Hace semanas que venía sospechándolo, que se le veía dar boqueás como un pez al que sacan del mar y lucha por asir entre los labios un poco del aliento que le da vida... Y anoche se partió, definitivamente, irremediablemente, en dos.
Hacia cosa de un mes que se escuchaba ese siseo sordo de la grieta que crece y repta, cuando callaba sus quejíos lo suficiente para oírlas creciendo desde el pecho hacia la sien y hasta el centro mismo del sexo. Donde, en lugar de explotar en fuegos artificiales -como debería-, se apagó en un 'crack' de cristal vencío. Extendiéndose, como pozoña, en cada latido vacío a través de venas y entrañas hasta opacarlo todo.
Sin despedirse se fue. Como siempre. Callada y sin hacer mucho ruido, tan solo el eco de una lluvia de cristales al estallar contra el suelo.
Mejor así. No soportaba ver sus ojeras y ese quejío lastimero que acompañaba a cada suspiro en los últimos meses. Idiota. Se dejó morir. De amor dirían las viejas del pueblo, por estúpida más bien, por no dejar de tocarse el corazón para alimentar con sus trozos a quien no supo devolvérselo. Ilusa. Ya le decía Robe que era mejor no llevarlo nunca encima.
No ha dejado cadáver alguno. La hija de pura. Ni siquiera eso me ha dejado hacer tranquila. Llorar. Abofetear una carne sin vida y pedir explicaciones a quien no va a venir a darlas. Abrazar su cuello y morder de rabia. Escupir el odio acumulado, por la distancia y los desencuentros, por asesinarme tantas ganas, por sembrar el jardín y dejarlo crecer salvaje, sin vigilancia ni cuidados. Por tantos planes que jamás hicimos.
Malaje. Hacia tanto que no sonreía que, al menos, esperaba que lo hiciera al despedirse. Otra cosa más a la lista de lo que ya no haría. Lo que le gustaban las listas a la jodía y nunca terminó alguna.
No pienso guardarle luto. Bastante le guardé en vida, sin que lo pidiera y sin quererlo yo apenas; sin besar otra boca, sin abrirme de piernas a la primera que viniera pidiendo guerra... Cuánto sexo perdido. Igual, no habría querido hacerlo. Ahora tendré que echarme en los brazos de cualquiera buscando un salvavidas, el cable a tierra que me proteja -entre sus piernas- cuando venga la descarga y no la encuentre a ella.
¡Se puede ir a la mierda! Ella, su muerte y este dolor que deja huérfano en mi pecho. Que se vaya a la mierda y se quede allí donde se encuentre. Que desaparezca, que no se le ocurra resurgir de sus restos como fénix. Prefiero tener el pecho hueco. Ser la marioneta triste de la vida, una parodia de la persona que fui o seré si con eso me ahorro la despedida. Prefiero el eco a su silencio.
Estoy harta. La próxima vez camino en dirección contraria y le cierro en las narices la puerta en cuanto vea aparecer su mala sombra.
Amor, mejor no vuelvas.
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