EL SACRIFICIO PARA COBRAR EL SUELDO
Mi mamá trabajaba como profesora en el pueblo, en el año de 1975. Claro está, que ella no solamente fue maestra en el perímetro urbano, también lo fue en las veredas de San Pedro, Cochía, Güita, Hato Parpa, Coscativá, Pueblo Nuevo, El Morro y otras. Allí, dictaba clases a los cursos de primero, primero adelantado, segundo, tercero, cuarto y quinto de primaria. Era la misma profesora para todos los cursos y todos en el mismo salón, separados por bancas.
Ella empezó a dictar clases a los 14 años y sus alumnos, en los 20 primeros años de trabajo promediaban edades entre los 17 y 18 años, es decir, tenía estudiantes hasta de 25 años. El número de alumnos llegaba a los 180.
En sus inicios, le pagaban cada tres o seis meses, pero ella no tenía necesidad del sueldo, por eso no se le hacía largo el tiempo para recibir su pago. Pues ella, era de una familia acomodada y lo que recibía era para estar a la moda y gastarse la plata con sus sobrinas Flor Ángela, Marina y Rita.
En esa época, el estudiante que terminaba quinto de primaria era muy respetado, porque no todos tenían esa posibilidad, ni todos llegaban a culminar su primaría, ni mucho menos acceder a un bachillerato. El que estudiaba bachillerato, era una eminencia, primero porque tenía buen rendimiento académico y segundo porque sus papás podían sostenerlo en un colegio de Tunja o de Bogotá.
Muchos de ellos, tiempo después, se acercaban a la casa en el pueblo, ubicada en la Calle 5B No 1 A 24 a darle las gracias por haberlos formado y enseñado lo esencial para la vida.
Yo estaba muy pequeño, tendría unos 10 años y me acuerdo que le decían una y otra vez, “que si no hubiese sido por la vara que les había dado, no habrían sido nada en la vida”. Y es que el castigo en esa época no solo se daba con regla en la mano, ni arrodillados por no aprenderse la lección, sino también el que no hiciera las tareas o fuera irrespetuoso con sus compañeros o con la profesora se ganaba un par de varazos. Me acuerdo que en Pueblo Nuevo, por allá en los años 75, frente a la escuela, había un vivero y este, estaba cercado con pinos. Y don Leonardo, el administrador, cada que podaba los pinos llegaba a la escuela con un brazado de varas de aproximadamente un metro de largo para que castigará a los estudiantes. Por supuesto era odiado por toda la escuela.
Cada que terminaba un mes de trabajo y que se llegaba la hora de ir a cobrar el sueldo se enfermaba. Se enfermaba, porque donde le pagaban su sueldo era en la población vecina de Socha, está es la capital de la Provincia de Valderrama y allí, por supuesto era donde había una sede de la Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero.
Ocho días antes de viajar a Socha, tenía que tomarse una pastilla de “no mareo” la cual le evitaba que se trasbocara en el bus. Viajaba a las seis de la mañana en el bus que trasportaba los pasajeros entre los pueblos en la flota Expreso Paz de Río y que su viaje duraba una hora, allí se encontraba con sus colegas que viajaban de otros pueblos en la misma misión.
Una vez cobraba su sueldo, ella y sus compañeros docentes, visitaban todos los almacenes en busca de zapatos, vestidos, joyas, medias veladas para lucir como todos unos docentes, los cuales eran respetados por todo el pueblo. Ser profesor era sinónimo de respeto. También compraban quesos, repollitas, pan y muchas cosas más para llevar a sus hijos.
Y rápidamente se aprestaba, para devolverse en el bus de las once de la mañana y nosotros sus hijos Javier, Yaneth y yo, esperábamos con ansias la llegada de mi mamá, porque nos traía muchas cosas ricas para comer o nos ponía a estrenar ya fuera zapatos o ropa.
Nos entregaba las cosas y debía irse a recostar porque el viaje le producía vómito y malestar y aunque se tomara un mejoral, no le quitaba ese padecimiento y así permanecía por lo menos tres días, acostada, sin ruido y sin poder comer, por eso el ir a cobrar el sueldo se le convertía en un sacrificio.
|