Bendito tú entre todos los hombres.
Benditos tus hombros.
Tu vientre bajo explorado por mi boca.
Bendita la mente que no olvida los sonidos de tu lengua. Ni el llamado ardiente buscando parir tu nombre, entre el roce y el impulso frenético de letras sueltas que se conjugan, hasta encontrarme con tus ojos oscuros, fijos sobre los míos.
Camino hacia ti, con el vientre apretado, con jeans y zapatillas que no dirigen a ningún encuentro, como rumbo a algún santuario que cobija dentro de su altar mayor todo aquello que te hace vibrar.
Las calles alrededor se estrechan y hago el intento distraerme con la arquitectura de las casas, con sus colores que se opacan y envejecen; es hasta gracioso como los jardines infantiles tienen la misma configuración en sudamérica, seguimos pareciendonos tanto en todos lados...
Y tú y yo, nos parecemos demasiado...
...Pero estos impulsos, sólo han sido míos...
Y cuando empiezo a cuestionarme el: ¿qué me ha traído aquí?; aparece un hombre con una niña de cabellos claros de la mano. Le pide a ella que lo espere y camina hasta mi, me saluda escueto y pregunta:
- ¿Vienes por él?
Asiento con la cabeza, pero rápidamente corrijo:
- No, no por él, es su recuerdo - titubeo - está calle es como un cementerio para mi...
- ¿quieres que suba y lo llame? - me pregunta
- No, no quiero molestarlo. - respondo.
Finalizo la charla con una sonrisa, me despido de aquel hombre y él se apresura en sacar algo de un bolso que lleva consigo. Toma mi mano izquierda y pone sobre ella, una pequeña y delgada manta cuadriculada:
Es suya - me dice, como si se apiadara de mi, como si supiera que con ella se me cubren los vacíos.
Yo estiro la manta, me envuelvo en ella, vuelvo a sonreirle agradecida, doy media vuelta y sigo el camino.
...
Camina lento hasta finalizar la calle - pienso - Hasta llegar a aquella esquina donde desaparece todo.
Cierro los ojos y atesoro mis pasos, atesoro la brisa, la luz del día, el impulso que me ha dejado de recuerdo una manta envolviendo mi espalda, envolviéndolo todo, envolviendo nada.
...
Siempre.
Siempre duele despedirse de ti.
...
Y hago un giro con el cuerpo y miro hacia atrás para despedirme definitivamente. Pero me topo con él corriendo tras de mí. Con su mirada que me busca, mientras mi respiración se agita más y más, mientras se me acerca.
Y me abraza.
Me abraza como un golpe de luz en la glándula pineal.
Me abraza con fuerza los siglos de ausencia.
Y yo no sé qué decirle, probablemente él tampoco, pero lo miro a los ojos y su desborde es suficiente para decir todo aquello que no alcanza.
Y por fin siento su cuerpo, su boca, sus labios apretándose conmigo, balbuceando:
- ¡Te extrañé tanto...!
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