Me gusta mucho la playa. Siempre que tengo la oportunidad de ir voy. Acostarme en la arena, broncearme, hacer castillos de arena, buscar caracolas en la arena, ver el atardecer y, desde luego, bañarme en el mar son las cosas que más disfruto cuando voy.
Siempre que voy me llevo una interesante experiencia de regreso, pero ninguna tan peculiar como la que les relataré a continuación. Es tan singular mi historia que, seguramente, dejará pensativos a muchos:
Había mucho calor en mi casa el día lunes. Fue la estación de verano más calurosa que he vivido.
-Bueno –pensé-, con este calor tengo una buena excusa para ir a la playa.
No perdí tiempo y me alisté rápido. Pensé que, como hacía mucho calor, mi playa favorita estaría abarrotada de personas. Pero no fue así. En el estacionamiento solo había un vehículo. Me puse mi traje de baño lo más rápido que pude, pues el calor me estaba matando.
Lo pasé de lo lindo ese día. Me bronceé, hice un par de castillos de arena, me bañé en el mar, me acosté en la arena… ¡y muchas cosas más!
Cuando el sol comenzaba a declinar, a eso de las 5:30 PM, me puse a buscar caracolas. Luego de recolectar 10 puse mi vista en el horizonte. El sol se estaba ocultando. Se veía tan hermoso… pero no me llamó la atención. Lo que captó mi interés fue el hombre que lo observaba.
Era un hombre de mi misma edad. Vestía una camisa blanca y una calzoneta azul (se veía muy guapo, por cierto). Veía el horizonte con las manos atrás. Me acerqué a el sin perturbarlo. Me puse a su lado con la misma postura que el tenía.
-Lindo horizonte –dijo volteando la cabeza-, ¿verdad?
-Así es –respondí. El hombre volvió a observar el horizonte.
-Este tipo de paisaje –continuó diciendo- me trae nostalgia- me hace pensar en las cosas que pude haber hecho… -suspiro- pero no las hice. Por ejemplo, ¿nunca pensó que su amor pudo haber estado siempre a su lado y no pudo darse cuenta de ello?
-No.
-Pues yo si… y es triste. Es triste saber que tú sabes que serían una buena pareja juntos pero… ella ni siquiera sabe que tú existes.
-¿Por qué no trató de decírselo?
-Trate de hacerlo pero… pero no pude hacerlo. ¡No pude hacerlo porque…! Era mayor el miedo al rechazo, que el valor de intentarlo.
-Se le salieron las lágrimas al hombre. Cerró los ojos. A mí también me dieron ganas de llorar.
-Lo siento –le dije poniendo mi mano en su hombro.
-No, yo lo siento –me dijo quitando mi mano de su hombro.
-¿Cuál es tu nombre?
-Mauricio.
Mauricio… ese nombre me parecía familiar. ¿Dónde lo había escuchado…? ¡Ah sí! Ese era el nombre de un compañero de secundaria.
-Lamento que la haya hecho perder el tiempo –continuó diciendo el hombre al tiempo que se daba vuelta-. Tiempo perdido como ese y el de mi historia no vuelve a recuperarse jamás.
Comenzó a caminar. Luego de 5 metros empezó a decir:
-Miriam, Miriam… ¿Por qué no te diste cuenta Miriam?
Cuando terminó de decir esas palabras me di cuenta de todo. No tenía dudas de que este hombre era mi compañero de secundaria Mauricio. Recordé todas esas tarjetas y flores es San Valentín que había tirado a la basura. Recordé esos poemas y regalos con al firma: “tu admirador secreto” que había quemado. Recordé todas las bellas cartas recibidas en los 3 años de estudio que había roto en miles de pedacitos y me sentí mal, muy mal. Debía compensarlo pero, ¿cómo? No tengo idea de donde salieron las palabras que dije a continuación:
-¡Mauricio! –exclamé. El se detuvo-. Soy Miriam. Me siento mal por lo que te hice y quiero compensarte. ¿Aún te gusto?
-Si –dijo sin voltear.
-Pues entonces, ¿por qué no te casas conmigo?
Se dio la vuelta y sonrió.
-Creo que ya es tarde para eso –dijo mientras se acercaba.
-¿Por qué?
-¡Papa, papi!
Levantamos la vista. Dos niñas corrían hacia Mauricio.
-Papi, dice mami que ya es hora de irnos –dijo una de ellas.
-Dile a tu madre que ya regreso.
-¿Quién es ella? –preguntó la otra niña un poco molesta.
-Es solo una vieja amiga de la secundaria.
Ambas niñas asintieron con la cabeza.
-De acuerdo, más te vale, ¿eh?
Las dos niñas se pusieron a correr otra vez.
-Por eso –dijo Mauricio. No respondí. Sentía mucha vergüenza por lo que había dicho. Mauricio dio media vuelta y comenzó a caminar. Luego de unos metros se volteó y me dijo:
-Te lo dije Miriam. Tiempo perdido como ese… no se recupera nunca.
Y siguió caminando hasta que llegó a unas escaleras, donde una mujer y las dos niñas lo esperaban.
FIN |