Transcurría el año 2075. Ya no existían gobiernos, sino regentes que administraban los recursos del planeta pero que, lamentablemente, aún no habían abandonado las viejas y maliciosas prácticas de beneficiar al más rico en desmedro del más pobre. La sociedad se encontraba claramente diferenciada y en todo el orbe se establecían tres grandes clasificaciones, determinadas principalmente por el dinero o la falta de él. Todo se reducía a una clasificación, una cruenta clasificación de hábitat, en un mundo en el cual el dinero como tal ya no existía. Todo bien o servicio; suntuario o no, tangible o intangible, era costeado mediante transacciones electrónicas dado que la población evitaba cualquier contacto físico, relacionándose con sus pares en la más mínima e higienizada forma.

La vida, o más bien la sobrevivencia, se desarrollaba en agrupaciones repartidas en variadas zonas, interrelacionadas entre sí por las siguientes castas jerárquicas:

Los tejados verdes; correspondían a asentamientos distribuidos en grandes áreas, habitadas por un reducido número de personas pertenecientes a las más altas esferas políticas y sociales que, gracias a sus variados recursos, accedían a grandes y completas villas ecológicas. Dicha élite, poseedora de infinitos recursos, vivía protegida con variados sistemas de seguridad; pues siempre estaba la amenaza de grupos anarquistas o saboteadores cansados de la desigualdad. En sus hogares, contaban con productos clasificados bajo los mayores estándares de calidad; en cuanto a la purificación del agua, aire y alimentos en general se refiere. Poseían grandes plantas abastecedoras robotizadas y sofisticados equipos electrónicos encargados del exhaustivo análisis y limpieza del ambiente, todos ellos ocupados en retirar cualquier indicio de riesgo o contaminación para sus privilegiados habitantes.

Los tejados amarillos; se acercaban lo más posible a los anteriores, pero no contaban con recursos suficientes y debían compartir con el resto de su colectividad en espacios comunes. Lo anterior propiciaba el riesgo de agentes contaminantes que ponían en peligro la seguridad de su bien más preciado; la vida.

Los tejados negros; correspondían a los grupos más pobres, sin recursos en lo absoluto, que dependían de la buena suerte y sus muchos esfuerzos por mantenerse sanos. Eran la fuerza trabajadora y en gran parte abastecedora de las otras dos comunidades. Su rebelión era impensable, dado que el aire que respiraban y el alimento que consumían era abastecido por la élite superior, lo que los hacía totalmente dependientes. Como si aquello no bastase, drones vigilantes fiscalizaban día y noche que no se mezclasen los grupos, castigando con la muerte a quien osare acercarse a las villas más favorecidas. Sumado a ello, un sistema de chips era insertado a cada recién nacido, lo que dictaminaba desde su nacimiento y hasta su muerte el lugar al cual pertenecía, permitiendo además conocer en cada minuto de su vida el lugar en el cual se desplazaba. Para este grupo, la libertad individual no existía.

Irónicamente a los humanos no los separaron las guerras, tampoco fueron segregados por diferencias políticas o territoriales, menos aún por temas religiosos o culturales. El cambio en su conducta y forma de vida simplemente fue determinado por una falla por parte de los científicos de todo el mundo que, incapaces de descubrir y desarrollar un nuevo antibiótico, dieron paso a que las bacterias fueran ganando terreno en desmedro de la vida humana en el planeta.

Milagrosamente, al cabo de las décadas, la población sobreviviente que fue creciendo resultó ser la de los Tejados Negros, dado que al vivir expuestos a más riesgos, sus organismos fueron capaces de dar mejores respuestas inmunitarias y crear antígenos, versus los muy pulcros y sobreprotegidos habitantes de los tejados verdes y amarillos.


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Nota: Este cuento está desarrollado a partir de la lectura de una noticia en relación a que desde hace más de 50 años científicos no descubren un nuevo antibiótico.

Proyectando, para el 2050, la población se verá mermada por enfermedades hoy comunes, pero que dado el nivel de resistencia adquirido por las bacterias, no habrá medicamentos capaces de enfrentarlas, convirtiendo cualquier enfermedad en una enfermedad catastrófica.

En la actualidad, científicos se encuentran trabajando en un antibiótico denominado Teixobactina, que es capaz de actuar contra cierto grupo de bacterias, pero no su totalidad. El coste de su producción estaría en “unos cientos de millones de dólares”.


M.D