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Era notorio el bulto formado a la diestra del maltrecho capote que vestía. Con sus brazos pegados al cuerpo y protegiendo su cabeza con la solapa del abrigo, descansaba en un escaño de la plaza desierta. De vez en cuando, su barbilla luchaba contra el mango del objeto que escondía, el que parecía querer descubrirse debido a los estremecimientos que provocaba en el cuerpo del joven el frío de la mañana.
Guarecida en un bolsillo del abrigo su mano izquierda jugueteaba con una pequeña bolsa de género oscuro, salpicada de sangre aun fresca, cuyo interior guardaba un exiguo botín. Su mano derecha, en el otro bolsillo, afirmaba por el interior del abrigo el objeto que escondía. Pero nada de eso era motivo de su inquietud; ni el frío, ni el dinero, ni el arma criminal que ocultaba entre sus ropas.
No tenía memoria de juegos de niños, ni de su edad de rapaz, menos de su nacimiento. Fue consciente de pronto, pero sin recuerdos ni pasado, como si hubiera despertado de la nada ya adulto. Eso lo mantenía casi siempre meditabundo, confuso y muchas veces depresivo y enfermo. Tampoco entendía de sus penurias ni de la forma en cómo las soportaba y que a duras penas a veces doblegaba. Sobre todo, al pensar en lo que había hecho hacía pocas horas. Sus sentimientos eran contradictorios cuando cavilaba sin hallar una salida a sus tormentos. Porfiaba en no sentirse culpable de nada, porque en su más íntima convicción sospechaba que nada de lo hecho, o por hacer, era su responsabilidad. La flaqueza que le aquejaba era consecuencia de la voluntad de un ente desconocido para él, pero cuya presencia siempre sospechó; por eso le apremiaba continuar con más ansias esa tenaz búsqueda de su identidad.
Muchas veces quiso rebelarse en contra de esos abusos que lo empujaban en una sola dirección impidiéndole todo intento de lucha posible. "¿Estoy destinado sólo a obedecer?", se preguntaba resignado. "¡Pero yo pienso!, y cuando actúo me doy cuenta que no soy yo quien discierne. ¡Yo no soy un criminal!, ¿¡qué has hecho de mí?!?", gritó desesperado.
No contento con el rumbo que llevaba su vida ideó una forma de liberarse. Sin medir consecuencias se hizo del coraje para girar... y giró. Se sintió victorioso al desprenderse de esa fuerza que lo dominaba. Pudo, entonces, retroceder en el tiempo, sin tener la necesidad de esconder en su axila un arma. Por fin soltó amarras y creó su propio destino. Jugó sus cartas.
Pero, su osadía fue descubierta y se le castigó en forma severa, contundente y cruel.
Cuando ya había cortado los hilos, cuando ya saboreaba el traje de la libertad, su creador advirtió el desacato y le aplicó veleidoso castigo: decidió escribir la novela en tercera persona atropellando de esta manera toda posibilidad de que él conquistara su anhelada independencia.

Texto agregado el 30-04-2016, y leído por 120 visitantes. (0 votos)


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