Y dejó caer otro pedazo de piel mientras ella iba caminado con duda hacía la puerta, de la que quizá no regresaría.
Él se despedazaba poco a poco mientras dejaba que ella se fuera. Porque así era, ella se había convertido en el pegamento que unía cada parte de su cuerpo. Y no era tan sencillo como pegar mano con brazo y brazo con hombro.
Cada una de sus células tenía del pegamento especial que ella le había concedido. Ahora ella se iba y él se despedazaba, por voluntad propia si me permiten decirlo.
Las personas suelen pegarse solas, y así se mantienen toda la vida, en la muerte, cuando su voluntad desaparece, comienzan a desvanecerse sus partículas. Pero él quería morir antes, porque en verdad así se sentía, no era absurdo y mucho menos doloroso pensar en la muerte antes que en una vida sin ella, pero eso solo lo pensaba él, creo.
Diez pedazos de su mano y de ambos pies cayeron al suelo al momento en que él se derrumbaba en el suelo. Así fue como se desprendió de su cuerpo pues el dolor lo hizo retenerse adentro de su cerebro mientras éste estuviera completo. Ahí imaginó todo, porque no lo recordó.
Imaginó que fue amor a primera vista, porque en realidad él la buscó hasta el cansancio y conquistó con angustia. Imaginó como su primera cita fue tan maravillosa que incluso terminó con un lindo y plausible beso de despedida, pero la realidad fue otra, de hecho fue una realidad muy vergonzosa que hasta a mí me da pena escribirlo, solo diré que terminó con él orinado en un baño público de un restaurante en medio de la nada.
Siguió imaginando todo, incluso pudo cambiar su aspecto para que concordará con la perfección en su cabeza. Pero hubo algo que no imaginó, no la imaginó a ella. Ella permaneció intacta, con sus ojos de sol, un sol negro que iluminaba todo, ¿qué tan bella debe ser la oscuridad para iluminar una vida entera?, pues él podía contestar esa pregunta al verse en sus ojos. Pero no se perdía ahí, toda ella era perfección, al menos para él.
Y sin embargo algo lo hizo despertar, un soplo de vida. Ella voltea y lo ve despedazándose, ve los trozos de carne convertirse en polvo y comienza a llorar, una sola lágrima. Lágrima de esperanza que lo dejó mal parado, o mejor dicho, mal tirado en el suelo. Él creyó verla dar un paso atrás, pero no se ilusionen, él cree que los unicornios aún existen dentro de una gran cráter rodeado por las islas de Oceanía, también cree que el agua del mar es salado por absorber la mala fortuna de los humanos, razón por la que se baña en el océano cada semana. Cree en muchas cosas aún al final de su vida, y al ver la gota que cae de la negrura de los ojos tristes que lo abandonan, él cree en su vida y deja de morir.
Pero no por ello ustedes deben creer que todo se resuelve así de fácil, esta historia es de desamor como el título lo dice. Ella no regresó, cruzó la puerta mientras la lágrima se aferraba por quedarse en aquel cuarto. Él no murió porque cree en muchas cosas, cree por ejemplo que algún día le saldrán alas y podrá volar; cree en las canciones de amor de aquellos que han tenido decenas de esposas; cree en su imaginación, en la realidad que él procrea; cree que las partes de su cuerpo que cayeron volverán a nacer, pero no es un lagarto. Y así, despedazado pero vivo, quedó tendido en el piso aferrándose a la única lágrima que voto (o brotó) a su favor, pero perdió.
Así mis queridos lectores es cómo éste, que escribe incoherencias, terminó (después de mucho tiempo) dejando de creer muchas cosas y comenzó a creer otras tantas. Otras como que el amor no existe, no al menos fuera de las letras y palabras, y es a eso a lo que se aferra, para no terminar de morir. Pues aquella lágrima le dio esperanza, puede que algún día ella crucé la puerta con muchas otras lágrimas en los ojos, y ese día este escritor, que escribe incoherencias, estará ahí para limpiarle las lágrimas con lo que queda de sus manos.
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