Me escabullí en la pesada madrugada,
buscando en mí andar tabernas de puertas abiertas
enredado entre el frío y la pereza
encontré el cálido aposento,
el umbral de las cálidas caricias de ginebra
Proseguí y me embutí,
en las redes de las mujeres de la noche,
perdidos borrachos y viejos amigos me siguieron
dándome palmadas en la espalda,
escapando del infierno al paraíso,
y posteriormente, de regreso al infierno
Medidas por las calles,
medidas sobre las barras,
fue esfumándose el escalofrió,
y quebrándose la escarcha,
de los huesos ya climatizados por las llamas
de diez botellas, veinte, cincuenta,
y de ahí, directo a la inconsciencia del ensueño
Cuando la vista mira sin mirar,
y el perfumado aliento
de los tragos eternos se apacigua,
se ensancha la laguna del tormento,
y se callan los labios,
y se estaciona el estruendo
terminando así la fiesta
en un sin fin de silencio
Se regresa lento pero seguro,
a esa guarida llamada hogar,
tambaleando se introduce la llave,
la llave que da paso a lo incierto,
y con suerte uno se duerme,
y con suerte uno logra despertar.
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