Como contestación a la muerte inesperada de su padre cuando tenía diez años, empezó a levantarse por la noche sonámbula. Algo se le rompió por dentro y comenzó a errar por la casa a horas intempestivas, cuando todo el mundo reposaba.
A menudo su abuela, con la cual dormía, abortaba las excursiones nocturnas de la nieta si la sentía.
Desde entonces le quedó un miedo terrible al sonambulismo propio y ajeno. Le asustaba lo que se podía hacer en ese raro estado entre el sueño y la vigilia.
Un año más tarde de la muerte del padre, se fue interna a un colegio a una hora de la localidad natal. Por las noches se desvelaba en su celda, que no tenía puerta, ante la posibilidad de que ella misma se levantara de noche; pero no solo la atemorizaba su sonambulismo sino también el ajeno.
A la entrada de su dormitorio había una baldosa suelta en el pasillo.No era capaz de conciliar el sueño imaginando que una compañera interna se levantaba sonámbula y, al llegar a la altura de su cuarto, pisaba la baldosa hueca, que hacía un leve ruido. Seguía así horas y horas recorriendo el pasillo, lo que provocaba el insomnio de la pequeña que la veía asomar la cabeza a su puerta, muerta de miedo.
Esta escena se repetía todas las noches con precisión cronométrica casusando el desvelo y el espanto de la niña, que solo logró superar el sonambulismo cuando fue cicatrizando la herida de su orfandad. Mas nunca logró superar el pasmo ante ese raro hecho.