Por un reino

A lo lejos se aprecia la polvareda que levanta los cascos de treinta caballos a galope. Los pendones auriazules que portan los caballeros son sacudidos con violencia por el viento en contra. Desde el Palacio Real no es visible el blasón del Dragón Rojo, heráldica de la estirpe del príncipe Godric que regresa tras un viaje de más de siete años persiguiendo un mito.
La guardia del Palacio extrema precauciones ante la proximidad de la legión, de modo que suenan los clarines de alarma. Además envía un contingente de cuarenta guerreros con la consigna de detener a los invasores. Es el día en que se rubrica la entronización del príncipe Corey, hermano menor de Godric y nadie debe interrumpir la ceremonia protocolaria.
El oficial de la comisión no cumple su cometido, cuando está cerca reconoce la divisa real del príncipe heredero y lo escolta hasta el Palacio donde el General del ejército real espera impaciente, escruta con mirada perturbada al portador de los blasones reales y mide sus posibilidades: Si Corey no es coronado como Alteza pierde su posición de General, por el contrario, si detiene al heredero natural al trono sería acusado de anárquico.
La indecisión mental se alarga más de lo que el instinto es capaz de soportar, de manera que emplaza la mano trémula a la empuñadura de la espada, de inmediato los caballeros acompañantes de Godric desenfundan amenazantes. La guardia, con rostros atentos, espera una señal de su líder, para nadie es desconocida la destreza con las armas de los caballeros de Godric y ninguno de ellos requiere de palabras para entender a su guía que al desprenderse del yelmo muestra el rostro sombrío y entristecido a tono con la muerte de su padre.
Con todo, sus gestos son serenos y la voz exhausta y conciliadora propicia el relajamiento de todos, incluso el general pierde el temblor indigno de su diestra y hasta los perros dejan de ladrar y gruñir, el discurso convence,menciona que es tiempo de luto y no de confrontación que seguirá su camino después de rendir homenaje a su padre.
En tanto en el salón principal se celebra el rito de coronación, el líder espiritual con ademanes solemnes asperja augurios de buena ventura al que será el nuevo Rey. Godric entra al salón sin compañía, el rostro dignificado por la barba larga y los labios lacerados no es ajeno a la corte, su irrupción causa estupor: asoman las risas francas de alegría de algunos, se crispan las manos en busca de armas de los amenazados por su presencia, otros esbozan sonrisas torcidas, unos más formulan pensamientos homicidas y se manifiestan en miradas cómplices, mientras que otros murmuran conspiraciones.
Corey impetuoso y sin reflexionar sobre sus actos, sujeta la corona y en su intempestivo giro provoca el vuelo de su capa que hace rodar por el suelo los signos reales. Se lanza hacia su hermano sin resquemor con corona en mano. Godric de carácter mesurado, templado por los viajes atiborrados de experiencias extremas que le mostraron la versión más noble y abyecta de la especie humana, suspende sus emociones y actúa mesurado.
De modo que para apaciguar los ánimos extiende los brazos y recibe el abrazo fraterno de Corey quien le ofrece la corona. Se guarda silencio en el recinto en espera del desenlace, Godric la sujeta con ambas manos y la posa sobre la cabeza del hermano menor, al tiempo que exclama “Viva el Rey” suscitando la respuesta festiva de un “Viva” generalizado.
El nuevo Rey en agradecimiento pregunta al hermano que desea en compensación.
-Solo hay algo por lo que vale la pena cambiar un reino... ver, aunque sea por una sola vez, volar un dragón.