Un benteveo se detuvo en mi ventana,
me vio afiebrado, ojeroso y temblando,
la tos convulsionando de a ratos mi cara,
y ese zumbido que se empeña en lograr
que se taponen de una vez mis oídos.
Torciendo su cabecita verdosa me miró,
un cuadro real de una piltrafa humana.
Sin nada mejor que hacer levantó vuelo.
Ni siquiera a los benteveos les importan
los hombres que están fatigados y enfermos.
Texto agregado el 07-06-2016, y leído por 252
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