La nena entro por el enorme portón de la entrada principal de la mansión, recorrió todo el enorme hall, para encontrar las escaleras que conducían a la segunda planta, en el primer escalón miro hacia arriba y allí le vio, arriba en el ultimo, agachado como un niñito al pobre Martin, con su cabello largo cubriéndole el rostro, como escondiendo la máscara de la desolación que ahora le iluminaba, sintió compadecerse de aquel patancillo de fría armadura que encubría siempre su frágil y sensible interior, subió corriendo para abrazarle con todo su cuerpo, como una madre cubre a su chiquillo cuando este llora por haber perdido un juguete, e intentar consolarle, el chico pareció no inmutarse en lo absoluto, hasta que ella sintió como él se entregaba en su pena y dejaba escapar sus lágrimas como un torrente, como un arroyo que crecía hasta hacerse un furioso rio que se abre paso por la ladera en busca de la desembocadura al océano, y sintió como le mojaba la blusa de suave franela marca chevignon, y como empapaba con su llanto sus menudos hombros, su pecho y como se confundían las lágrimas con la saliva de la boca que ahora se abría espacio entre su blusa desabrochada en busca de sus jóvenes senos, erizados y excitados...
A la mañana siguiente envuelta entre sus sabanas, Martin le vio como nunca antes le había contemplado, como si ya no le perteneciera, ni fuese más su capricho, o su objeto de placer, tal vez por vez primera miro algo más que su sensible y deseable piel, tal vez le vio en su interior como tras de sus delicadas y atrevidas formas, se escondía también una chiquilla, desolada y desafortunada muy parecida a él, y por su mente paso por vez primera que quizá ella era alguien más, le otorgo una individualidad y un valor muy por encima del placer que su cuerpo le proporcionaba cuando se encontraban, esto le helo la sangre, las náuseas se apoderaron de su mañana y tuvo que huir corriendo al baño, el baño le espanto aún más que la muerte, y de un salto tropezando con todo lo que había en la habitación eligió rodar por las escaleras, y rodo y rodo aquel eterno espiral cubierto por las suaves alfombras que adornaban la dura y fría loza que le recordaba con cada escalón lo duro de la realidad, la cordialidad del dolor y el placer que a veces solían confundirse en sus juegos, para final mente no soportar más y vaciar sus entrañas en el piso de la primera planta al lado de las escaleras, tras de lo cual perdió el conocimiento…
Al recobrar el sentido todo a su alrededor parecía cambiado, las risas no eran mas risas eran ensueños de lujuria y placer desbordado, eran amor y eran placer que hería las entrañas, Juliana parecía desfigurada y se le aparecía como un monstruo y una diosa, como un demonio y una rosa, su deseo le vigilaba frente suyo riéndose a carcajadas, extasiada, como devorando todo el aire alrededor suyo, le percibía lívida y fría, como una fiera asesaba y no paraba de carcajearse, le escondía su dulzura tras un aire de muy familiar y acogedor sentido burlón espontaneo, por lo que le odio y le deseo, le amo y le quiso matar en ese momento, pensó abalanzársele encima y lamerla, morder su carne y saborearle, se descubrió asfixiándole por el cuello, se descubrió amándole y acariciándole, jugando con los dedos entre su cabello, y en sus labios entreabiertos deseosos de placer, lujuriosos y seductores como la brisa libre y espontánea y sintió como ella le mordía en el cuello, como con las uñas le arrancaba algo de piel, y le amo por eso y la deseo por eso y por mas, y se perdió en su sonrisa al despertar juntos y enrollados entre sus sabanas, en las escaleras, en el hall, en la sala de estar y en la biblioteca, en la ducha y otra vez en la tina, como si no existiera el tiempo pasaron esos tres días juntos, en los que no se abrieron las puertas de aquella mansión, en los que esta pareció desolada y abandonada, solo habitada por fantasmas que jugueteaban como sombras a través de las cortinas y las ventanas entreabiertas en la total obscuridad de esas noches...
La tarde; después que Juliana se marchara, Martin se despertó cubierto por la niebla de su dolor, que nuevamente le arañaba en el estómago, el dolor en la espalda le recordaba la miseria del mundo, y le espantaba las ganas de vivir, hacía de él un mendigo que se arrastraba por un laberinto de inmundicia y pena, y en un aire de desprecio por su estado, recupero su fuerza y con un destello de lucidez y atisbo, corrió como loco por el hall fuera de su habitación, llego a la sala de estar, donde solía permanecer Marla, de un salto haló la perilla que abría la puerta de entrada al ático, el cual su madre siempre le prohibió, tomo las escaleras y subió, todo su cuerpo se erizo de inmediato, sus pupilas se dilataron y ese algo que le asechaba desde hacia mucho tras las sombras de su soledad se apodero de él, y le llevo directo a aquel estante empolvado, allí estaba el cofre de acupuntura de Marla, segándole los ojos con el reflejo en el dorado cerrojo de oro, sin duda lo abrió y allí estaban los desgarradores ojos del demonio, allí estaba para él, y ante él todo el poder, toda la magnificencia, toda la claridad y la gloria, todo lo sublime e intangible, todo lo deseado por los peregrinos y sacerdotes, reyes, fieles, creyentes y gobernantes, quienes arrastran la miseria del mundo con su ceguera, ante sí estaba como un desfile deslumbrante de delirios intangibles que demolían todo lo que hasta ese momento había creído y mantenía cerrado sus ojos, que le despojaba de todo aquello que le mantenía prisionero en la total libertad de su libertinaje y libre albedrio, que quebrantaba todo lo que alguna vez le sujeto, y comprendió como una inteligencia que superaba millones de veces a toda la razón humana, una inteligencia que no comparecía con la lógica ni la razón, sino que emanaba de su corazón, que su cuerpo se erizaba al contemplarla, para la cual aún no se habían inventado palabras por ser tan grande magnifica e ilimitable, que todo su cuerpo sabia y le traspasaba por metástasis ante los presentes aun y le enmudecía por no haber palabra alguna para encerrarla o contenerle, era el fluir de la energía cósmica del universo que le destrozaba el imaginario irrisorio de su realidad cotidiana, de los edificios templos y lujosos castillos que se quedaban pobres y miserables ante la majestuosidad misma de la creación, que parecían herir y hacer correr lágrimas, lagrimas que eran risa, que eran amor, que eran lujuria, que no sabían a sal, que eran dulces y puras como el agua del nacimiento de los ríos, por todo lo infame, por toda la destrucción por toda la ceguera del mundo colmado de placer y segado en su ambición y anhelo de poder, en la blasfemia de pronunciar el nombre de Dios para perpetrar la miseria, para endulzar los oídos de los débiles, para doblegar a voluntad a los aborrecidos y a los aborrecedores de lo divino, Dios, excusa para un saber no saber nada, para cerrar los ojos, para mentir y justificar las falacias, para entregarse y hacerse débil de espíritu, para perder el espíritu combativo y engendrador de vida fértil que quizá algún día domino la faz del planeta…
como un susurro paso por su rostro la madrugada helada, le dominaba el hambre le partía en dos, le doblaba su estómago, tiritaba del frio, las náuseas y el vómito emanaban de su cuerpo como palabras que hasta el momento no había podido pronunciar, la calma y la mañana comenzaban nuevamente a enmugrar su claridad con el pudor, con su reloj que le limitaría en el tiempo, con la razón, con su existir y su precaria creencia, le enmudecía y le envolvía como un huracán el recuerdo fugaz de lo acontecido la noche anterior, a la vez que se le escurría entre los dedos como el agua tibia acariciando con un enorme ensordecimiento acogedor que le hacía sentirse completo en si, como un ser lleno en su vacuidad y digno de la muerte como un guerrero con el pecho henchido por el dolor y las ganas de hacerse a una vida digna de merecer siquiera la mirada contemplativa de la muerte…
FIN. |