Una mañana lluviosa y gris, el roció se desbordaba por los finos y suaves pétalos de las rosas y frágiles botones como desgarrándoles a su paso, el nene miraba por la ventana, con la mirada perdida como si afuera estuviese reflejándose la tormenta que llevaba en su interior, con el llanto detenido, segundos estáticos, reteniendo sus lágrimas, castigándose por la indiferencia y nunca haberle expresado su amor, por la dureza de los reproches colmados de comodidades que nunca alcanzaron a llenar aquel vacío de poseerlo todo y seguir anhelando algo intangible, algo en la lejanía de lo inmediato que le colma de placer.
Inexplicable que ahora que había sucedido lo que él en sus infinitas pataletas tanto había añorado, se sintiera de ese modo, y viera como todo su mundo se derrumbaba delante de su rostro pálido. Ahora que se sentía tan solo, aun cuando su casa estaba llena de lagartos y viejas burlonas que decían ser sus familiares aunque su sangre les repugnara y su presencia les volteara el estómago al revés.
Ahora lloraba por una mujer, la cual nunca llego a conocer, la cual extraño profundamente toda la vida, por el simple hecho de sentirle ajena. Su madre nunca tuvo para él un castigo, más que la indiferencia asía sus pataletas y berrinches, asiéndole sentir como un nene con un te quiero, por eso los reproches asía ese amor desinteresado que le hacía sentir como bebito en sus caprichos. Ahora que veía su rostro calmo y más pálido que de costumbre, quiso abrazarle y llamarle madre en vez del acostumbrado Marla, con el que se refirió a ella toda su vida.
Marla en su juventud fue una chica inquieta, de vagina sincera; quien por sus adorables encantos e infinita inocencia aun en sus momentos de memorable maldad, nunca le falto nada, siempre espero poco de la vida, además de haberse hartado a temprana edad de la falacia que el dinero pudo ofrecerle, y la enorme fortuna de su familia. Fue su inquietud y el esperar algo más en sus cumpleaños que un vestido nuevo y finas zapatillas, lo que le llevo a encontrar el destino que le hizo libre en su prisión, que le permitió volar con sus alas heridas, hacerse digna de la muerte, y no un trozo más de carroña. La muerte siempre le deseo con capricho, siempre le acompaño en todos sus viajes, placeres y desventuras, siempre estuvo allí esperándole, pero ella nunca asentía, sabia mantenerse ajena, anhelándole y seduciéndole en un fuego que ardía como las llamas del infierno, como instándole a que fuera ella, la parca, quien no resistiera y se le abalanzara encima como león hambriento…
El nene, al fin hoy comenzaba a comprenderle cuando miraba al interior del féretro y le parecía verle sonriendo, mirarle esos labios deseables, rojos; su piel firme y sincera, no pudo retener más las lágrimas y se desplomo en llanto mientras que el sol comenzaba a evaporar la tormenta y el agua encharcada en los jardines que rodeaban la lujosa mansión.
Esperando en la soledad de sus tinieblas, el nene paso la noche en su alcoba sin poder conciliar el sueño, contemplando el abanico de posibilidades que este evento abría para su vida, un alma joven a la espera de una vida que apenas comenzaba a presentársele dura, fría y fiel. A la madrugada escucho que alguien llamaba lanzando piedritas a su ventana, se puso de pie frente a ella, miro hacia abajo, la abrió y se asomó al jardín, para su sorpresa era Julianita, quien le saludaba de entre la niebla de la helada madrugada… |