El salón es espacioso y elegante, perfecto para una reconciliación. Quiere impresionarla, ordena Ostras gratinadas al champagne y un Chardonnay, certificado de origen.
De segundo plato tiene pensado una centolla estilo La Martina, por la exquisitez que el manjar implica, y porque por la rosa que adorna el plato. El Chardonnay acompaña ambos platos, esperanzado que sus efluvios ayuden al arreglo.
Ella luce espléndida, su cabello prolijo, sin adornos, resalta un vestido Creppe Tornasol con Lame oscuro, con un reborde tres tonos menor en la parte superior, deja descubierta la tentación su hombro derecho.
Un broche de diamantes destaca la prestancia de la vestimenta y de quien le brinda soberbia elegancia. Se siente feliz y seguro. Nada ha de entorpecer su intento de recomponer la relación.
Luego de ordenar al maître, las bebidas han sido puestas a su disposición, comienza, como al descuido a dar una explicación sobre el desliz en que ha incurrido, origen del distanciamiento. Ha sido un error, lo reconoce, se disculpa mirándola a los ojos, pide perdón casi en un ruego y sostiene la mirada esperando una respuesta.
Como las buenas costumbres lo indican, intenta servirle agua previo a degustar el Chardonnay, para permitir que el cristalino líquido aporte frescor al paladar y lo prepare para saborear el elixir que se encuentra fresco pero no excesivamente frío.
Inicia el gesto, reconociendo, por una última vez su falta y pronuncia, inconscientemente el nombre de quien lo ha arrastrado a tal imprudencia.
El gesto con la mano izquierda , la del anillo nupcial, la mirada, de profundo desprecio, rechaza la oferta del transparente líquido, con brusquedad toma la botella de Chardonnay para ella misma servirse, un osco silencio acompaña toda esta gestualidad, implicando mucho más que una respuesta.
El sabor dulce del Chardonnay se transforma en amarga hiel. |