Noche de fin de semana, tres parejas comparten la sobremesa de una cena en el bistró Eloise Chic Cuisine, sobre la Avenida de la Revolución, luego de una velada teatral donde disfrutaron de Infieles, la obra del chileno Marco Antonio de la Parra, que se estrenó esa misma noche en el Foro La Gruta del Centro Cultural Helénico, a media cuadra sobre la misma avenida en México, Distrito Federal.
El bistró es un lugar pequeño pero muy a gusto para parejas y grupo pequeño de amigos, sin ser lujoso es acogedor, el éxito de la temporada teatral que ha convocado mas publico de lo esperado, le brinda una oportunidad para ofrecer sus servicios al público teatral y en ocasiones a los propios actores.
Las parejas, mientras disfrutan del cebiche, la crema de jitomate rotulado, las costillas de cordero con mostaza que han ordenado, y antes de llegar al postre, el pan de plátano, se han enfrascado en discutir distintos aspectos de la obra, ponderando tal o cual actuación y algunos detalles del escenario.
Pero bien pronto, incitados por el tequila y la temática teatral, se sumergen en intercambiar opiniones sobre lo que el título Infieles significa, volcando sus respectivos puntos de vista.
Susana y Javier, es una pareja cuarentona, española, que reside en México desde hace cinco años aproximadamente, llevan siete años de casados, y por razones laborales de Susana, han debido dejar su país europeo para residir en la tierra azteca.
Ambos son fieles defensores de la monogamia y absolutamente opuestos a la infidelidad, a la que entienden como una transgresión a los mandatos divinos y a las virtudes naturales que deben preservar la unidad y la pureza del matrimonio y la familia.
Destacan de en su férrea defensa que los dos descubrieron los placeres carnales una vez arribados al matrimonio, y que por sus firmes convicciones, pese a que se sintieron tentados en diversas oportunidades, jamás accedieron, ni hubieran accedido a relaciones pre matrimoniales.
Lucía y Ramiro, de una edad aproximada y que parecen oficiar de anfitriones, puesto que ambos son mexicanos, discrepan con ellos. Ramiro sostiene que quien debe guardar fidelidad en el matrimonio es la mujer, puesto que es la que garantiza la probidad en la descendencia y que, por su propia naturaleza, al hombre se le deben permitir ciertas libertades, las cuales, sostiene, no deben ser tomadas como infidelidad, puesto que mientras continúe siendo el sostén del hogar y no se vanaglorie de sus proezas extramaritales, dichas aventuras no son más que “escapes” que se permite en la rutina del hogar.
Lucía se opone a ello, y defiende a capa y espada, la igualdad de género, por lo cual, o ambos deben ser fieles o a ambos les está permitido encontrar fuera del lecho marital, lo que en él no encuentra, y que si bien, ella no ha experimentado hasta ese momento tal necesidad, no dudaría un instante en realizarla si se dieran las circunstancias.
Tal disparidad de opiniones y, sobre todo, la feminista posición de Lucía, prontamente acalora el intercambio de palabras entre el matrimonio español, a quienes se pliega Ramiro, tratando de desbaratar los argumentos de Lucía, la que no se amilana ante tales embates, siempre dejando en claro que su opinión es solo, y de momento, teórica.
Daniela, de vacaciones en México junto a su pareja Felipe, ambos argentinos y con poco más de cincuenta años, trata de terciar en la conversación, argumentando que existen razones de circunstancias que van desde la armonía conyugal a la imposibilidad para comunicarse, de la crisis de valores al dolor y la rabia, al desequilibrio de la desesperanza y la muerte, que pueden llegar a justificar la infidelidad, pero considera que antes de dar tal paso, es preferible un planteamiento sincero y una inmediata separación por una cuestión de respeto mutuo.
Ante el silencio mantenido por Felipe, ya casi finalizando la degustación del postre, casi al unísono los cinco contertulios lo interrogan acerca de su opinión.
Felipe pasa la servilleta sobre su boca, mientras con la otra mano hace una seña al mozo para que sirva otra ronda de tequila con su correspondiente sal y limón, reclina un poco la silla hacia atrás, mira uno por uno a sus ocasionales compañeros de tertulia, se quita las gafas dejándolas sobre la mesa, y ante el expectante silencio dice:
- La infidelidad no existe, mis estimados.
Obvio resulta decir la sorpresa que causa en la mesa su afirmación e inmediatamente un serie de interrogantes debidamente acompañados con sutiles y no tan sutiles ejemplos le son lanzados para demostrar lo erróneo de sus dichos.
Luego de que el mozo dejara sobre la mesa el reciente pedido, y de que Ramiro, como local sirviera las correspondientes copas, Felipe decidió explicarse.
- Para no herir susceptibilidades, supongamos que existe una pareja, y en este caso no importa si son de ambos sexos o de un mismo sexo, y que, luego de una vida en común, donde tampoco nos importa por cuanto tiempo, se ha producido entre ambos, eso que en mi país denominamos acostumbramiento, que los lleva a vivir como hermanos, compartiendo cosas en común, pero sin que exista entre ellos más que cariño mutuo, pero ya no verdadero amor y mucho menos pasión. ¿Se puede dar el caso no?
- Por supuesto, responde Lucía, con el mudo asentimiento de los demás.
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- Bien, si tal es el caso y ambos son felices viviendo así, ¿a alguno de los dos le podría llegar a importar que el otro besara en la mejilla a un extraño a la pareja? Como descuento que me van a decir que no, pero que eso no cataloga como infidelidad, me atrevo a preguntarles ¿cual es la diferencia entre dar un beso en la mejilla y tener relaciones sexuales con esa tercera persona? No hay diferencia, porque en verdad, poco importa a cada uno lo que el otro haga fuera del hogar, puede resultar que a cada uno le interese nunca enterarse de que ello ha ocurrido, es cierto, pero importarle, verdaderamente importarle no creo que ocurra, porque su pacto de convivencia, por decirlo de alguna manera, en modo alguno incluye lo sexual.
Ramiro trata de sacar ventaja en defensa de su tesis y se atreve a decir que está casi de acuerdo con lo sostenido por Felipe, los demás no resultan tan convencidos.
- Pero lo importante - continúa Felipe - lo realmente importante es si en esta hipotética pareja existe amor entre ambos. No hablo de ese amor que se dice por costumbre, después de varios años de casados, sino de un amor que quema las entrañas como en el primer día y desde el primer día, un amor que se perpetúa y se manifiesta a cada momento. Digamos un amor, amor, para decirlo de alguna manera.
- Entonces no puede haber infidelidad –casi gritan al mismo tiempo Susana y Javier – habiendo un amor como el que tú dices nadie tiene necesidad de buscar cosas por allí.
- Dije amor – sostiene Felipe – pero no felicidad. Puede ocurrir, y nos sorprenderíamos todos de ver con cuanta frecuencia ocurre, que no siempre el amor viene acompañado de la felicidad, por lo menos de la felicidad y del placer que lo sexual brinda.
- Si separamos amor de felicidad, sexual en la ocasión, – se envalentona Felipe – y uno de los integrantes de la pareja encuentra esa felicidad que le complementa la vida en una relación, como ustedes le llama extra matrimonial, ¿no sería un acto de amor, de verdadero amor, dejar que pueda ser feliz aquella persona que amamos con un tercero? ¿No desearíamos lo mejor para él o ella, no importa ahora cual, que sea feliz en todos los aspectos de su vida? ¿Seríamos tan mezquinos como para no permitirle disfrutar de aquello que desea? En mi opinión, si existe verdadero y fuerte amor, se debe consentir y aún alentar que se lleve a cabo ese acto que llena de felicidad a nuestra pareja, y si es así, no hay infidelidad alguna porque ello se consiente, por lo tanto la infidelidad no existe. Como mucho menos existe cuando el amor tampoco está presente. Mis queridos amigos, la infidelidad es un tabú, como tantos otros que han sido instalado para castrarnos. Lo que existe es la libertad y el respeto al otro.
- Susana, Lucía, Daniela – finaliza Felipe – ¿son ustedes total y absolutamente felices? ¿Puedes sinceramente decir lo mismo, Ramiro o vos Javier?
Todos, excepto Felipe, apuraron el último trago de tequila. |