Comenzó un pequeño corazón a latir detrás de la apariencia relativa de huevo. Siguió su curso y lentamente fue siguiendo su ritmo. Se perfeccionó dentro de esa cáscara que lo contenía. Creció de volumen latiendo junto a miles de células que se volatizaban en un conjunto increíbles de pequeñas partículas voladoras.
Su cuerpo de rosa y piel en pétalos no interfirió en su latir. A cada uno de esos latidos lo acompañaba el crecimiento mental que poseía dentro de su cavidad. Allí se desarrollaban las conexiones más increíbles, su corazón era auténtico, diferente y poderoso. Un día el fuego fue absorbiendo su cascarón, se fue rajando y sus partes blancas se convirtieron en escamas negras, secas y desechables.
Él salió a recorrer una senda especial. Su libertad le era permitida. Fue creado para diversas emociones. Fue clonado sin recuerdos, sin escrúpulos.
Comenzó su andar sin cuerpo, sin alma, sin razón. Solo tenía un señuelo, su propio corazón que en cada latido formaba mares, ríos y montañas, y el mundo creció desde ese pequeño lugar, latiendo.
Así fue encontrando lugares, huecos, campos, ciudades y forestaciones.
Luchó con el mal y se llevó todo su contenido a su profundo e infinito corazón que no tenía ni principio, ni fin, solo parecía ser pequeño... no lo era.
El mundo fue absorbido lentamente. Las personas fueron desapareciendo. No existía lugar seguro, él arrasaba con todos, los volatizaba.
Luego de un corto período de prueba fue llamado a informar de su estado y trabajo. Comenzó nuevamente el proceso del huevo.
Ya dentro de su cavidad fue latiendo cada vez más lento buscando el camino de su inmortalidad, se fue durmiendo. Su cáscara se partió al cerrarse el círculo destruyéndose en la tierra sin dejar rastro.
Él llego a su oficina de caracol. Llamó a su puerta. Los sensores funcionaron rápidamente. Fue tragado por la brisa concentrada y tan azul como el mismo cielo. Allí encontró su cuerpo, se metió en él, se vistió correctamente como correspondía estar frente a su superior.
Una nube lo transportó suavemente frente al reino de los cielos. Tomó su espacio ya destinado y esperó su tiempo.
Cuando el Señor de los cielos llegó, no sabía exactamente cuántos milenios hacía que lo esperaba.
Un suave viento profundo y delicado levantó un atril. Allí, frente a él, se encontraba su Dios que lo observaba con mucho amor.
Rápidamente fue relatando todo lo que había hecho en la Tierra. El Señor ya lo sabía de antemano pues todo lo observaba.
Le dijo: “Hijo ya cumpliste con mi mandato, sacaste mucha maldad, pero aún hay tantas rodando por ese globo terráqueo que tendrás que regresar. No será ahora. Tendrás tu sueño de recompensa, dormirás tanto como sea necesario, hasta que tu latido regrese a la vida y volverás a dejar allí todas las cosas como estaban antes que tú llegaras. El ser humano necesita un castigo, ese será su castigo, tratar de hacer ellos solos las cosas bien, volver a un estado de paz y de amor sin corrupción”.
En silencio Dios mira, ve y comprende que el ser humano no cambia. Y cree en la necesidad de mandar a sus ángeles nuevamente, pero aún les dará un tiempo más, que para él son apenas miles de años en un solo día de la tierra.
El corazón se fundió en un sueño reparador…
Autor: Alessandrini María del Rosario
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