Lleva el ululante romper de la noche
tatuado hasta el final del tiempo.
Necesita de la placidez de una mirada.
Perderse en ese juego único
de soplar en las ventanas el perfume
épico de cuando la mujer se baña en el agua
de un gran río tranquilo.
que recorre, como un milagro, todo su cuerpo.
Su risa acaricia, indolente,
el regreso íntimo de sus secretos profundos.
En la ansiedad generada por la penumbra,
odia que sean sus manos
las que contaminen el azúcar amargo
que destila su cuerpo.
En esa ausencia del otro, se complace buscando en el sur
la ilusión de un norte que le regale
la oscura ferocidad de una despedida de miel.
Texto agregado el 01-06-2016, y leído por 244
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