Trigo Viejo
Las espuelas de la lluvia tintineaban sobre el tejado del antiguo caserón, el viento desnudaba los álamos de la orilla del camino y arrastraba las hojas amarillas para hacerlas navegar en el estero furioso.
El viejo arrimado al bracero, cebando unos amargos entretenía a sus nietos narrando aventuras y recuerdos de sus años mozos, cuando con manta y guarapón, arreaba piños eternos con noche cerrada o viento blanco por los pasos cordilleranos de la provincia de Curicó.
Contaba de los toros blancos y brillantes que aparecían cortando el paso de la manada que espantada se desbandaba hacia los cerros, más de algún animal moría desbarrancado, cuando no se podía recuperar, quedaba como alimento para los pumas que eran acompañantes indeseables de todo arreo.
Los niños seguían toda la historia en silencio, los ojos como platos, de vez en cuando, el sonido ronco de los truenos los sobresaltaba y se apegaban unos a otros como gatos asustados. Mientras el brasero chispeaba su calor por toda la estancia y el mate corría de mano en mano, se asaban papas en el rescoldo para acompañar la conversación.
La abuela sacudió sus manos encima del brasero para desprender las últimas briznas de harina luego de amasar un par de tortillas, y mirando a sus cuatro nietos dijo
-yo les voy a contar una historia más bonita que esas de miedo que les cuenta su abuelo.
-siii
Dijeron los niños en coro
-Bien pero para eso necesito toda su atención y silencio.
Ocurrió en un pueblito que se llama Trigo Viejo que está rodeado por los cerros de la cordillera de la costa y surto orillas de una laguna de aguas limpias y trasparentes. A fines de septiembre comienzan a llegar cientos de aves migratorias para descansar, alimentarse y continuar su viaje hacia el sur, vienen flamencos, rayadores, chorlos, cisnes cuello negro, gaviotas, en fin muchas aves se reúnen en el estuario los primeros días de la primavera.
A orillas de la laguna y en una casona de adobe y tejas rojas vivía Rafaela una niña despierta curiosa y osada, que le gustaba correr aventuras y largas caminatas por los alrededores, conocía todos los rincones de esos campos como la palma de su mano, tenía Rafaela su rincón favorito en un recodo cubierto de sauces y zarzamora por donde desembocaba un bello estero de aguas que sonaban música sobre las piedras, ahí se iba la Rafa como le llamaban sus amigos y a gatas por un túnel bajo la zarza entraba a su mundo privado, nadie más que su perro El Zapallo, fiel compañero de aventuras , sabía de ese escondite, ella disfrutaba de bañarse escondida de todos bajo los sauces, tenía Rafaela siete años casi cumplidos y muy pronto debería comenzar la escuela, lo que a ella entusiasmaba, porque siempre estaba dispuesta a aprender, su abuela muchas veces la encontró muy de mañana en su cocina tratando de hacer alguna receta, y la anciana con mucha paciencia se daba tiempo para enseñarle, así que no era raro que a su corta edad, se manejara muy bien en la cocina. Una tarde más calurosa que de costumbre para el mes de septiembre Rafaela de dio un refrescante baño en la laguna y sobre un montón de paja puso el saco harinero que siempre portaba por si encontraba algo en el camino, y se tendió a descansar, con el siseo del viento entre las hojas de los sauces y la música creada por el estero sobre las piedras, se adormeció plácidamente.
Un gran relámpago seguido de un mayor trueno vino a quebrar la atmosfera que se había creado, la abuela continuó.
-Cuatro flamencos grandes y blancos tomaron el saco por las cuatro puntas y se elevaron sobre los sauces, sobre la laguna, y sobre Trigo Viejo
Allá muy abajo Rafaela podía ver su casa de tejas rojas y a su abuela jardineando en la huerta cubierta con su sombrero de paja amarilla, solo oía el flap flap da las alas de las aves, mientras abajo se sucedían los bosques, ríos celestes y pueblos con tejados rojos, de pronto cuando llegaron al mar, todo fue azul, el sol entibiaba y un leve escalofrió recorrió su cuerpo, que solo iba cubierto con una túnica rosada. A medida que se alejaban de tierra sobre el horizonte comenzó a dibujarse el perfil de una isla, a medida que se iban acercando se hacía más grande, en medio de ella llegaron a un laguna tan trasparente como la de Trigo Viejo aunque más pequeña y más redonda, Rafaela fue depositada sobre la playa a orilla del agua, se vio parada sobre su saco blanco, salto de él hacia la arena que noto tibia y lo recogió, lo puso sobre sus hombros y comenzó a rodear el agua, los flamencos la seguían a unos pasos de distancia, sin dejar de mirarla con sus misteriosos ojos amarillos.
Ráfagas de viento y lluvia golpeaban sobre el rancho pero los niños no perdían detalle del relato.
-Rafa todo lo miraba con curiosidad, podía oír chercanes y zorzales entre los quillayes y peumos que la rodeaban
Una pequeña briza que traía aromas de duraznos despertó su curiosidad, se dio a la tarea de buscar el origen de tan apetitoso olor, se alejó de la laguna y a poco andar encontró un duraznero tan cargado que sus ganchos se doblaban hasta tocar el suelo de tanto peso, Rafaela tomo uno de los más maduros y saboreo la frutas tan dulce como ninguna que hubiese probado jamás , pensó en su abuela cogió seis de los duraznos más maduritos que encontró, los puso en el fondo del saco y volvió a la playa. Ahí estaban los flamencos esperando, Rafaela bajo el saco, lo tendió en el suelo, puso la fruta como almohada, y se recostó, de pronto se vio volando, llevada por los cuatro flamencos de vuelta a casa. Pero ahora era de noche y el cielo tachonado de estrellas como una manta de castilla cuando la lluvia. Mientras allá abajo serpenteaba un tren interminable sonando el silbato por entre campos oscuros despertando ranchos y pueblos. Rafaela llevada por los flamencos llego a su refugio de la laguna y de nuevo se durmió sobre el saco blanco, sentía lejano los ladridos del Zapallo de pronto despertó sobresaltada cuando el perro ladró a su lado, ahí se dio cuenta que todo no había sido nada más que un bonito sueño. Busco a los flamencos y sonrió al ver al otro lado del lago una bandada incontable de ellos que se alimentaban con sus largos cuellos buscando cangrejos en el barro de la orilla, tomo el saco blanco, lo puso sobre su hombro, llamo a su perro e inicio el camino a casa. Su abuela estaba bajo el parrón, abanicándose con su sombrero de paja amarilla, recordó su sueño y solo como travesura metió la mano en el saco y con una enorme cara de sorpresa saco desde el fondo seis cuescos de duraznos ya secos.
Paso por un zapatito roto y mañana les contare otro.
Los cuatro nietos, más el viejo aplaudieron cuando la abuela termino su cuento.
-¿Abuelita que hizo Rafaela con los cuescos?
-supe que sembró tres en el patio de su rancho y que todos los veranos cuando recoge el primer durazno hace una oración en agradecimiento por aquel hermoso viaje.
-Abuelita pero eran seis, ¿qué paso con los otros?
-Bueno; me regalo los otros tres, los plante también aquí en Trigo Viejo, en el patio, son esos que ustedes disfrutan cada verano.
Había amainado el temporal y el brasero había perdido fuerza, los abuelos invitaron a los nietos a rezar un padre nuestro agradeciendo el que el cielo los cuidara, más de alguno también agradeció por los duraznos de la Rafaela.
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