aire de satisfacción, como si un dolor placentero lo hubiera abordado en el último sorbo de oxígeno.
Andrés quitó el anillo del dedo anular de su amigo y se percató que era reciente porque no había dejado marca, limpió la herida del cuello.
En la puerta corrediza aún se podía ver el rastro que había dejado la sangre al salpicarla.


Texto agregado el 11-06-2016, y leído por 873 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
12-06-2016 ¡Qué calidad narrativa, hombre! Genial. Julia_Flora
12-06-2016 Hmmm...excelente! MujerDiosa
12-06-2016 Uyyyy, da miedito, pero está muy bueno. Un abrazo sin marcas, querido Jonhy. SOFIAMA
11-06-2016 se veía venir la vampiresa, más no le quita lo estupendo del relato. Un abrazo, sheisan
11-06-2016 Muy bueno. PiaYacuna
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