Cinco de la mañana. Suena el despertador.
De un salto (a pesar de los años), se incorpora y estira sus brazos. Camina hasta el baño para lavarse la cara y en medio de un bostezo gigantesco, se persigna.
- Arriba, arriba, que al que madruga mi Papá lo ayuda.
Como todas las mañanas, enciende la radio, barre un poco y se sienta a leer los
pedidos que quedaron sin atender la noche anterior.
Cientos de años haciendo la misma rutina no lograron afectar su humor; siempre canturreando alguna canción pegadiza, leía las oraciones con seriedad y alegría, como el padre que escucha atento los sueños de su hijo. Eso sí, desde hace unos 200 años a esta parte, las hojas de oraciones que llegaban eran menos en cantidad pero mas preocupantes y desesperadas. Para colmo, algunos colaboradores, aduciendo problemas e adaptación, habían bajado su rendimiento, por lo que los pedidos terminaban siempre en su escritorio.
Así es que Cayetano, quien antes se dedicara a todo lo relacionado con el empleo y el trabajo, pasa hoy gran parte del día leyendo sobre capitalismo y neoliberalismo, marketing y algunos ejemplares de Og Mandino. El año pasado se obsesionó con un ensayo sobre “Globalización y Antiglobalización”, pero tuvo que abandonarlo por culpa del desempleo en América Latina, que generaba tantos pedidos que no podía responderlos en tiempo y forma.
Sentado en su escritorio, Jesús leía las oraciones con atención y las separaba en cajas, de acuerdo a su gravedad. A veces se repetía a si mismo “otros años aquellos, en que un milagro respetable era caminar sobre las aguas. Hasta lo de Lázaro fue un lujo que me pude dar. Yo no sé qué está pasando.... ¿A dónde vamos a llegar?”
Una oración rezaba: “Amado Jesucristo. Sabes bien que mi esposa y yo no podemos tener hijos. Probablemente fue tu voluntad o la del Padre que esto fuera sí, por lo que no protestamos ni renegamos de nuestra suerte. Pero queremos pedirte en esta oración que nos permitas llevar con éxito la clonación, en el Instituto del Clonado, el próximo Lunes ...”
_ ¿Clonación? (se preguntó). Y buscando en un diccionario universal de la biblioteca, leyó: “Clonación: Proceso de multiplicación de seres de la misma especie, similar al utilizado con panes y peces”.
_ Ahhh!! ¡¡Eso fue!!
El reloj marcó las 7,00 Hs. Apuró los últimos pedidos y los guardó en la caja grande , murmurando un “bueno, Dios dirá”. Tomó un mate ya medio lavado, pero siempre milagrosamente sabroso, se acercó a la Cruz del altar y con agilidad fue trepando a ella hasta ocupar ese lugar que hacía dos mil años, mas o menos, había ganado por el amor que sentía por la humanidad.
Siempre era igual. El dolor de los clavos, como un hielo que lo atravesaba, sus manos sangrando, sus pies también. La corona de espinas, signo de la mayor burla de su tiempo, lo lastimaba y lo adornaba. Él pensaba que era un honor ese castigo y así lo sufría, todos los días. Así lo vivía.
Por fin, su cuerpo se relajaba y se dejaba caer, y sus ojo se elevaban al cielo, suplicante y agradecido.
Dios ha muerto. Dios está vivo.
Una inmensa soledad rodeaba aquella imagen. Ese Jesús convertido ahora en Cristo, estaba completamente solo y eso, con el paso del tiempo, también se notaba y se podía sentir.
De a poco entraban los fieles y se ubicaban en posiciones dispersas, conservando la intimidad necesaria para hablar con Dios.
Era curioso la clasificación que se podía realizar de acuerdo a la fila que ocupaban. En las tres primeras, con rigurosa puntualidad, unas viejitas que gustaban colaborar con la limpieza y el orden del sacro lugar, iniciaban su rezo del rosario, entonando en un solo tono, con una leve frecuencia sinusoide, creando un murmullo de fondo que le daba carácter de santidad al templo, aunque mas de una vez Jesús había cabeceado de sueño por culpa del somnífero murmullo. Entre la fila cinco y la diez, disimulada por la tenue iluminación, estaban los que acudían circunstancialmente por algún pedido o agradecimiento. Y de la fila diez hasta el fondo, aquellos tímidos personajes que oraban de pie y en silencio. Una parejita de jóvenes solían situarse en la fila dieciséis y se tomaban de la mano para conversar. Mágicamente se apagaba la luz que los iluminaba, después del primer beso y Jesús jamás escuchaba sus conversaciones.
A eso de las 11 Hs un anciano entró caminando a paso lento y con su bastón golpeaba rítmicamente el suelo, a medida que se acercaba al altar. Se detuvo debajo de la cruz y le dedicó varios minutos de observación. Cuando estuvo satisfecho, se dio la vuelta y comenzó su lenta retirada.
Durante cinco días consecutivos repitió la visita, siempre a la misma hora. Jesús, intrigado, lo miraba y no encontraba sentido a tan extraño comportamiento.
Al sexto día, a la hora acostumbrada, recorrió el camino hasta el Altar como estaba acostumbrado a hacerlo, pero esta vez antes de marcharse, levantó el bastó y le dio de golpes en la rodilla a la imagen del Cristo.
_ Hey Tú ¿qué mas te vas a llevar? ¿qué mas tengo que hacer para que me contestes?
_ Oiga ¿qué le pasa? ¡No pegue! ¡Si esto me faltaba, sobre que estoy lleno de clavos y espinas!
_ ¡Ah! ¡Ahí estaba! Como de costumbre, al final hay que hacer justicia con mano propia. Y? ¿qué excusa va a usar? Hace una semana que elevo oraciones y nada. Vengo acá a buscar mi respuesta y nada. Ya estoy muy viejo para esto...
_ Bueno, bueno, calmemos los ánimos y cuénteme cuál es su problema.
_ Mi problema es que estoy cansado. Me cansé de ser viejo y me cansé del abandono. Primero nos abandonó la familia, a mi y a mi esposa. Yo sé que nos vinimos viejos y que éramos un problema. Pero se olvidan que nosotros los criamos, los ayudamos a crecer y los protegimos cuando tenían miedo. Ahora nosotros teníamos miedo. Nosotros estábamos desprotegidos.
Al principio nos veían cada semana, después un par de veces al mes. Al último, no sabíamos cuando vendrían y nos la pasábamos esperando que suene el teléfono, que se abra la puerta. En algún momento los perdimos... ya no volvieron mas.
En fin. Por lo menos nos teníamos a nosotros. Allí recé por primera vez para pedirte por ellos, para pedirte por nosotros. Pero igual se fueron.
Con el tiempo nuestros días se transformaron en eternas rutinas, plagadas de recuerdos, pero con ganas de seguir. Mi mujer enfermó y me asusté mas. Los hospitales siempre llenos de trámites que no entendía y los médicos diciendo palabras que tampoco entendía.
Una noche, agotado de tanto buscar esos malditos remedios que ninguna farmacia tenía, me largué a llorar y volví a rezar, pidiendo tu ayuda.
Por fin y después de mucho sufrimiento, te llevaste a mi mujer. Mi compañera. Mi vida...
Y nuevamente elevé mis ojos llenos de lágrimas y te pedí que no me abandones en esta soledad, que me lleves a mi también.
Hace ya seis días que espero tu respuesta y nada ¡Merezco una respuesta! ¡Ya no me ignores mas! (mientras golpeaba la base de la Cruz con su bastón).
_ Hijo mío, no pude hacer nada por ti. Tengo miles de pedidos como el tuyo y nada puedo hacer. Las cosas ocurren porque tienen que ocurrir. En su momento lo vas a entender. Ahora trata de tranquilizarte y sigue tu vida. Confía en mis palabras.
_ Tengo mas de 85 años y he sido honesto y bueno toda mi vida. Mis errores ya los pagué con sufrimiento y dolor. Merezco una respuesta mejor viniendo del Hijo de Dios. No me ignores ni me subestimes. Soy viejo, no tonto.
_ No te ignoro, hijo mío. A veces las pruebas son duras de soportar, pero siempre estaré a tu lado y te prometo...
_ ¡SILENCIO! (golpeando el piso con su bastón). Un padre no deja a su hijo, sufriendo y solo. Te pedí que le pongas fin a todo esto, que me dejes descansar en paz. Pero se ve que estás muy ocupado colgando de esa Cruz.
Creo que yo mismo voy a poder encontrar lo que estoy buscando, por mis propios medios. Ya no te necesito y es obvio que tu a mi tampoco.
Y con la lentitud del peso que dan los años, se retiró en medio del asombro de Jesús.
Intentó bajar de su Cruz y abrazarlo, darle todo su amor. Quería decirle que lamentaba el abandono de sus hijos y la muerte de su mujer. Que hubiera querido ayudarle con los trámites del hospital.
Pero ahora los clavos lo aferraban mas que nunca al madero y sus manos y sus pies comenzaron a sangrar por el esfuerzo que estaba haciendo.
Se preguntaba por qué nunca leyó las oraciones de este hombre.
Por primera vez en cientos de años, una extraña sensación lo invadía. Él podría haber modificado algunas cosas para evitar tanta soledad, tanto sufrimiento. ¿Por qué nunca leyó esas oraciones?
El resto del día transcurrió con normalidad, pero su ánimo no era el mismo. Al llegar la noche, bajó su Cruz y con un pequeño milagro apagó todas las velas de una vez, y eso que él disfrutaba de soplar las llamas una a una y quedarse mirando como el humo subía lentamente.
Limpió sus manos, su frente y sus pies, y se acostó callado. No tenía ganas de hablar.
Su Padre lo miraba.
Dios descansa.
Los días continuaron y Jesús no podía borrar de su memoria, la imagen del anciano alejándose, sin querer escuchar sus palabras. También le llamaba la atención que los clavos de la Cruz le aferraban con mas fuerza (costaba bajarse cada noche) y la corona de espinas, que siempre fue un honor llevar, empezaba a molestarle y mas de una vez olvidó (como al descuido), ponérsela por las mañanas. Extrañamente nadie notaba la diferencia.
_ Jesús te suplico que le pidas al Padre que detenga esta lluvia, que nos inunda todo (rezaba una mujer desde la fila seis. Ya hace tres días consecutivos que llueve y esa agua que antes nos faltaba, ahora nos está llevando todo. Somos gente pobre (Jesús lo sabía), que trabajamos la tierra (eso también lo sabía). Si no para de llover perderemos todas nuestras cosas.
Entonces el Nazareno recordó cuando con sus discípulos, navegando en medio de una tormenta, le ordenó a los vientos que se detuvieran y la tormenta obedeció al instante. “Hombres de poca fe”, les dijo.
Dos mil años después, contaba con una delegación de santos que atendían estos problemas. Cristóbal protegía a los viajeros, Cayetano a los trabajadores, Pantaleón a los enfermos, etcétera. Probablemente Blas se habría de encargar de este pedido.
Dos días después, la misma mujer de la fila seis, encendía una vela a San Cayetano y se quedaba inmóvil con la cabeza gacha, derrotada, resignada.
Jesús no solía revisar los pensamientos ajenos, un poco por pudor y otro poco por romper esa imagen del Dios policía que todo lo ve, que a él tanto le molestaba, aunque a veces hacía trampas jugando a las cartas con Pedro. Pero el rostro de esta mujer con tristeza sin consuelo, lo tentó a mirar dentro de sus ojos.
Lo primero que vio fue a ella y a su marido, ambos muy jóvenes, construyendo su ranchito, arando la tierra. También vio el nacimiento de sus hijos, también los nietos, el accidente que le quitó la vida al mas pequeño. El entierro en el fondo de la casa. Las primeras cosechas, el amor de la familia.
De pronto, las imágenes de la lluvia, el río desbordado, los campos arrasados, la casa destruida. Ella, de rodillas orando ante la imagen del Cristo.
La voz de la mujer lo interrumpió.
_ Jesús, dile al Padre que en mi ignorancia no puedo comprender por qué perdimos todo lo que teníamos. Luchamos con todas nuestras fuerzas contra el río y pusimos nuestra fe en tus manos. Probablemente no merecíamos nuestros bienes o a lo mejor era tu voluntad que empezáramos de nuevo. Lo que mas lamento es tener que abandonar la tierra donde descansa el cuerpo del menor de nuestros nietos.
Ambos llenaron sus ojos de lágrimas.
_ No me quejo. Hoy estoy llorando pero antes fui feliz. Dios me dio todo y ahora me lo quita. No importa. Como Tú dijiste, “Que se haga siempre tu voluntad y no la mía.”
Y rompiendo en lágrimas se levantó, besó los pies del Cristo y se marchó.
El Maestro intentó bajarse del madero para detenerla y consolarla, pero estaba clavado y pegado. Ahora sus manos y sus pies sangraban como la primera vez y su cabeza se partía de dolor. Todo el sufrimiento se detuvo en el mismo momento en que la mujer cruzó la puerta.
Con gran furia, saltó de la Cruz, cerró las puertas y con un tono imperativo ordenó a todos los santos a sentarse junto a Él. Rápidamente fueron llegando y se ubicaron en sus respectivos lugares.
_ Están todos? (preguntó Jesús).
_ Falta Blas, que está terminando con el tema de la inundación (contestó Pedro, que era el que llevaba la asistencia y controlaba la puerta, entradas y salidas y esas cosas).
_ ¡¿Terminando?! ¿Terminando qué?. ¡¡El río ya terminó con todo!!
En eso, Blas, asomándose por una ventana, golpeó tímidamente el vidrio, haciéndole muecas a Pedro para que le abriera la puerta.
_ Perdón Maestro, me demoré un poco por el tema del agua ¡Qué manera de llover!
_ Pero será de Dios!! Moisés con un golpe de su báculo abrió las aguas del Jordán. Yo, con solo ordenarlo detuve las tormentas en el mar. Y tú, querido Blas, no pudiste contener las aguas de un río? No te digo la cuenca hídrica del Amazonas; un río pequeño, engreído por unas lluvias torrenciales!! Una mujer vino hace unos días a suplicarme ante mi Padre, para no perder todos sus bienes ¿No se supone que tú recibes esa oración?
_ Es que llovía a mares y mientras contenía el río, se me desmoronaba una orilla; y si salvaba un niño, se me ahogaba un ternero. Y entonces te dejé las oraciones en la caja grande.
Un silencio culpable inundó el recinto. Jesús miró a todos, uno por uno a los ojos.
_ Déjenme solo...
Antonio intentó hablarle pero Pedro (que es el que mas conocía a Jesús) lo detuvo con un gesto.
El esenio les dio la espalda y caminando lentamente hacia el altar los abandonó. Los santos rápidamente en silencio lo dejaron solo.
_ ¿Qué he hecho, Padre? ¿Cómo pude dejar que todo se descalabre de esta forma?¿Cómo no me di cuenta de lo que estaba sucediendo?
El silencio seguía inquebrantable, ocupando todos los espacios. Jesús miraba hacia el techo esperando una respuesta, una señal. Dios siempre escucha. Dios siempre contesta. A veces la respuesta es sí, otras veces no. Esta vez un absoluto silencio era la Divina Presencia, era la opinión de Dios. Era su Palabra.
_ Padre ¿Qué debo hacer?
Miró a su alrededor y solo encontró un salón vacío. Y se dio cuenta que conocía esa soledad. Hubo otros años en que la fe desbordaba y los milagros brotaban de sus manos casi sin interrupción. También se dio cuenta que hacía mucho que no hablaba con su Padre. No importaba. Él estaba siempre allí y su Presencia bastaba .
De repente, sus ojos se abrieron enormes, mientras elevaba su vista al cielo con lentitud, como si temiera ver lo inevitable... ¿Él, estaba allí?
Un frío sudor corrió por su espalda. Empezó a titubear y sus manos le temblaban de forma incontrolable. Algo había escuchado de un tal Nietzche.
¿Él, estaba allí?
Instintivamente corrió hacia la Cruz y de un solo movimiento trepó a ella. Dos mil años después, volvía a crucificarse, esta vez por decisión propia.
Cuando ocupó su lugar en el madero, un inmenso dolor atravesó su cuerpo. Los clavos volaron por el aire chocando contra las paredes. La corono perdió sus espinas y se llenó de brotes de hojas y flores. Un tremendo terremoto sacudió las paredes y desde el fondo mismo de la tierra, un rugido hizo temblar los vidrios de las ventanas.
La Cruz se deshizo y por unos segundos el cuerpo de Jesús quedó suspendido en el aire, para luego caer al piso y rodar.
_ ¡Eli, Eli ¿Lema sabajtani? (“Padre, Padre ¿Por qué me has abandonado?”).
Todo concluyó en silencio. Las puertas se abrieron lentamente y el sonido de la calle y el sol y el olor de la lluvia recién caída, entraron llenándolo todo.
Jesús se incorporó y al secar sus lágrimas con las manos, advirtió que sus heridas habían sanado. Sus pies y su costado también estaban sanos
_ Que se haga tu voluntad y no la mía.
Y caminando con la firmeza de quien confía en su destino, se hizo hombre entre los hombres por segunda vez y comenzó a caminar entre la gente.
Dios ha hablado.
Caminaba por la orilla del río. Pasaba desapercibido entre los que buscaban refugio por la inundación y los que trataban de salvar algunas pertenencias del agua, que se llevaba lo poco que les quedaba.
Nadie se percataba de su presencia a excepción de un niño que se detuvo por un instante y lo miró a los ojos, con un gesto en cara como de quien reconoce a alguien sin saber bien quién es.
_ Hola (dijo Jesús).
El niño, sin responderle, lo seguía observando.
_ Mi nombre es Jesús.
_ ¿El de la Cruz?
_ El mismo.
_ ¿Y las heridas de las manos y los pies?
_ En verdad no se. Supongo que por fin se curaron.
_ ¿Y por qué no estás en la Iglesia?¿Te echaron?
_ ¡No hijo, no! ¿Quién me echaría? ¡Soy Jesús!
_ ¿Cuánto hace que no salís de la Iglesia? Yo no andaría por ahí, tan tranquilo, diciendo que soy “Jesús, el de la Cruz”.
La voz de una mujer gritó un nombre y el niño sin despedirse corrió hacia el lugar de donde venía el llamado. Las últimas palabras del diálogo retumbaban dentro de la cabeza de Jesús: “yo no andaría por ahí, tan tranquilo...”.
Sin poder aclarar sus pensamientos, siguió caminando por el barro ¿Por qué todo era tan confuso? Un grupo de personas se amontonaba en un pequeño islote todavía no anegado y hacia allí se dirigió. A pocos metros de llegar, los restos de un ventilador ocultos debajo del agua lo hicieron tropezar y calló de bruces en el fango. Rápidamente se acercó un hombre con hábito de monje y le tendió la mano.
_ ¿Estás bien? (le preguntó).
_ Si, gracias. Fue solo un tropiezo.
Sus ojos se cruzaron. Un sentimiento de amor e inmensa paz inundó el alma de Jesús, hasta desbordar sus lágrimas.
_ Tranquilo hijo. Calma. Que no te vean llorar. Todos estamos mal pero tenemos que ser fuertes ¿Por qué no vienés con nosotros?
_ ¿Quién eres?
_ Soy el Padre Raúl, jesuita. Toda esta gente se fue acercando a mi parroquia, buscando refugio. Cuando el agua lo cubrió todo tuvimos que huir aquí, que es el único lugar sin agua. Estábamos justo orando a Dios, pidiendo ayuda, cuando tú llegaste.
Tomó su mano y caminaron hacia el grupo, que los observaba en silencio.
_ ¿Cómo te llamas?
Jesús dudó por un momento, recordando las palabras del niño.
_ Emmanuel (que significa Dios está con nosotros), y en sus pensamientos ordenó a las aguas que se retiraran a su paso. Y con gran alegría para todos, el río fue descendiendo delante de su camino y ese fue el primer milagro, aunque nadie lo creyera así, ya que entendían que el declive del terreno los favorecía.
Caminaron varios días en busca de un refugio y cada tanto ocurrían pequeños milagros que todos se encargaban de justificar con alguna razón científica.
Jesús no podía comprender por qué se negaban a aceptar los milagros como tales, y no hablamos de resucitar un muerto, sino de un manzano lleno de frutos aunque estuviera fuera de estación , o de un viento cálido que los abrigaba por las noches, alguna que otra herida que cicatrizaba en pocos minutos, por dar algunos ejemplos. Milagros propios de un prestidigitador mas que de la viva encarnación de la divinidad.
De todas formas, el Padre Raúl miraba con admiración a su nuevo amigo Emmanuel, que mantenía a todos de buen ánimo, que prácticamente no comía y al que estaba seguro de conocer desde hace años.
Al atardecer del cuarto día, llegaron a un monasterio, donde los estaban esperando. Mientras limpiaban un galpón para transformarlo en habitaciones, una vieja estantería de madera se desplomó sobre el Padre Raúl. Una viga había golpeado su hombro y un grueso clavo se incrustó en su pierna. Jesús, que estaba a unos metros, corrió en su ayuda y rápidamente retiró las maderas de su cuerpo. La sangre brotaba a borbotones de la herida y al posar su mano sobre ella, dejó de sangrar y cicatrizo como si nunca hubiera estado allí.
El Padre Raúl lo miró a los ojos buscando una respuesta y solo atinó a decirle “gracias”, y no volvieron a hablar hasta después de cenar.
_ Juguemos un juego (propuso el reverendo). Yo digo una palabra y tu dices lo primero que se te viene en mente.
_ D e acuerdo (aceptó Jesús, ansioso por jugar. Extrañaba las partidas de naipes con Pedro).
_ Veamos...harina?!
_ Pan!
_ Leche!?
_ Vaca!
_ Cumpleaños!?
_ Navidad!
_ Cielo!?
_ Casa!
_ Dios!?
_ Mi papá!
_ ¡¡Ahá!! (exclamó Raúl), ¡Ya sé quién eres! (y arrodillándose a sus pies, besó su mano).
_ Maestro, no soy digno de tu presencia. Todos estos días a tu lado y no fui capaz de reconocerte ¿Por qué no me dijiste que eras Tú?
Jesús le contó la historia del niño y su advertencia.
_ El niño tenía razón, mi Señor. La gente supone que se jugaron al truco su futuro Tú y Satanás, y sabemos que Tú no haces trampas.
_ Error. Ése es mi Papá.
_ De todas formas, las cosas van de mal en peor y el mundo se transformó en una bola sin manijas. La humanidad logró grandes avances, casi todos vinculados con el confort y la salud, por lo que uno pocos en el mundo viven mejor y mas tiempo y con mayor comodidad, y el resto sufre injusticias, explotación y paga el costo de vida de esos pocos.
En verdad que a esta altura cuesta defenderte. Como verás, las cosas no han cambiado mucho: el pobre sigue pobre, el rico sigue rico. Aunque la fe es grande, tu pueblo es pequeño.
¿Jesús, has venido a cambiarlo todo?
_ En verdad no lo sé. ¿Debo cambiarlo todo?
_ Mi señor, creo que son pocos los que esperan.
_ Raúl, sígueme y te haré pescador de hombres.
_ No, Maestro. Yo ya elegí mi camino y es este, al lado de los que no tienen nada. Los estoy “pescando” en cantidad, y en verdad, no se como ayudar a tanta gente.
Jesús agradeció su compañía y sus palabras, y siguió adelante. Es largo el camino de un Dios hecho hombre, pensaba, mientras desandaba el sendero. Al caer la tarde, porque siempre se llega a algún lado al caer la tarde, llegó a la casa de un granjero, que golpeaba unos leños con su hacha de monte, a orillas del camino.
Era llamativa la certeza con la que partía en mitades los leños. Su técnica era excelente. Una mezcla de paso de baile con golpe de arte marcial. El hacha silbaba por una fracción de segundo en el aire y al tocar la madera, la seccionaba como si en ese exacto lugar hubiera existido con anterioridad un precorte.
_ Que haya luz en tu mente y paz en tu Alma (saludó el Nazareno).
_ Buenas (contestó el granjero, apenas levantando un ojo y sin abandonar su tarea).
Jesús se acercó, tal vez demasiado, y el siguiente hachazo pasó a centímetros de su rostro. Mas que asustarse, pareció disfrutar del viento que produjo el paso del hacha y sonrió con los ojos cerrados.
_ Me preguntaba si usted y su familia podrían recibirme por esta noche, ya que voy camino a la ciudad y no tengo dónde comer ni dormir.
El siguiente hachazo pasó a exactamente un centímetro del rostro del Maestro y esto lo disfrutó mucho más que al anterior.
_ ¿Me deja probar un golpe?
El granjero dudaba entre echar al viajero, asestarle el próximo golpe o suspender por fin su actividad y atenderlo.
_ Pruebe usted (le contestó al fin, pasándole la pesada herramienta).
Jesús tomó el hacha sopesándola con sus dos manos, la elevó sobre sus hombros
e impactó el leño, partiéndolo en exactas mitades y como si fuera de manteca. Pero el filo no se detuvo allí, sino que siguió cortando hasta atravesar por completo el grueso tronco que hacía las veces de mesada y se clavó en la tierra.
_ ¡Ups! Exageré un poco! ¡Este es un buen ejercicio para el cuerpo y el espíritu!
¿Le molestaría si parto algunos leños mas?
_ No. Siga usted.
El granjero lo miraba asombrado y hasta con cierto temor. La técnica de Jesús era totalmente novedosa. Hasta podría decirse que era imposible que de esa forma pudiera partir un leño y mucho menos, atravesar todo lo que se interpusiera al golpe del hacha, para solo detenerse al tocar el planeta.
_ Querida, pon otro plato en la mesa y prepara una habitación. Tenemos un invitado esta noche. Desde el interior de la casa, las miradas observaban atónitas y en silencio el increíble espectáculo. Jesús, entusiasmado, intercambiaba golpes con una mano, con los ojos cerrados, a toda velocidad, en cámara lenta, disfrutando como un niño al que se le permitió jugar con las herramientas de su padre. El hacha en sus manos parecía no tener peso.
_ Es suficiente. Ya se ganó su comida y mucho más. Mi nombre es Pablo.
Jesús le pasó el hacha con una mano, como si fuera de juguete, pero al tocar la mano de Pablo, recuperó su peso original.
_ Muchas gracias. En verdad que es un buen ejercicio y sumamente divertido. Mejor me lavo las manos antes de entrar a la casa (aunque no se veía en él ni una gota de sudor y su respiración era calma, como la de quien estuvo observando como cae el atardecer) ¡Ah! Mi nombre es Jesús.
Al entrar a la casa, la mesa se encontraba prolijamente servida. La familia de Pablo (su esposa y sus dos hijas) era tranquila y agradable. Laura, su mujer, tenía una hermosa sonrisa y sus cabellos largos y oscuros caían sobre sus hombros, enmarcando un bello rostro. Jesús al verla, se acordó de su madre María.
Una vez que todos estuvieron presentados, se sentaron a cenar. Pablo, desde la cabecera tomó las manos de su mujer y una de sus hijas y se dispuso a orar. Jesús en la otra cabecera, tomó las manos de las pequeñas e inclinó su rostro.
_ Te damos las gracias, Señor, por la comida que vamos a comer y te pedimos que la bendigas para nuestro provecho. Te pedimos por los que no tienen nada, para que los protejas. Te damos las gracias también por nuestra salud y porque no permites que nos falte el trabajo. Y por último, te agradeceremos por nuestro invitado, que nos proveyó de leña para toda una semana.
_ Amén (dijeron todos).
_ De nada (dijo Jesús).
La cena transcurrió alegre. Las niñas miraban con atención cada gesto de Jesús y él disfrutaba contándoles relatos sobre viejas anécdotas, que todos suponían historias bíblicas. Y así Jesús les dijo:
_ Solo aquellos que sean como ustedes (las niñas) entrarán en el Reino de Dios. La inocencia, el candor y la humildad salvarán al hombre. Deberán recuperar el asombro, como el niño que descubre la oruga que habita en la esencia de la mariposa. Existen ambas en un solo cuerpo, primitivo y sublime. Así el hombre puede llegar a ser bello como la mariposa, pero debe pagar el precio de refugiarse y cambiar. Transmutar su egoísmo y ambición en misericordia y amor. Y todo cambio implica dolor y sufrimiento.
_ ¿Y si no quieren pagar el precio? ¿Si no quieren cambiar? (preguntó la niña mayor).
_ La humanidad entendió mal el mensaje o a lo mejor fue un poco confuso (y se quedó pensando si no hubiera sido mejor usar otras parábolas o gráficos o cuadros sinópticos, aunque en aquella época no existían ni cartulinas, ni pizarrones... en fin). No es el hombre el que tiene que elegir. El Reino de Dios avanza a paso lento pero portentoso y cuando llegue recogerá a quienes hallan llenado sus corazones de amor, como la gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas y no habrá lugar para el resto y serán apartados.
_ ¡¡¡Yo qui...qui...quiero en..en...entrar!!! (dijo la niña mas pequeña, quien no había hablado en toda la cena y tartamudeaba con mucha dificultad, utilizando todo su rostro para poder completar la oración).
_ Tú eres el motivo, la razón, el Reino de mi Padre te pertenece (contestó Jesús conmovido por la pequeña y posó su mano sobre su rostro).
Al instante la niña comenzó a hablar con fluidez, como si el Mesías hubiera retirado de su garganta una traba que le impedía hablar. Todos miraron asombrados a la pequeña, que ahora parloteaba con un hermoso gesto e inmediatamente giraron sus cabezas hacia Jesús.
Los momentos que se sucedieron fueron mezcla de alegría, miedo y asombro ante este extraño que comía como si nada hubiera sucedido.
_ ¡¡Ah!! Estoy satisfecho. Bueno, creo que mejor me voy a dormir. Mañana me espera otra dura jornada de caminata.
_ Un momento ¿Quién eres?
Jesús miró a Pablo a los ojos con ternura y éste lo reconoció.
_ ¡Mi Señor, has vuelto! (y se arrodilló a sus pies cubriéndose el rostro con las manos para ocultar sus lágrimas de alegría y emoción).
Ahora todos rodearon a Jesús y éste les contaba todo lo acontecido desde los problemas con los santos hasta los últimos hechos.
Pablo había sido un próspero comerciante hasta que una sucesión de robos en su negocio lo hizo tambalear. Cansado de tanta inseguridad, vendió todo lo que tenía y se refugió en una granja, donde ahora sufría las hostilidades del clima pero seguro de la agresión de la ciudad. Le contó en forma sintética los grandes acontecimientos de los últimos años, hasta llegar a lo ocurrido con su negocio y su vida.
_ Jesús, hay mucha miseria y mucho dolor. Los niños mueren de hambre por miles en el mundo. Los ancianos están desprotegidos. Hemos ido degradando el planeta a tal extremo que la Tierra ha comenzado a defenderse y la violencia del clima devasta ciudades enteras. Muchos como yo nos refugiamos en el campo, pero no todos tienen esta oportunidad. La gente ha perdido la fe y se ha olvidado de tus promesas. Es difícil orar a Dios cuando te duele el estómago o se te muere un hijo por desnutrición. Entonces, llegado ese momento, tienes dos opciones: o te apartas lo mas lejos posible librado a tu suerte, o te inventas un arma y sales a buscar los responsables de todo.
Dime ahora, Maestro ¿Ya es tiempo de tu regreso para poner fin a este sufrimiento?
Sus ojos otra vez estaban llenos de lágrimas de indignación e impotencia. Su mano derecha estrujaba el mate que tomaba y su gesto era duro. Definitivamente no era el mismo Jesús que todos conocimos.
Se puso de pie y sus únicas palabras antes de retirarse a descansar fueron:
_ Pablo. Tú y tu familia estén tranquilos porque han obrado con sabiduría y amor. Ni los ángeles, ni el Hijo saben con exactitud el día o la hora del fin. Estén atentos a mis noticias. Ahora debo descansar.
Se retiró a su habitación. Esa noche no fue como las demás. Imágenes terribles se sucedían en los sueños del Mesías. El dolor y el sufrimiento de la humanidad se presentaban ante sus ojos, como quien ve un documental del horror de los últimos doscientos años.
Se revolvía en su cama, empapado en sudor. A medida que el sueño era mas intenso, todo en la habitación, incluido su propio cuerpo, empezó a flotar en el aire y a girar. Balbuceaba palabras en lenguas celestiales y su respiración se entrecortaba.
_ ¿Jesús, estás dormido? (preguntó la voz de la niña menor, mientras golpeaba con su pequeña mano la puerta).
Lo que flotaba recobró su peso original (incluido el cuerpo de Jesús) y la gravedad funcionó como correspondía, produciendo un fuerte estruendo al caer todo sobre el piso.
Al abrir la puerta, la pequeña se encontraba de pie y con los ojos llenos de lágrimas.
_ ¿Qué sucede niña? ¿Por qué no estás en tu cama?
_ Tuve un sueño en el que caminabas entre la gente y todos te miraban sorprendidos y se abalanzaban sobre ti, pero no eran buenos. Y tú estabas enojado. Y tuve mucho miedo porque algo feo iba a pasar. Entonces desperté ¡No quiero que te vallas!
_ No tienes que temer, yo siempre estaré a tu lado. Mírame a los ojos.
La niña lo hizo y él la inundó con su divino amor y llenó su corazón de alegría y paz, como debe ser en todo niño.
_ Si vuelves a sentir temor, busca en los ojos de la gente y descubrirás en ellos mi mirada. Así estaremos siempre unidos. Pero de cierto te digo, que nadie levantará su mano ante ti. Nadie volverá a hacerte sentir temor. Esa es mi voluntad y asé será.
Ahora vete y acuéstate.
La niña le hizo caso y él regresó a la cama. No podía olvidar todo lo que Pablo le había contado, ni el sueño de la pequeña. Intuía que algún acontecimiento se avecinaba, como cuando Judas lo traicionó. La misma sensación. Pero esta vez no se retiró al monte a pedirle a su Padre que le hiciera pasar esta copa; no sentía temor.
La angustia de millones de hombres, niños y ancianos oprimidos, se le atravesaba en la garganta. Las muertes inocentes, las persecuciones, la enfermedad y el sufrimiento.
Tantas oraciones no escuchadas, tanta falta de atención de su parte.
_ No los vi... no los escuché... (murmuraba y repetía).
Se habían aprovechado de su distracción.
Sin haber pegado un ojo, se levantó temprano, saludó a Pablo y a su familia y se preparó para la partida.
_ No vine a pedirles sacrificio, sino misericordia. Se los dije claramente, Pablo. No me escucharon.
_ ¿Maestro, deseas que deje todo y te acompañe?
_ No. Cuida de tu mujer y tus hijas. Yo debo seguir solo mi camino.
Los bendijo a todos y prosiguió su marcha. Su figura se empezó a desdibujar en la distancia, pero lo que nadie podía ver, es que una legión de ángeles caminaba detrás de él.
A la mañana siguiente entró en la ciudad.
Acostumbrado a las muchedumbres, sintió una rara sensación al pasar desapercibido. Nadie detenía la mirada sobre su cuerpo, extrañamente vestido.
Un denso calor húmedo entorpecía los movimientos de la masa de gente, que se desplazaba ensimismada. Los rostros eran sufridos y enojados.
Un viejo harapiento empujaba un carrito de supermercado, cargado con bolsas sucias y porquerías de esas que la gente tira. Iba solo, gritando insultos a quien lo miraba. Un olor fétido salía de sus ropas inmundas.
Jesús se detuvo. Al cruzar la mirada, los ojos del viejo se inyectaron en sangre y empezó a gritar como una bestia furiosa.
Jesús lo seguía mirando.
_ ¿Qué miras, cordero? Ya una vez te clavamos al madero ¿Todavía tienes ganas?
Jesús lo observaba en silencio.
_ ¿No te acuerdas de mi?
_ Legión... (murmuró el Maestro).
Era el espíritu inmundo que antiguamente mando que se refugiara en una piara de cerdos y éstos se arrojaron al mar. Pero ahora se veía distinto, como vitalizado.
- ¿Qué tienes que ver conmigo, Hijo de Dios? Ya no tienes cerdos donde enviarme. Ahora somos muchos mas y es probable que no te resulte tan fácil.
Las personas que pasaban observaban la extraña conversación y los que
prestaban la suficiente atención como para entender el diálogo, se detenían, guardando una respetable distancia entre ellos, el viejo sucio y el hombre de la túnica blanca.
_ Ya no hay mas cerdos donde refugiarse, tú lo has dicho ¡Ya no más!
Y posando sus manos sobre la cabeza del viejo, le ordenó con firmeza.
_ ¡Fuera demonio! ¡Vete para siempre!
El hombre comenzó a convulsionarse, gritando e insultando al Altísimo.
Arrojaba espuma por la boca y todo lo que los rodeaba comenzó a volar por el aire. Bolsas de basura, ramas, el carrito del supermercado con su contenido.
Los ángeles que acompañaban a Jesús tomaron al espíritu liberando el cuerpo y lo destruyeron allí mismo, lo que para los que estaban presenciando la escena fue solo un gran resplandor. El hombre ahora limpio, miraba desde el piso a su salvador.
_ ¿Quién eres? ¿Qué me has hecho?
_ ¿En quién crees? (preguntó Jesús)
_ En nadie, mi Señor; no fui enseñado.
_ Entonces ve y entra en cualquier iglesia. Al sacerdote que te atienda le dirás que Jesús ha vuelto y que ordena que te bautice con agua.
Después de esto sal de la ciudad, camina hacia el campo y te encontrarás con un hombre cortando leños, de nombre Pablo. Dile que Jesús te manda y él te dará abrigo y alimentos.
Ahora da gracias al Padre, que es tu Dios, y parte con prisa.
Así lo hizo.
Las personas que observaban, comenzaron a salir del asombro, sin atreverse a hablar.
Con paso firme, Jesús se dirigió hacia el centro de la ciudad. Sin saber por qué, algunos se sumaban a la marcha del Mesías. Él no predicaba ni los enseñaba con parábolas. El intenso calor agotaba a todos. Al llegar a una fuente, Jesús refrescó su cuerpo y bebió de ella. Muchos lo imitaron y al momento de saciar su sed comenzaron a ver los miles de ángeles que lo rodeaban y asustado huían. El resto, que observaba sin entender, comenzaron a gritarle:
_ ¿Quién eres? ¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué buscas aquí?
_ No vine a dar explicaciones, sino a pedirlas. Ahora aléjense de mi porque no tendré compasión de ustedes.
Una vez que estuvo solo, se retiró a un parque a orar. Detrás de una fuente rodeada de grandes árboles, se inclinó y elevó una oración al cielo.
_ Amado Padre. Poco a poco entiendo por qué me enviaste nuevamente. Las profecías se han cumplido. En medio del hambre y el dolor, tus enemigos se fortalecen.
Tu pueblo, desparramado y casi vencido en su fe, apenas sobrevive.
Dime Padre ¿qué debo hacer?
El cielo se abrió y una voz descendió diciendo:
_ Tú eres mi Hijo Amado. Ya una vez derrotaste la muerte. Ahora es tiempo de hacer justicia. Tu mano es la mía.
Para los que escuchaban fue como un gran trueno. Para Jesús, el cumplimiento de su promesa.
Como una lengua de fuego descendió sobre el cuerpo del Mesías. Su fuerza se incrementó en cientos de veces, sus ojos irradiaban amor, pero ningún hombre podía sostenerle la mirada.
Iba a cumplir su destino.
Caminó a paso firme hasta la parada del colectivo que lo llevaría al centro de la ciudad. Lo vio venir y le hizo señas, pero estaba lleno y no se detuvo.
Esperó paciente el próximo colectivo y éste sí se detuvo, pero tuvo que viajar parado porque no había asientos disponibles. Todos en el micro desbordaban de amor, por el solo hecho de compartir el aire con el Iniciado, y como consecuencia de esto, el chofer no podía dejar de detenerse en todas las paradas para seguir recogiendo gente, los carteristas devolvían las billeteras robadas, todos cedían el asiento continuamente, los hombres a las mujeres, las mujeres a las embarazadas, éstas a los ancianos, los ancianos a los niños y los niños a los hombres que volvían del trabajo y vuelta a comenzar.
Cuando la situación se hizo insostenible, Jesús gritó “en la esquina, chofer” y cuando se detuvo, descendió por una ventana. Había que pensar cada movimiento o esto se pondría muy difícil.
Prosiguió a pie y llegó hasta una manifestación que interrumpía el tránsito. Manifestantes y policías se observaban con odio y la tensión crecía a cada minuto.
Como siempre ocurre en estas circunstancias, sin saber que bando cometió el primer exceso, se desató una batalla campal. La policía arremetía contra los manifestantes, sin discriminar entre hombres, mujeres o niños. Los manifestantes se defendían con una artillería de armas caseras, que sospechosamente aparecieron en ese momento.
El Maestro avanzaba entre la multitud enardecida y ni un proyectil lo impactaba. Con solo tocarlos con su mano, o si rozaban el borde de su vestido o tan solo por ser alcanzados por su sombra, olvidaban el motivo de la disputa y se miraban por primera vez como hombres puros, y se quedaban sin comprender por qué se agredían.
Un policía de a caballo, al observar lo que sucedía alrededor de Jesús, decidió atacarlo impulsado por el miedo, el odio y la furia. Cuando estaba a metros del Maestro, cientos de ángeles se interpusieron en su camino y lo derribaron. Estando en el piso y rodeado por el ejército de Dios, comenzó a gemir pidiendo piedad, pero los ángeles se abalanzaron sobre él y su cuerpo se transformó en fuego y todos vieron que en realidad no era hombre sino demonio.
A pocos metros, un manifestante golpeaba en forma descontrolada a un policía, que yacía en el piso y que en vez de defenderse, cubría con su cuerpo un bulto debajo de si. Jesús se abalanzó y tomó con su mano el brazo del agresor y lo derribó sin esfuerzo. Al intentar levantar al policía que estaba inmóvil y moribundo, descubrió que el bulto que protegía, era el pequeño cuerpo de un niño. El policía lo ignoraba, pero el niño había muerto hacía varios minutos.
- ¡NO!
El grito del Mesías paralizó a los miles que lo rodeaban y fue escuchado por toda la ciudad y llegó claramente a los
oídos de Pablo, en el campo, y estremeció el corazón del Padre Raúl en el monasterio y llegó hasta el templo donde Jesús pasaba sus días y rompió todos los vidrios y rajó las paredes.
Todos supieron que el momento había llegado.
Una nube elevó a Jesús y en su mano derecha brillaba una gran espada como de
Luz, y su cuerpo también refulgía. En ese instante todos pudieron ver los miles de ángeles que lo seguían y toda la gloria y el poder de Dios.
_ Este es tu tiempo (dijo el Cristo) y el poder de las tinieblas. He vuelto y en mi mano llevo la espada de mi Padre.
Y como una terrible tormenta, Jesús y sus ángeles se precipitaron sobre la tierra.
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Con un gran sobresalto abrió sus ojos. Su frente, sus manos, sus pies y su costado sangraban profusamente. La corona de espinas y los clavos le dolían de manera especial. Su cuerpo estaba bañado en sudor y su respiración entrecortada, iba recuperando de a poco su ritmo natural, mientras trataba de entender lo que había sucedido.
Miró las paredes del templo, las butacas vacías, las llamas de las velas que apenas se movían. Todo era paz y tranquilidad.
¿Podría haber sido todo un mal sueño? ¿Habría otra salida?
En ese momento se abrió la puerta e ingresó un anciano, caminando a paso lento. Con su bastón golpeaba rítmicamente el piso, a medida que avanzaba hacia el altar. En un segundo, paso por la mente de Jesús toda su vida en la tierra, su crucifixión, su muerte, la resurrección, la promesa de regreso, la mirada de esperanza de sus discípulos, el amor de su gente, su amor por la humanidad...
Allí entendió que todo debía suceder como sucedió, que no había otra salida, que era la hora de volver.
El anciano se detuvo debajo de la Cruz y le dedicó varios minutos de observación. En ese instante y para su sorpresa, Jesús le miró a los ojos y le habló.
_ Hombre, he oído tu oración. Hoy estarás de pie junto a tu esposa. Ve en paz.
Y con un extraño brillo en los ojos, que desbordaba de amor y poder, descendió del madero y cruzando la puerta volvió ha hacerse hombre entre los hombres. La hora de volver había llegado.
*** FIN***
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