COSAS DEL CICLISMO DE MONTAÑA… “CICLEANDO CON MI HERMANO LEONARDO”
Con el privilegio que tenemos los cuencanos de vivir en una ciudad tan bella, tanto en su centro histórico, como en su parte moderna y sus alrededores; el día sábado, pedaleamos en ascenso por las muy conocidas cruces, a minutos de la parroquia San Joaquín; un ascenso muy bonito y “sin peligro alguno”. Llegamos hasta la “Y” sin novedades, y decidimos terminar la travesía llegando al pajonal. Disfrutamos de un muy lindo paisaje, un mirador extraordinario, de donde se vea a la redonda, Cuenca y sus alrededores; bellas y majestuosas montañas, las que lamentablemente muestran las huellas del maltrato de los motociclistas que frecuentan dicho lugar. Bajando hacia Cuenca, a la altura de la “Y”, aún en el cerro, intempestivamente nos salen a mi hermano LEONARDO y a mí, una jauría de siete perros de todos los tamaños y colores, unos cafés, otros negros, unos blancos, otros amarillos, y unos camuflados de varios colores, los que como en venganza de algo del pasado, se ensañan con mi prenombrado hermano, mansa paloma que no hace daño ni a una mosca, por la bondad que le caracteriza, y quienes le conocen, no me dejan mentir; unos le mordían las llantas, otros le mordían los zapatos, otros se ponían delante de la bici para detener su rodada y para que sus acólitos puedan atacar, mientras otros atacaban por la espalda; daban alaridos como si estuvieran matando a alguien, unos aullaban, otros ladraban enfurecidos, otros lloraban, un verdadero manicomio; no acerté cómo ayudarlo, a ratos me salía la risa, a ratos les gritaba muy enérgico, pero estos avezados maleantes, hacían caso omiso a mis intentos disuasivos, viéndome a la cara se burlaban de mi persona, y amenazaban con ser Yo la próxima victima... Indefenso el hombre en su bicicleta, no hizo más que subir sus largas piernas para no ser mordido por los rabiosos animales, lamentablemente, la distancia no fue la suficiente como para no ser alcanzado por sus acosadores, pues estos malandrines, sabedores de su oficio, muy astutos, subieron uno en otro dando alcance a sus blancas y gruesas extremidades, e inevitablemente el pobre ciclista recibió el alago del más grande de ellos, quien se colgó por un instante de tan apetecido manjar. Dejó su bicicleta a un lado de la carretera, con mucha firmeza y decisión, se dirigió cerro arriba, con pasos firmes, cual soldado, embebido de Patriotismo, con ese amor incondicional a su bandera, con la sublimidad que significa la Patria, buscó el camino de su agresor, quien no sospechaba de lo que le esperaba, pero al ver la cara de quien otrora fuera su víctima, con la expresión propia de “SI TE COJO TE MATO”, huyó despavorido junto con sus compinches, por el llano, cerro arriba, pasando el animal de perseguidor a perseguido; Yo no sabía que iba a hacer, ni cómo proceder, me limité a “cuidar las bicicletas” je, je… en mis adentros, pensaba; ¡pobre animal no sabe con quién se metió!… je, je. A los cinco minutos contados, el cazador, sin armas, sin ayuda, sin transporte, sin perros cazadores, sin nada más que sus “pequeñas” manos, ni con una cuerda siquiera, en franca disminución de su estado físico, pues llevaba una pierna herida, regresó con su presa… colgaba el infortunado animal del cuello, tenía la apariencia de haber visto al diablo, llevaba fuera la lengua, los ojos desorbitados, las lanas paradas, erizado cual puerto espín… me quedé estupefacto, sin reacción… La gente del lugar, curiosos quienes no se perdieron ni una sola escena de la dantesca batalla, se hacían a un lado, abrían paso, para el hombre y su presa; se limitaron solo a observar, pues no era prudente abrir la boca en esos momentos tan delicados… Encontró una vieja cuerda, amarró al aterrorizado y desencajado animal, montó su bicicleta y se lo llevó. Cuesta abajo, después de unos kilómetros recorridos, simplemente era sorprendente para quienes presenciamos tan heroico acto, observar; parecía perro propio, de esos que se crían desde que nacen, el animal y su captor eran uno solo, se trataba de un ciclista y su mascota paseando por la montaña; EL ANIMAL ENTENDIÓ, que más le valía ceder y unirse a su enemigo, que seguirle teniendo de enemigo a tan suigéneris personaje, je, je. Ya abajo, embarcó al animal en el auto, subió su bicicleta, y fueron a su casa; aquí el perro agresor, o digamos la presa, fue recibido amablemente por sus siete congéneres, a los pocos minutos recibió alimentación y agua, disponiéndose se caliente el agua para su respectivo baño de espuma. En escasas 24 horas de su desacertada decisión, el animal ERA YA UN MIEMBRO MÁS DE LA FAMILIA. Todos juntos disfrutaron del baño, pues el animal resultó ser un perro tierno y fiel. Recibió el baño sin chistar, al contrario lo disfruto sobremanera, al igual que las niñas su madre y para colmo, SU CAPTOR…
Pero todo tiene su fin, habían pasado ya los ocho días de rigor para la observación al animal. El tiempo pasó, inexorables se desvanecen los minutos, las horas, los días, el plazo para el animal ¡acabó! debe regresar a su reducto, a las montañas, allá donde pertenece, allá de donde fue apartado con alevosía y deshonor…
Vuelve embarcar en el vehículo al canino y tras él sus amigas, las dos hijas del “secuestrador”…
Las cosas no eran igual que antes, ahora el can era su perro y para el perro aquel era su amo. Dolorosa será la despedida, pues las niñas que lo acompañan y su misma madre se habían encariñado con el animal. Respetaba la casa, no ensuciaba sino en un solo lugar, no ingresaba, comía lo que le daban, no molestaba a sus congéneres, todos lo querían. Jugaba, saltaba, corría, era para las niñas otro amigo más, y para el secuestrador convertido en amo lo propio, el más obediente de los siete decía con orgullo.
¡En fin!.. Debía regresar a su hogar que de seguro será en algún lugar cercano al encontrado en aquel fatídico día.
- ¡Papi no! ¡No le lleves Papi!
Este era el ruego que en coro sollozo se escuchaba dentro del automóvil mientras acariciaban y abrazaban a su amigo de ocho días, empero el implacable hombre debía dejarlo en donde lo encontró.
Cuesta arriba llegaron al lugar, abrió la puerta del carro y lo jaló hacia afuera quedado unas pocas lanas en manos de las niñas quienes lloraban desconsoladamente.
¡ANDATE! ¡ANDATE! Gritaba con vos temblorosa su nuevo amo, quien otrora fuera la víctima y su captor. El animal no se movía, agazapado en el piso era resuelto a no ponerse de pie siquiera, todo era inútil, no caminaría, no iría a ningún lugar, su lugar ya no era acá, ya pertenecía allá…
En medio de llantos y de quejas, arrancó raudamente su vehículo colina abajo, las niñas cargadas en el asiento trasero con lágrimas lo veían, seguía al carro de sus nuevos amos, seguía a sus nuevos amigos como si hubiesen vivido con el toda la vida. Detuvo la marcha del automotor, salió el hombre con iras reprimidas, con lágrimas en los ojos ¡ANDATE DE AQUÍ! ¡LARGATE! Gritaba con fuerza. Un intento no bastó, debió embarcarle nuevamente en el vehículo, subió más arriba, y lo bajó, el animal no se resignaba a perder a sus nuevos amos, no se resignaba a abandonar el hogar que tanto le había dado, pero a la fuerza tuvo que hacerlo, el vehículo velozmente se alejaba y él con sus patitas se impulsaba siguiéndole detrás, pero la velocidad pudo más y poco a poco se alejó, el llanto presente, la tristeza total… Fue una separación de telenovela, separación que ninguno quería pero debía pasar.
Moraleja: Cuando salgas a pedalear, a los perros ve y déjalos pasar…
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