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Inicio / Cuenteros Locales / kirjava / De Nombres y Encuentros: Wonderland

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Caminaba con nerviosismo: sabía qué hacía allí, mas no si sería lo correcto, o incluso si…
«¡Basta!» me dije a mí misma sin aminorar el paso, y levantando la mirada con determinación. Sólo entonces me di cuenta de lo que me rodeaba. Al haber entrado con vacilación y algo de ansiedad, no me había percatado del hermoso paraíso en el que me había metido: un traslúcido e imponente lago yacía a mi izquierda, tranquilo, y aún más allá se alzaba una inmensa montaña con pico nevado y bosque por doquier. Una humilde cabaña estaba plantada un poco más allá de la orilla del lago, frente a mí, de la cual no me encontraba tan lejos.
«Es ella… de verdad que es ella…» me repetía mentalmente, aún sin poder creerlo.
Las aves parecían celebrar el suceso, mirándome desde las ramas bajas de los árboles y entonando dulces melodías. Al caminar un poco más, encontré unos zarzales y varios fresones rebosantes de roja y jugosa fruta.
«Aún aquí hay cosas como éstas…» no me sorprendía en realidad, pero los nervios y la emoción me impedían pararme un segundo a admirar los frutos, o a animarme a probarlos, siquiera.
Caminé más aprisa, entre corriendo y andando; entre llorando y riendo, y recordé lo que ponía Benito Taibo en palabras del tío Paco « De eso se trata la educación sentimental. De poder reírse y llorar cuando lo necesites. De no usar una fachada falsa de ti mismo. De construir los sentimientos con sensaciones aparentemente diferentes…»
Sonreí de oreja a oreja mientras me limpiaba lágrimas saladas con el dorso de la mano, corriendo, ahora sí, sin tregua.
Ahora la cabaña se encontraba frente a mí, y paré en seco el distinguir una figura sentada en una silla justo fuera de ella.
Traté de recuperar el aliento mientras terminaba de limpiarme el rostro, y aguantaba unas incontrolables ganas de recorrer la distancia que nos separaba.
Estaba dormida, plácida y sosegadamente, pero abrió los ojos con suavidad cuando me acerqué sutilmente.
Y sonrió, pero también sus pupilas delataban el desconcierto que sentía; seguramente se preguntaba cómo demonios había llegado ahí, y quién diantres era.
—Hola.—saludé con simpleza y una tímida sonrisa.
—Hola.—devolvió ella, poniéndose en pie y, ahora sí, mostrando una sonrisa verdadera.
—Yo…—ahora que lo pensaba, no me había dado cuenta de que seguía con la misma vestimenta con la que había dejado Rashtarg: botas de montaña, pantalones de algodón café, una blusa de lino blanca y una capa del color del musgo. Seguramente parecería sacada de algún cuento.—Yo… bueno, soy.—me aclaré la garganta y desvié la vista por un segundo hacia la inmensa montaña que se apreciaba del otro lado del lago.—bueno, ya nos conocíamos, algo así.
—¿Vienes de muy lejos?—preguntó entonces al tiempo que se acomodaba un mechón de pelo detrás de la oreja.
—No tienes idea…—sonreí.—Mi nombre es… bueno, me conocen con varios nombres, en realidad, pero el que más uso es el de Fénix.
—¿Para qué necesitas varios nombres?—curioseó ella, interesada.—por cierto, mi nombre es…
—¡Lo sé! Yo… sé quien eres, en realidad; es por eso que he venido.
Ella ladeó un poco la cabeza, entre confundida y encantada.
—Verás…—traté de darme a explicar, pero no encontraba las palabras adecuadas, por más de una razón.—quería conocerte, ¿sabes? Tenía muchas ganas desde hacía mucho tiempo, pero por varias situaciones, pues… no se había podido. Me conociste con otros nombres; dos, si mal no recuerdo.
Frunció ligeramente el ceño, pensativa; como si le hubiese acabado de dar un rompecabezas y ella estuviera, gustosa, tratando de resolverlo.
—Uno de ellos, —seguí, disfrutando el momento.— lo tomé de un libro de Phillip Pullman; del daimonion de un chico. Se llamaba Kirjava; el otro, es mi nombre humano, el que me pusieron mis padres.
Abrió los ojos con sorpresa, como entre alegre y confundida, pero sin dejar de sonreír.
—Eres Kirjava.—susurró, tratando de recordar de dónde le sonaba… y entonces sus pupilas brillaron con cierta nostalgia de la buena; de esa que te hace dar gracias por lo que pasó y evocar esos hermosos momentos. Seguramente estaría recordando un sinfín de otras cosas que escapaban de mi saber; personas, lugares, tiempos…
—Me conociste con ese nombre, y yo te conocí con otro.—sonreí nuevamente, pero esta vez fue más bien una sonrisa nostálgica, como cómplice.
—Es verdad… ahora todo aquello me resulta… como un sueño. Un hermoso sueño, pero distante.—confesó ella. La entendía perfectamente. Literalmente, un sueño.
—¿Y estás aquí, sola?—le pregunté entonces con sincera curiosidad.
—¡Oh, no!—se apresuró a aclarar, recuperando su sonrisa.—a veces vengo aquí, y de vez en cuando me visitan personas; ya sabes, cuando pueden entrar… y a veces visito yo, pero es diferente. Pero muchas veces voy a otros lugares, ¡lugares increíbles!
Lo sabía: lo entendía. A mí misma me habían visitado de la misma forma en que ella lo hacía, y había visitado lugares como los que ella decía.
En sueños.
Asentí en silencio, y justo entonces el paisaje cambió ligeramente. Los sonidos eran diferentes, y la percepción también: se había dado cuenta; eso pasaba cuando uno se daba cuenta y recordaba en su propio mundo de las maravillas, pareciéndose cada vez más a una pintura rococó de Antoine Watteau…
Pronto tendríamos que despedirnos.
—Sandra.—la llamé por uno de sus nombres.—me dio mucho gusto haberte conocido, de verdad: no tienes idea de cuanto, Nekari.
Ella volvió a sonreír y las dos nos acercamos más y nos abrazamos, aprovechando el momento, pues no estaba segura de si podría hacer lo mismo en un buen tiempo.
—Yo también.—para entonces, una niebla había cubierto todo el lago, haciendo desaparecer a la inmensa montaña. Se acercaba.—pero sabes, pasó cuando todo eso era bueno…
Después de todo no existían las coincidencias: no podía haber pasado de otra manera.
—«El día que sea un ser humano completo, lleno de sabiduría, comprensión y con capacidad de esfuerzo, que sepa darle la justa importancia a las cosas, que sea un apoyo y un modelo...» eso escribiste.—la cité, y ella asintió con una sonrisa, recordando aún más. Evocando, re-sintiendo.
Entones nos separamos, y nos vimos a los ojos, más claros aquí que en el lugar del que yo venía.
La niebla ya nos llegaba a los tobillos para entonces, y los sonidos parecían poseer una naturaleza reverberante.
—No sé si llegué a estar llena de sabiduría, o a ser un apoyo o modelo, pero…
—Para mí sí que lo fuiste.—la interrumpí.—y quería darte gracias personalmente: estoy segura de que no soy la única que piensa igual, ¿a que no?
Volvió a sonreír mientras la bruma trepaba ágilmente por nuestro pecho.
—Gracias.—le apreté ligeramente ambas manos.—Muchas gracias.
Un segundo después, la neblina se interpuso entre nosotras, y desperté con el rostro cubierto en lágrimas y una inmensa sonrisa en el rostro.





Para Nekari: donde quiera que estés, que sigues brillando aún, que sembraste semillas optimistas de alegría e ilusión. Gracias.

Texto agregado el 25-05-2016, y leído por 118 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
26-05-2016 Muy bien escrito. La prosa es justa. Los diálogos, apropiados. Sencillamente, esta muy bien escrito este texto. Su contenido, es simple pero muy entretenido. FELICITACIONES. Vale 5* dfabro
26-05-2016 Bellisima letras bien detallada y elaborada con eminente imágenes y un buen argumento tus letras tienen una belleza inmensa me gusta mucho como escribes te felicito saludos. 5***** john-anthony-
 
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