La siguiente historia sucede en una risueña y pequeña ciudad del altiplano mexicano, San Luis de la Paz, en el estado de Guanajuato. Baluarte de la guerra cristera, donde los habitantes de este lugar defendieron su fe y a la fecha los santorales son muy importantes y las principales fiestas de la ciudad.

Don Tacho, borrachín consuetudinario, tenía a orgullo ser muy macho. Nada que la mujer se le subiera a las barbas, aunque ella lavaba ajeno para mantener la casa, ya que él por estar ocupado en sus francachelas no tenía tiempo para cosas vulgares, como el trabajo. Además se emborrachaba todos los días con el dinero que le sacaba a su pobre madre. Y si la esposa le decía algo la golpeaba.

Un día amaneció muerto. La explicación era muy sencilla: la esposa, harta del mal trato, durante la noche aprovechó la embriaguez del marido y le dio a beber un vaso de aguardiente al que le puso una cucharada grande de veneno para ratas.

Nada habría sucedido, aparte de la muerte del sujeto, pero, el agente del ministerio público que fue a dar fe de la defunción era muy quisquilloso y le pareció raro el color del difunto. Se le hizo la autopsia y salió lo del veneno.

En el juicio el juez le preguntó:
—¿Por qué lo hiciste?
—Ya estaba “hasta el gorro” de sus malos tratos, y quise deshacerme de él. Pero decentemente. Mi religión prohíbe la disolución del matrimonio; no iba a divorciarme como una hereje.