La enorme y bella catedral de la ciudad de Guadalajara lucía en todo su esplendor, la nave central adornada con gladiolas. No se había escatimado ningún lujo. El Señor Obispo Diocesano se había dignado presidir la boda religiosa del acaudalado abogado Dorantes, con su bella y joven esposa.
El contraste de los futuros contrayentes era notorio, él, cincuentón cerca de los sesenta, chaparro, calvo y gordinflón a pesar de la faja, parecía chofer de casa rica no obstante el carísimo esmoquin. Ella, jovencita, destacaba su alta figura a pesar de usar zapatos con tacón bajo. Su cuerpo de diosa, adornada con una cara de artista de cine. El traje de novia traído desde Paris, que a pesar de su aparente sencillez había costado una fortuna, hacía resaltar la belleza de la deposada.
El matrimonio era el acontecimiento social del mes.

—Es ridículo que a tu edad y recién viudo te hayas casado —dijo el hermano del abogado.
—Claro que no, mi esposa es muy bella y joven y ya sabes el dicho: “Para gato viejo ratoncita tierna”.
—¡Cuál ratoncita tierna!, de seguro tiene su historia y se casó contigo por tu inmensa fortuna.
—Qué te crees, si era mocita.
—Perdóname, pero no te lo creo. ¿Cómo te aseguraste?
—Como abogados bien sabes que debemos estar seguros de la evidencia. Así que le pedí me mostrara su doncellez. El himen estaba intacto.
—Tuviste relaciones en ese momento.
—No, ella se negó. Llena de pudor me dijo que se guardaba para aquél que le diera el dulce nombre de esposa y por la iglesia. Te cuento que en la noche de bodas yo tuve que ser tierno y gentil. Ella sufrió y hasta lloró.

En el elegante y exclusivo bar del hotel de cinco estrellas, platicaban alegremente en medio de carcajadas, dos bellas representantes del sexo débil.
—Todos los hombres son unos babosos —empezó a decir la recién casada a su amiga—. ¡Imagínate me quería virgen! Así que fui a ver a un cirujano plástico amigo y él me arregló.
—¿Te cobró mucho?
—Bueno, barato no es, pero vale la pena.
—¿Cómo se llama la operación?
—Himenoplastia.