Dios era un tipo gordo que se levantaba tarde los Domingos.
Tenía barba, en efecto. Pero no era blanca sino oscura y sin recortar.
Y vivía en el cuarto de azotea de una colonia popular.
A Dios le amaneció el lunes con la semana ocupada y con las manos llenas de melcocha femenina. Se le hizo tarde para asistir a los desvalidos y tener misericordia de los impíos.
Ese lunes encarcelaron a mis primos y le robaron los ahorros para los implantes de silicona a mis amigas prostitutas.
¡Qué desgracia cuando Dios se levanta tarde!
Llovió, toda la ciudad. Y los trenes grasientos se detuvieron cuarenta minutos sobre la calzada de Tlalpan. El vómito normal de filas de usuarios viajeros comenzó a desparramarse y todos terminaron botados bajo los toldos de las tiendas de abarrotes esperando a que parara el chaparrón de la orina celestial.
Finalmente Dios se sacudió y nos largamos en el camión gratuito.
Dios llegó a casa con un juguete nuevo y se gastó mucho dinero. Le dió de comer al perro, hizo abluciones para el mal aliento y se puso a chatear.
-Mañana haré magia- se dijo, con este nuevo juego de digitaciones.
Todos nos fuimos a dormir.
Al día siguiente las cosas en orden. Las desgracias sólo nos ocurren en fin de semana. Dios ha prometido que se levantará temprano la próxima vez pero como todo prestidigitador, sabemos que miente y hace trampa.