El reloj carrillón del abuelo.
El agradable sonido del tic-tac del reloj del abuelo me trae gratos recuerdos de mi lejana infancia.
Mi abuelo era un hombre de campo pero de gustos muy definidos, a pesar de vivir lejos de la ciudad, supo “educarse” a sí mismo leyendo y superándose sin ayuda de nadie.
Matías era el nombre de mi abuelo, un pequeño gran hombre de un metro setenta pero que al verlo con mis escasos años, lo veía como a un gigante.
Era arrocero, trabajaba de sol a sol con mi padre, su único hijo pero al volver a casa cada noche, era yo quien ocupaba todo su tiempo, nos queríamos como pocos, quizá a él lo quise más aún que a mi padre quien no tenía tiempo para mí a pesar de que sé que me quería, a su manera.
Mi abuelo tenía un pasatiempo y era el de coleccionar cosas antiguas y esto lo hacía yendo a los remates del pueblo, cosa que sucedía muy de vez en cuando, pero cuando ocurría, él no faltaba jamás.
Cada vez que había un remate en el pueblo, todos sabíamos a qué se debía, a que el propietario de lo que se remataba, había muerto y que no tenía parientes a quién dejárselos o que sus deudas con el estado eran tan grandes que para recuperar algo, se le remataba todo al pobre difunto.
Los sábados eran los días de remate y mi abuelo no faltaba jamás.
Un sábado luego que falleciera un vecino que vivía sólo y que no tenía parientes, se le remataban sus pertenencias y el dinero iría a parar a manos del gobierno y del rematador y así fue que Matías estaba en la primera fila del remate, esperando ansioso, sabía que su vecino tenía muchos bienes importantes pero él esperaba el remate de uno en especial.
Cuando le llegó el turno a tal objeto, mi abuelo sintió que sus mejillas enardecían, aún lo recuerdo, estaba junto a él, como siempre.
Muy poco duró la puja por tan valioso objeto, no había muchas familias en el pueblo que lo apreciaran en su debido valor.
Por muy poco dinero, lo obtuvo, el exquisito reloj carrillón de procedencia inglesa que su vecino mantenía tan nuevo como el primer día de comprado por su dueño en la lejana Inglaterra.
¡Había que verlo! Tan radiante estaba que parecía un muchacho, cuando lo llevó a casa gracias a un viejo camión que teníamos.
Mi padre protestó al ver lo que había comprado diciéndole:
___No entiendo por qué malgastas tu dinero en algo semejante.
Y aún recuerdo la respuesta de mi abuelo:
___Tienes mucha razón cuando dices “tú” dinero porque es mío y con él hago lo que quiero.
Ese fue el final de la discusión.
No es que a mi padre le importara pero él no tenía los mismos gustos de mi abuelo y …
Pasaron algunos años antes de que mi abuelo falleciera, fueron los mejores años de mi vida, a su lado aprendí todo lo referente a pintura, escultura, literatura y poesía, así era él, un hombre culto como pocos, aunque fuera un hombre de campo.
El día que falleció, Matías me llamó a su lado, yo lloraba ya que era más grande y entendía que cuándo él se marchara jamás lo volvería a ver y eso me entristecía.
___Dina, me dijo, sé que voy a dejarte pero cuando crezcas sabrás que la muerte es el precio que se paga por vivir y que no me quejo, todos estos años contigo fueron lo mejor de la vida, querida nieta, te dejo algo en mi testamento que sólo tú debes tener, sé cuánto quieres mi reloj de pared y también sé que jamás lo vas a dejar, es tuyo, con todos los papeles para que tu padre no lo venda, cúidalo que al escuchar el tic-tac sabrás que tiene vida y que parte de esa vida es la mía.
Esa misma noche, el abuelo falleció.
Mi padre, al leer el testamento, no lo podía creer, ya tenía sus planes para el bendito reloj, se lo había ofrecido a un coleccionista aún en vida de mi abuelo que le pagaría muy bien por él pero según el abogado, el reloj no le pertenecía a él sino a mi, por disposición de su padre en el testamento y yo era su legítima propietaria y que jamás lo podría vender.
Durante sesenta años, el reloj del abuelo ha estado en mi poder, lo cuido como él lo hubiera hecho y jamás tuve necesidad de arreglarlo, lo limpio y lo aceito yo misma.
Pero, los años pasan y no voy a vivir para siempre, por lo tanto es hora de que vaya preparando mi testamento, tengo un único hijo y por supuesto todo lo mío le va a pertenecer pero el reloj…
Aún no sé a quién le dejaré mi preciado tesoro, quiero que continúe en la familia.
Tengo tres nietos y a uno de ellos se lo dejaré pero aún no me decido.
Hoy les he pedido a los tres que vengan a cenar a mi casa, Javier, Jaime y Joaquín, así se llaman mis nietos, les he pedido que lleguen los tres juntos a las veinte horas, hora en que sé que el reloj dará las ocho campanadas, sin decirles el motivo, quiero hacer un experimento y dependiendo del resultado, sabré a quién dejaré el reloj del abuelo.
A las veinte en punto estaban en mi casa mis tres nietos.
___Hola abuela, ¡qué rico olorcito sale de tu cocina!
Me dijo Jaime, dándome un abrazo y un beso.
___Abuelita, ¡Qué ruido hace ese reloj! ¿Cómo es que no lo vendiste aún?
Me dijo Javier al oído, luego del saludo.
___!Qué hermoso suena tu reloj, abuela!
Fueron las palabras de Joaquín.
Ahora mientras cenamos les he revelado el porqué de mi invitación y les he dicho que aunque a cada uno de ellos les dejaré algo en mi testamento, el reloj sería de Joaquín, ahora sabía que en sus manos, el carrillón del abuelo y su espíritu, estarían protegidos.
Un simple experimento que me mostró sus sentimientos hacia algo que no era de ellos, Javier no había ni siquiera notado el tic-tac melodioso del reloj, a Jaime le desagradaba, entonces, ¿En qué mejores manos podía estar que en las de Joaquín a quien tanto le agradaba?
Mi pequeño experimento dio sus frutos.
Omenia
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