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Se llamaba Virginia, pero la apodaban “el Flan”; a los veinticuatro años, de virgen ya no tenía nada y los entendidos decían que el apodo le quedaba como anillo al dedo, porque tenía la piel suavecita y tibia al tacto, una boca sensual de labios ligeramente gruesos, ojos cafés de un mirar profundo y lo mejor, un cuerpo de tentación con una cadera cimbreante, dos nalgas bien puestas y un par de tetas de antología, que al caminar, se movían tentadoramente con las caderas y el trasero. Era de Monterrey, vivía sola y las malas lenguas juraban que era bien piruja.
Siempre que la miraba pasar, se me atragantaba la saliva y me daban unas ganas tremendas de acercarme y chulearla; me detenían mis diecisiete años y que pudiera burlarse de mí. Ella sabía perfectamente la expectación que me causaba; cuando nos cruzábamos, su rostro esbozaba una sonrisa muy leve que era para ella misma y no para conmigo, porque nunca me miraba. Caminaba más despacio y si cabe decirlo, hacía “temblar” más sus atributos naturales, para dejarme también temblando. Seguramente hacía lo mismo con todos, conocía perfectamente lo que se traía entre manos (bueno, entre nalgas, cadera y “bubis”). “El Flan” pasaba y yo me derretía.
Andaba con un fulano bastante mayor que ella, que venía a buscarla por las tardes en un Audi A4 nuevecito, color rojo. El tipo hacía sonar el claxon y poco después salía ella, bellísima y despampanante. Puedo contar todo esto, porque “el Flan” vivía a cuatro casas de la mía. Me dolía que así fuera. Ella estaba tan cerca y yo ni siquiera le hablaba.

Un sábado por la noche, al regresar de una fiesta, vi subirse apresuradamente al Audi rojo, al tipo que andaba con “el Flan”. Encendió las luces y arrancó el automóvil como alma que lleva el diablo, haciendo chirriar las llantas. La calle estaba sola, o casi; parada frente a mi casa estaba Virginia, cubriéndose la cara con ambas manos y sollozando. Al oír pasos, se descubrió el rostro y me miró. La sangre manaba abundantemente de su nariz, el pómulo izquierdo aparecía enrojecido y sus ojos, eran dos enormes arañas de rimel, corrido por las lágrimas. Se miraba tan indefensa, tan desamparada, que en ese momento el miedo que siempre me atosigaba frente a ella, se me olvidó.
- ¿Puedo ayudarte? ¿estás bien?- pregunté.
- Estoy bien; lo que pasa es que ese mal nacido me golpeó en el rostro.
La sangre seguía brotando como fuente de su nariz, así que saqué mi pañuelo y se lo di.
- Toma, trata de pararte la hemorragia con esto.
- Gracias, eres muy gentil.
El pañuelo ayudó poco, rápidamente se fue empapando de sangre; el golpe había sido tan acertado, que la nariz y el pómulo lastimado comenzaban a inflamarse feamente.
- Deja ayudarte un poco más, siéntate aquí, en la orilla de la banqueta y levanta la cara.
Me quité la playera que llevaba puesta y con un extremo, traté de aplicarlo al poro por donde la hemorragia era más fuerte. Al quedarme con el torso desnudo, se rió.
- Te vas a enfermar, la noche está muy fría.
- Tú tampoco vienes muy tapada, el vestido que traes no te cubre gran cosa.
Porque ella traía puesto un vestido negro muy corto, precioso, que dejaba ver sus largas piernas morenas, hasta la mitad de los muslos y la imaginación podía suponer, qué había más arriba.
- Como veníamos en el auto no tenía frío. Ahora tampoco tengo, el berrinche me tiene hecha una furia contra ese hijo de la chingada.
- ¿Por qué te golpeó?
- Es que le dije que ya no quería nada con él, que ya estaba harta de sus pendejadas, que el tendría mucho dinero, pero que yo, puta o lo que fuera, me acostaba con quien se me daba la gana, que mi cuerpo era mío y yo sabía a quién se lo daba.
- Con razón te pegó. A nadie le gusta escuchar eso. Ya se paró la hemorragia; ¿estás mejor? Ya traes bien inflamada la nariz y el cachete.
- Me veo horrible, ¿verdad?
- No, ¿cómo crees?
- ¿Cómo te llamas?
- Alberto.
- ¿Vives aquí, verdad?
Asentí con la cabeza.
- Te veo a veces cuando paso, siempre te me quedas mirando como menso.
Agaché la cabeza sin decir nada.
- No te apenes; estoy muy agradecida contigo por haberme ayudado. Me quedo con tu camisa y el pañuelo, los lavo y te los entrego cuando estén limpios. Necesitas taparte con algo o te vas a enfermar.
Y al decirlo, estiró la mano y me tocó en el pecho desnudo. Y era verdad, la piel de su mano era suave y tibia. Me estremecí.
- ¿Me dejarías darte un beso?- dijo.
- Si tú quieres.
Acerqué mi mejilla a su rostro, pero no me dio el beso.
- No, aquí no. Veo que estás temblando, te mueres de frío.
Y de miedo, pensé yo.
- Ven, vamos a mi casa.
Me dejé llevar cuatro casas más allá. Buscó la llave en su bolso y abrió la puerta. El lugar era un departamento pequeño, amueblado con sencillez y adornado con cierto gusto.
- No te fijes en lo tirado que está, no soy muy adicta a la limpieza. Siéntate y espera un momento.
Se fue y regresó con una camisa y un poco de hielo que se aplicó al rostro.
- Es del pendejo aquél, pero creo que te servirá.
Me ayudó a ponérmela. Lo hizo lentamente y su cercanía me puso nervioso.
- ¿Te gusto?- murmuró.
“El Flan” se paró frente a mí, pasó sus brazos alrededor de mi cuello y dijo:
- Si no te da asco mi cara y mi nariz hinchada, ¿quieres besarme en los labios?...
Como si el flan fuera yo, me di cuenta de que todo me temblaba.
Ella sonrió suavemente y casi me desvanecí, cuando sus labios buscaron el contacto de los míos y pude por fin, probar el sabor de aquella boca tan deseada.
A partir de ese momento me perdí. No supe qué hice ni cómo sucedieron las cosas; pero aquella noche, apuré el postre con fruición; “El Flan”, completo, fue para mí.

Texto agregado el 23-05-2016, y leído por 280 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
11-06-2016 Temblar de miedo o de deseos ante un postre así, ah… mi querido, vale todos los riesgos del mundo. Bellísimo relato, tan bien plasmado como siempre. Un abrazo, mi querido Mario, uno fullote. SOFIAMA
28-05-2016 Siempre pienso en esos chicos que se enamoran de mujeres mayores y me provoca pena. En este caso pudo realizar lo que deseaba . Está muy bien contado y una imagina todo***** Excelente Te felicito. Un abrazo Victoria 6236013
27-05-2016 ¡Nombre! está muy bueno este cuento. Una humilde observación: mencionas "nalgas caderas y tetas", y más delante repites las mismas partes de su cuerpo pero cambiando "tetas" por "bubis". Dos palabras que trasmiten sensaciones distintas, al menos si eres de México. borrador
25-05-2016 Buena actuación! Jajaja! ***** Clorinda
24-05-2016 Muy buena narrativa. Un cuento que ofrece matices. ***** deojota51
23-05-2016 Jejejeee...Se siente lo que el joven, en esos tiempos tempranos del despertar afectivo/sexual. Me encantó, Mario!!!Un beso.***** MujerDiosa
 
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