No puedo olvidar. Es irónico que justo una persona como yo, que carga con la maldición de una memoria inquebrantable, trabaje en este lugar. Si tan solo pudiera olvidar y despertar cada día como una persona nueva. Pero entonces… ¿Moriría? Cada monótono segundo en esta fábrica lo paso preguntándome si los recuerdos me construyen a mi o yo a ellos.
Ese pensamiento interrumpe en mi mente y destroza toda oportunidad de concentrarme en mi deber.
Si fuera un recuerdo ¿Qué importaría lo que haga? O mejor dicho ¿Qué importaría lo que decida? Todo acabaría como tuviese que acabar y punto. Pero estoy seguro de que mi existencia no es meramente de espectador, confió en que mis decisiones no están tomadas, que puedo cambiar lo que suceda. O tal vez yo no controle mi mente sino lo contrario…
Me obligo a concentrar la atención en mi trabajo, ya tendré tiempo de filosofar después, ahora seguiré fabricando olvido.
Uno tras otro los objetos se suceden por la línea de producción para que yo les quite todo lo que han sido y pasen a ser antimateria, ya no son algo pero tampoco son nada. Yo soy la única persona en la tierra capaz de recordar estos objetos después de su paso por mi fábrica. Aunque hay personas que notan su falta y, a pesar de no saber que eran, quieren volver a tenerlos. Una vez vino hasta aquí una mujer exigiendo un reembolso, yo, ante tal ingenuidad, no pude evitar reír. “¿Usted cree que si tan absurda idea fuera posible mi trabajo tendría un mínimo de sentido?”, cuando le dije eso, la ofendida señora, se retiró de mi oficina sin mediar palabra. No entiendo como hay algunas personas que de repente quieren recuperar algo que han perdido por propia decisión.
Cada objeto se ha inmortalizado en mí, cambiaron mi manera de ver el mundo, me dan forma (o mejor dicho, me deforman).
Solo faltan unos minutos para cerrar, busco la llave y me dirijo hacia la puerta que me comunica con el exterior. Abro, salgo y cierro la entrada de mi humilde fábrica de olvido, pensando en si mañana me recordare a mí mismo.