Es allí donde te preguntas, si olvidaste o sigues recordando aquella sensación de tristeza agotadora, que carcome el alma llevándolo hasta el extremo de lo agotable, tocando fondo hasta morir sin dejar de respirar, helarse sin tener pizca de frío; aun cubierto con el resplandor de los rayos del sol, no se puede perder el iceberg de tu interior.
Solo el que lo ha vivido entendería lo que duele cuando tu mente, corazón y ganas caen en aquel barranco oscuro y vacío, sin final, esperando que las garras de aquella sombra llamada muerte, tome su lugar y finalice su trabajo.
No es sólo tristeza o lágrimas lo que acobija aquel sentimiento, es esa sensación de no poder respirar, no sólo por los fluidos que brotan de la nariz, si no, por ese dolor inagotable que nace una y otra vez de tu mente. Esa soledad deliciosamente tormentosa, porque aun queriendo dejarlo sigue estando allí para acompañarte. Y después de vivir cada una de estas cosas, creces pensando que no volverás a pasar por esto y decides ser metal y hielo seco.