Me encontraba buscando tus mensajes, tu interés y mis ganas por la carretera en un caluroso atardecer y era lógico que con tal exhaustiva tarea en algún punto me daría sed, así que orillé el auto y en medio de la nada me bajé para buscar un coco, para mantenerme ocupada pensando en otra cosa que no fueras tú.
Cerca de mí sólo había arboles y sabía que tal vez para encontrar una palmera debía caminar un poquito más adentro. Llevando ya 15 minutos caminando vi a lo lejos un grupito de personas y por mi instinto curioso me fui acercando, claro, teniendo en mente aún mi apetito por un coco y ya me estaba arrepintiendo faltando apenas la mitad porque me di cuenta que aquellas personas estaban danzando en forma circular y yo nunca fui de querer hacer ritos, ni fui obscura, no quería practicar el satanismo pero es que un hombre alzó su mano y me llamó al lugar, te juro que era el señor más hermoso y aunque quisieras, no habrías podido negarte, tomándome de la mano me integró al circulo y me enseñó a bailar, no me sentí tonta, de hecho en ningún momento me sentí mal, aquello me estaba encantando y conexión con todo era tan gigantesca que hasta empezaba a saber cosas sin necesidad de preguntar.
No eran malos, sólo eran hippies y este señor hermoso y yo fuimos amantes en otra vida y su hijo, el niño rubio de 5 años sentado a un costado había sido mi hijo también. La vida en ese lugar se veía perfecta entre tanto pasto verde con florecitas de lavanda, donde todos vestían shorts o faldas, ahí aparte de perros también tenían vacas y bajando la colina podías meterte a nadar en un cenote de aguas claras.
Ese día estoy segura que me topé con el estilo de vida que siempre había querido vivir y a todos les digo que esa tarde volví a mi auto al descubrir que en la tipo “villa perfecta” no existían los cocos y que cuando uno busca algo no se debe parar hasta encontrar pero contigo seré honesta, esa tarde volví porque tenia una cita contigo, la cita donde me sorprendiste con los papeles del divorcio, grandísimo güey.
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