El dominio del silencio nocturno en el campo es tal, que hace un momento escuché el zumbido peculiar de un grillo. Su distintivo sonido monótono me hizo remontar al México prehispánico, en el lugar conocido como Cerro del Chapulín y que precisamente tomó ese nombre por los muchos saltamontes que se encontraban en aquél lugar. Cuenta Bernal Díaz del Castillo en su Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España, que había una gran laguna de agua dulce que salía de Chapultepec y proveía la gran ciudad de los mexicas gobernados en aquel entonces por el tlatoani Moctezuma.
De pronto, interrumpe mi cavilación del pasado otro sonido diferente, ahora es el teléfono celular y no el grillo que me avisa que son las 11 de la noche. El grillo dejó de hacer su gutural sonido, se fue, se espantó, se quedó inmóvil, no lo sé. El sonido característico de una fábrica de papel se escucha también a lo lejos anunciando la salida de los obreros, percibo también el sonido lento de un esforzado ferrocarril de carga que sufre para ascender una pesada cuesta de la ruta México a Veracruz.
Son ahora otros sonidos, alguna vez escuche decir a mi padre que “eran los sonidos de la modernidad”. Pero habría que preguntarse si el grillo y Bernal Díaz del Castillo pensarían ahora lo mismo. En fin, no lo sé, cierro el zipper de la tienda de campaña, mañana seguramente se presentarán otros sonidos olvidados.