VISITAS NOCTURNAS
En las noches de plenilunio aquel aprendiz de escritor solía predisponerse a las visitas fantasmales, de seres imaginarios o simplemente de algunos entes grotescos que entre chocarreros y solemnes vertían o al menos lo pretendían, toda la vileza de su esencia.
En aquel plenilunio no sería la excepción. Un poco después de la media noche en derredor del dizque escritor, quien escribía frenético una de tantas historias que zozobraban en el torrente desbordado de su imaginación, un hada volaba con gracia angelical y le dijo al oído, con suma discreción y de buen modo, haber descubierto sendas erratas gramaticales en su último relato. El hombre aquel suspendió la febril redacción que lo ocupaba y enmendó, según él, aquel despiste señalado por el hada. Luego en el cubículo del aprendiz de escritor solo quedó de la presencia del ser angelical, aquella fragancia indescriptible como una invitación a seguir inventando historias.
Más tarde, el hombre seguía escribiendo y se sorprendió al levantar el rostro de entre las letras amontonadas en la hoja de papel, al descubrir frente de él, al lobo que merodea en las faldas de un volcán, y debajo de las enaguas de las lindas chicas quienes se lo permiten. Este personaje pese a la supuesta ferocidad de los de su especie, en forma comedida y por demás caballerosa, le hizo ver al sujeto escribidor de un error sin subsanar en el texto mencionado por el hada angelical. De inmediato fue corregido el despiste, porque en la forma de pedir está el conceder.
El hombre de los errores de gramática, apenado de tantas correcciones a que dio lugar, se dispuso a dormir. Por la mañana continuaría con la revisión de aquella historia. De pronto, por la ventana entreabierta entró volando una desagradable bruja. En un instante el ambiente se llenó de una pestilencia nauseabunda. Seguramente la hechicera aquella venía de un aquelarre siniestro de la pandilla del hechicero llorón y su mujer la catrina borracha.
La bruja con toda prepotencia exigió al dizque escritor corregir de inmediato algunos errores gramaticales detectados por ella. Su agresividad intolerante puso de mal humor al tipo, quien en un esfuerzo de civilidad prometió hacerlo más tarde. Ah pues no, la bruja exigió nuevamente hiciera las correcciones de inmediato.
¡Detonó el conflicto! El supuesto escritor también tenía lo suyo de intransigente, ¿por qué iba a darle gusto a la bruja? ¿POR SU LINDA CARA? ¿Por su vetusta edad? ¿Por miedo a su pandilla? ¡Pues no se lo dio!
La bruja entonces hizo “pases cabalísticos con su escoba”. Era tal la ira en el ánimo de aquella anciana hechicera que recurrió a su gesto característico: fruncir la nariz como si estuviera inhalando con fuerza. Tal vez lo estuviera haciendo, pues el hedor se había multiplicado en el cubil del dizque escritor, pues a la hediondez natural de la bruja, por ser bruja, se le sumaron “el aroma” de varias flatulencias que por la contrariedad no pudo o no quiso contener la mujer de la escoba.
La historia aquella no termina ahí, pues el supuesto escritor sigue escribiendo importándole un bledo la gramática, solo corrige cuando quien se lo pide es persona de fiar. No lo hará jamás ante la prepotencia de cualquier desquiciado/a.
¿La bruja? Ella no cesa en su intento de fastidiar, cada noche, aunque no sea de plenilunio, la horrenda mujer se asoma a la ventana del hombre de los cuentos y grita con su voz de matraca: Corrige, corrige, corrige.
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