El sol salió al fin después de la tormenta,
yo, que me había acostumbrado a sus nubarrones
y sus rayos, ahora, la luz me los quita,
¿por qué no habría de cantar como las aves
bajo el renovado cielo azul?
quizás tampoco cantaba en los días nublados,
quizás no he cantado en largo tiempo,
tiempo que en retrospectiva se me hacen siglos,
y esta palidez que la neblina me ha otorgado,
parece no resignarse a los vivos colores
de esta nueva temporada,
a los castaños y cerezos que se mecen
con el viento, que danzan y retocan
los ojos de los caminantes, que ya ahora recuerdan,
que tras sus puerta aun latía la vida,
y es tal vez el momento, tal vez mi momento,
de abandonar esta guarida de ratas alegres en sus sombras,
y purificar el negro de mi alma, con algo, algo que se me hace difícil ver,
pero me espera, si, me espera porque mis huesos y mi carne lo piden a gritos,
algo que había olvidado, algo por completo abandonado,
la capacidad de respirar la voluntad de disfrutar,
¡heme aquí mundo!, no me hagas pedazos,
que por fin abriré las ventanas de par en par,
¡heme aquí vida!, con los pies al frente y el pecho abierto.