La angelita paticoja.
Había una vez, una angelita de alas blancas con tonos azules, que bajó del cielo, para ayudar a un gato que se había quedado atrapado en el motor de un coche.
Era invierno, nevaba y el gato no podía entrar en casa, pues los dueños, habían cerrado puertas y ventanas. Debido al fuerte temporal de nieve y viento, sin percatarse de su ausencia. Así que; buscó refugio en el motor caliente de un mustang rojo, que acababa de aparcar.
Algo debía entender de mecánica, pues el gato era blanco, pero siempre andaba con el lomo manchado de aceite y grasa, como la funda o mono de un mecánico. Le encantaba merodear por los bajos de los autos y observar cuanto pasaba agazapado.
La misión de la angelita consistía en sacarlo antes de que el dueño despertara y arrancara el motor, lesionando o matando al pobre gatito. Así que; viajó a toda velocidad desde el más allá, pero al aterrizar, resbaló con el hielo. Realizó una chilena involuntaria, y se torció el tobillo al estrellarse contra el coche.
-¡Me cago en D..s!. Menudo golpe, exclamó.
Del susto, el gato despertó, y consiguió zafarse, mordisqueando el manguito del radiador, que lo mantenía atrapado. Se sorprendió al ver al angel alado, a través de la rejilla del radiador. Y a punto estuvo de atacarlo con uñas, al confundirlo con una paloma, un pato o algún ave similar.
La angelita se identificó, le contó el motivo de su misión y el gato que era un manitas-uñitas agradecido, sacó varias piezas del motor. Cables, manguitos, bridas... para colocarle una férula de protección en el tobillo y aliviar el dolor. La angelita, aún con el percance, había logrado su propósito, se despidió del atento minino y despegó usando el impulso de un tobogán del parque infantil helado, a modo de pista. A lo lejos se la ve, con su pesada bota, batiendo alas rumbo a una nueva aventura.
Chin pún, y se acabó.
|