- Va a disculpar que yo me inmiscuya, señor, - dijo el hombre, sonriendo y tranquilo-, pero no aguanto más no decirle lo que quiero decirle.
El hombre que escuchaba ni se inmutó. Estaba sentado como siempre en su silla de ruedas, en la vereda de tierra, siempre buscando la sombra para apaciguar el sol ardiente y así ver pasar la vida, sentado, día tras día, año tras año, como lo hacía desde que sufrió el accidente aquel que lo terminó colocando en la silla ortopédica. La verdad es que de aquel trauma no resultó paralítico, pues nada sufrió en la columna vertebral, pero le recomendaron la silla para los primeros meses de recuperación, hasta que esos huesos carcomidos por el alcohol pudieran soldar de la mejor manera posible. Así fue como se acostumbró a vivir sentado, y a emborracharse por el resto de su vida en aquella silla ya medio oxidada y con los aros sin neumáticos. Era un hombre ya anciano, manso, y para más, viudo. Un jubilado eterno que según muchos estaba vivo nada más que por un capricho de Dios. Ya había perdido tres hijos por diversos eventos causados por la tomatera. Uno de ellos no aguantó un infarto a sus 25 años, otro se metió en una reyerta absurda que no hubiera participado si hubiese estado sano, y el tercero cayó de un potro desbocado por que le dio sin querer dos varillazos en los testículos y el potro reaccionó emputado de la vida, haciéndole chocar la cabeza con las ramas de los árboles. El viejo, por su parte, además de tomador y fumador empedernido, prácticamente no se alimentaba.
- Quiero manifestarle, dijo el otro, que en estos últimos días se ha visto mucha violencia aquí en su casa, en su terreno. Anoche no más su hija Tencha estuvo hasta las tres y media de la mañana gritando a todo pulmón, discutiendo con los borrachos, con el debido respeto. Es claro que el griterío vino a perturbar, uma vez más, mi merecido sueño, por que al decir verdad, usted estará conciente que yo soy el único ciudadano que trabaja por estos lados. Antes yo vi a su nieto el Bafo colgado del sujeto aquel que recoge reciclado y que le dicen el Barón, por que quería robarle las monedas que traía. El Barón por supuesto no aguantó el peso del Bafo y los dos se desplomaron en la vereda. El Bafo me vio en aquel instante y escapó para adentro, supongo que avergonzado. Es de esperar que avergonzado, por que usted ya sabe que el Barón es otro que vive de casualidad pues no para de tomar sin límites un solo día desde hace treinta años.
Usted también toma – se defendió el anciano –
- Sí, por supuesto – dijo el otro-, pero yo soy un ebrio decente. No me duermo en la calle ni le hago faltar nada a mis hijos. No me compare con esa camada de nietos suyos que ya no son capaces ni de bañarse, no tienen mujer ni hijos, ni se preocupan del qué dirán...
- La única mujer que ellos tienen se llama cachaza....- dijo el anciano – riendo.
Al otro esa frase no le causó ninguna gracia, o tal vez no la entendió. Quién sabe. Pero el anciano estaba de buen ánimo, pues ya había tomado luego de amanecer. Entre los borrachos el ánimo es tan variante, que siempre se utiliza la cautela antes de entrar a su ambiente. A veces la bebida no es de buena calidad o a alguno de ellos le altera el juicio hacia el lado negativo y la situación se complica, y se deriva en grescas de proporciones insospechadas, con celos, resentimientos y cuchillos.
- También ayer vi al Evo – prosiguió el hombre-, encallado ahí en su patio de tierra, sucio de varios meses, haciendo esfuerzos para levantarse, buscando con su mejor mirada perdida que alguien lo ayudara a ponerse de pie . Esfuerzos estériles, por cierto, por que ese Evo, a pesar que aún no llega a los treinta, ya no es un hombre, es apenas uma piltrafa. Jamás le he conocido mujer alguna, y esto se lo digo con la clareza que no estoy sugeriendo que sea una señorita, por el amor de Dios, que ahí el tema se pone pesado, sólo digo que el Evo es una cosa que no vale nada, y que Dios me perdone si estuviera pecando.
- Puede ser todo lo que quieras – replicó el anciano, siempre de buen modo , pero tiene a su madre que lo quiere y le da un rincón donde dormir y un plato de comida cuando puede. De modo que no está solo el el mundo.
- Bueno, señor, una vez más puedo comprobar que las conversaciones con el señor no dan ningún fruto...las cosas en este barrio no van a cambiar.
El sol estaba arriba al mediodía, y hervía el techo de las construcciones. Eran casuchas de ladrillos ahuecados y tejado sobrepuesto. El patio a veces era barrido, pero en general era un centro de basura y desperdicios donde los niños jugaban con una alegría incomprensible.Los perros acostados no hacían más que pasar hambre y rascarse las garrapatas, pues a veces no se hacían el ánimo ni de ladrar. Todos pobres, claro, aunque dentro de sus códigos había una conducta en que nunca molestaban ni requerían nada de los demás, de los vecinos menos pobres. Hacían trabajos temporales, alguna limpieza, cuidar automóviles , destapar cloacas o ir a botar lejos aquello que la basura no llevaba.
- En todo caso, yo soy un ebrio decente, como la mayoría – insistió el hombre. Nadie me ve tomando y mucho menos me verán caído en la calle, ni siquiera oirán mi voz traposa. Y mucho menos las mujeres, que basta de decepciones. ¿ Por qué será que ellas no toman ?
Toman, sí señor – replicó el anciano - aunque mucho menos que uno, es claro...de lo contrario : “¿ Quién va a cuidar las crías ?” Esa gente del gobierno que viene a menudo a inspeccionar la situación de los niños no son muy amigos de criar hijos ajenos. Vienen, preguntan, interrogan, presionan a las madres y se van. Es bueno por que traen leche y canastas básicas, y a cambio sólo nos piden que votemos por ellos. Yo les digo que sí, y mando poner sus carteles, aunque después ni vayamos a votar. Por que esos son todos ladrones. Aquí seremos borrachos pero jamás ladrones.
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