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¿Y si funciona?
Mientras rodea la plaza de América, un compuesto de preocupación y alegría se agita en su cabeza. Creía que no sería capaz de dar un paso como este, que le lleva al Campo de San Francisco. Toda una vida ocultando la realidad.
Repasa todos los acontecimientos que ha vivido con Elena. Empezaron a salir muy jóvenes, antes de terminar el bachillerato. Los dos estudiaban en el instituto Obispo Argüelles, en el montañoso pueblo leonés de Villablino. Fue la única manera de que los compañeros dejaran de meterse con él, de que acabaran las murmuraciones, las miradas hirientes. Se camuflaron en una aburrida pandilla que se empachaba de cine-forums. Doce años de noviazgo, sin apenas intercambio carnal. Afortunadamente, ella, aún siendo anticlerical militante, había heredado una estricta moralidad prematrimonial. En ese atributo encontró Miguel el ropero en dónde colgar de una percha su verdad.
Llegó el día de la boda y ya no quedó escapatoria. Con gran esfuerzo mental, asiduas indisposiciones intestinales, sesiones de onanismo, procurando abstraerse del momento... a veces lograba consumar el coito. No obstante, fue suficiente para engendrar tres criaturas que llenaron el hogar y silenciaron todas las bocas.
Dos niñas y un varón que ocuparon todo el tiempo de la pareja durante los muchos años de crianza. Pero los hijos se hacían mayores y abandonaban el domicilio conyugal. La pequeña hacía tres meses que se había independizado. El matrimonio volvía a tener mucho tiempo para ellos. Y Elena se sentía aún con ganas.
Gloria lleva más de treinta años escondida en sí misma, desde que tuvo los primeros indicios de su desorientada identidad. Había disfrazado su personalidad todo lo que había podido.
Se desprecia cada vez que se mira al espejo. Nadie, ni siquiera sus padres, en cuya casa conviven, ha podido pensar que sus deseos amorosos se centran en las compañeras y no en los hombres que tantas veces han intentado disfrutar de su femenina belleza.
Odia su ajuar. Excepto ese puñado de prendas que esconde en una bolsa de deporte y que, a menudo, cuando se queda sola, aprovecha para ponerse y deleitarse al verse. Se recoge y engomina el cabello, se coloca unos ajustados pantalones negros, la camiseta de colores estridentes, las botas de militar y la cazadora de cuero con tachuelas en las hombreras.
A Gloria le han llamado de todo. Que si es antipática, borde, mal educada, gilipollas, frígida, estrecha. Pero nunca nadie en Gijón, donde siempre vivió, le dijo marimacho, tortillera, machorra o lesbiana. Ahora ha decidido cambiar de aspecto y de vida.
Mientras camina nerviosa por la calle Jovellanos, en dirección al Campo de San Francisco, en el centro de Oviedo, intenta imaginar cómo terminará esta aventura que está a punto de emprender junto a Miguel.
Se conocieron a través de un chat. Él nunca hubiera pensado que iba a verse atraído por una mujer. Ella siempre había sentido rechazo erótico por los hombres. Los dos eran conocedores de las circunstancias de cada uno. Los dos habían compartido sus frustraciones. Y los dos han decidido darse una oportunidad. No saben cómo van a armonizar su sexualidad, pero él se ha imaginado dentro de Gloria y ella poseyendo a Miguel. Piensan que están locos.
Se encontrarán en un banco de piedra en el Paseo del Bombé del céntrico parque. Visitarán la catedral, el Museo de Bellas artes. Cenarán en Casa Conrado y se alojarán en una habitación matrimonial del Hotel de La Reconquista.
Todo un lujo para una noche muy especial. ¿Y si funciona?
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