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Inicio / Cuenteros Locales / CHILICHILITA / "E" Del libro Agua y Delirio

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(En el texto original la letra E del título es un dibujo de la misma, con flores, hojas, animales y un hombre. Se veían en los antiguos diccionarios)


E

-Me agarra una desesperación, doctor, que no puedo controlar. Las manos me tiemblan, la respiración se torna difícil, entrecortada, y parece que el corazón se me saliera del pecho. Una parte de mi cerebro, se encuentra embotada en esos momentos, como inundada, incapaz de tomar determinación alguna, mientras que la otra está a punto de estallar. Visualizo la idea, completa, ¡completa doctor!, esforzándome hasta sucumbir por encontrar las palabras que destraben el embrollo y empiece a fluir la historia. La mano comienza a obedecer y entonces, todo va tomando forma, baja el ritmo cardíaco, la respiración es más pausada. Descubro entonces que ha transcurrido una hora y media, como un paréntesis en mi vida. No puedo seguir así, doctor. Uno de estos días moriré mientras escribo. Estoy empeorando cada vez más. ¡Haga algo por favor!

-El suyo es un claro caso de dependencia hiperinvolucrosensible a la escritura. Lo que usted necesita después de tantas consultas, es simple: sacar el problema de raíz. Usted debe hacer abstinencia de escritura. Tranquilidad. Digamos… reposo mental.

Convencido, Evaristo decidió tomarse una semana de franco en la oficina y recluirse en la antigua casa que su tía Clota tenía en una isla del Tigre.
Su llegada se vio turbada por las malezas y plantas que, prácticamente, invadían la galería del frente. Acomodó en la cocina, con paciencia, todas las viandas y conservas que había traído. Tenía comida como para un mes.
Una hamaca que pendía de antiguos troncos, sobresalientes del techo, lo invitó a holgazanear. Casi antes de quedarse dormido, la respiración se le dificultó, su corazón empezó a dar saltos desprolijos. El terror se apoderó de él.

Ella es bibliotecaria. Sandra. La veía clasificando libros de historia.

-No, ni lo pienso, no quiero pensar-. Se bajó de la hamaca. Debía escribir. Porque era como ir al baño o toser. Y no había traído ningún elemento por estricto consejo médico. Corrió dentro de la casa, y comenzó a revisar los cajones de un mueble que había en el comedor, pero no encontró nada.

Hojeando un libro, Sandra dio con un papel doblado que había sido guardado entre sus hojas. Era un papel muy antiguo, todo amarillo. Ella lo desdobló y leyó: “Aunque pasen muchos años, siempre la estaré esperando”.

-Se me cierra la garganta, no puedo respirar- dijo mientras pensó en las habitaciones. Todavía no había subido. Con el apuro, casi cae por las escaleras.
-La verdad, no puedo dejar pasar un buen cuento, no puedo-
¿Y si no fuera bueno?

Ella siguió leyendo: “Señorita bibliotecaria, cuando salga, estaré en el faro más austral del mundo aguardándola” Y por toda firma, había una E mayúscula, llena de arabescos y firuletes.

-Aquí tengo que encontrar algo-, dijo Evaristo. Revisó en las habitaciones, que eran dos; había cómodas, roperos, baúles. Comenzó a dar vuelta todo buscando algo con qué escribir. La ropa salió despedida de las perchas y quedó regada por el suelo. El contenido de los cajones, desparramado sobre las camas. Al momento todo quedó convertido en un desastre.

Sandra miró el lomo del libro. Decía QAC 17924 – Los Misterios de Egipto. Fue a la planta baja a consultar en la computadora. Esa partida de libros venía de Ushuaia. Ella preguntó a su jefe sobre los libros recién llegados. Él le comentó que las cajas venían acompañadas de una carta de la Gobernación en la que “sentían mucho la extensísima demora en la devolución de dichos libros”. Provenían del antiguo Penal del Sur.

-No puedo ver bien- dijo Evaristo, mientras tropezó con un espejo de pie, que se hizo mil añicos en el piso. Se quitó la camisa a los tirones para que le entrara más aire. Supuso que en el baño podía encontrar algo que calmara su desesperación. Revisó el botiquín, pero sus manos temblaban tanto que todo su contenido fue a estrellarse contra el lavatorio.

Ella intentó hablar por teléfono a Ushuaia, nadie logró darle una explicación, ese penal había dejado de funcionar hacia 1947. Decidió tomarse las vacaciones que tenía acumuladas hacía mucho tiempo, ya que estaba por jubilarse, y conocer la ciudad más austral del mundo.

-Voy a revisar en la cocina- dijo, surgiendo la idea como flecha; así también el dolor que se le instaló en el pecho y el vientre. Al entrar a la habitación, los ojos se le salieron de las órbitas, al comprobar que todas las viandas habían sido abiertas. Estaban todas vacías. Otra vez no recordaba nada. Si él había comido todas las viandas, la verdad, no lo recordaba. Buscó desesperado en los cajones, debía escribir o moriría; había servilletas, manteles, repasadores, ningún papel. Cucharones, pela papas, porquerías; ninguna birome. Pateando latas salió de la casa. Se agarraba la cabeza. Iba a estallarle.

Después de muchos esfuerzos, ella consiguió llegar hasta el faro más austral del mundo. Le dijeron que su encargado viajaba todos los días 100 kilómetros para controlarlo. Allí no vivía nadie.

-¡Alguien que me ayude!- gritó, aún sabiendo que no había bajado nadie más de la lancha en esa isla. Caminó a los tumbos, mientras pisoteaba las plantas, y fue bajando, casi por intuición, hacia el muelle. Mareado y tambaleante, tanteó la baranda. El agua en movimiento, que apenas vio entre las maderas del suelo, hizo el último estrago en su estómago.

Con mucho frío, Sandra subió con el guía hasta el mirador. Antes de bajar, descubrió, en uno de los tirantes del techo, tallada a cuchillo, la letra E, con los mismos arabescos que tenía la E de aquel viejo papel. Debajo, una fecha: Diciembre 1935. El mareo que sintió por la altura, le impidió escuchar con detalles la historia que el guía comenzaba a contarle: “el único preso que logró escapar de la cárcel, un refugio en el entretecho del faro, viento huracanado lo barrió. Encontrado. Deshecho. Rocas. Quedó el recuerdo de su nombre: Evaristo”. Al bajar, el guía quiso ayudarla porque no veía los escalones. Sandra comenzó a caer sin encontrar el final de la escalera.

-¡Ay!- Un dolor punzante se le instaló en la nuca, como hielo perforador. Ya no veía ni el agua ni el muelle. Quedó tumbado sobre las maderas. Arrastrándose para intentar pararse otra vez, cayó al río. Rápidamente, el agua lo cubrió y, aunque intentó algunos manotazos, todo se transformó en un barro líquido, que la corriente fue aclarando lentamente.
Sentado entre las hortensias en flor, el doctor, reposaba después de tan tremenda comilona.

Texto agregado el 30-04-2016, y leído por 264 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
10-05-2016 La vida del ser humano no es llana. Aun el más simple campesino forma parte de una madeja difícil de aclarar y desenredar. Y no digamos personajes complejos como los que nos presentas, en los que se amalgaman sueños, fantasías, realidades y anhelos no evidentes ni translúcidos. Gran texto el tuyo. -ZEPOL
10-05-2016 Me gustó tu narración aunque mas lo digo por la forma que por el fondo,porque no entendí mucho***** Un beso Victoria 6236013
06-05-2016 UN CUENTO PARA VOLAR EN CADA PALABRA EN QUE DESAFIAS AL LECTOR A DESMADEJAR TU RELATO QUE EN LA COMPLICIDAD DEL ESCRITOR Y SU PERSONAJE TRATAN DE PROVOCAR NUESTRA IMAGINACIÓN ...HAS VOLADO ALTO QUERIDA EDIHT Y ESO PARA MI TIENE UN PROFUNDO VALOR TE ATREVISTE Y CONSEGUISTE UNA HERMOSA OBRA GRACIAS QUERIDA AMIGA rolandofa
02-05-2016 1. Dos historias se plasman simultáneamente en la mente febril del escritor. Una su propia realidad; y la otra, la del personaje Sandra. Ésta se entremezcla con la vivencia del escritor debido al trastorno psicológico, producto de su ansiedad desmedida. SOFIAMA
02-05-2016 2. Es un texto muy complejo y difícil no sólo de plasmar, sino de comprender. Tu éxito está en haberle dado cuerpo, de manera que el lector decodifique el mensaje trasmitido. Te felicito, manejaste la narrativa con pluma diestra. La disfruté. Un abrazo de felicitaciones bien merecidas por tan complejo trabajo. SOFIAMA
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