Arroz con nada.

I.
Tenía al día siguiente un plato preparado: el de arroz con nada. Arroz con nada. Era pensarlo y hacérseme la boca agua ( como los perros de Paulov ante estímulos olfativos).
La noche se echaba encima y en el cuerpo no habíamos pasado del arroz con nada. Que no hay que confundir con el arroz con nata- dicho sea de paso y de manera incidental. El nuestro era un arroz sin algo y, en consecuencia, el plato recibió el nombre de arroz con nada.
De vez en cuando- para producir la ilusión de variar de dieta, lo llamábamos arroz sin algo. Y era frecuente oír: qué bien que hoy es arroz sin algo, pues ya estaba bastante harto del arroz con nada. Hay que emplear la imaginación cuando falta o no se tiene otra cosa.
El arroz viudo tenía otro matiz, pues a diferencia de los anteriores llevaba en la cocción un chorreón de aceite y dos o tres ajos.
El viudo era el arroz de los domingos y era celebrado como tal excepción con alborozo y, a veces, hasta con lágrimas.
II.
La familia, sin embargo, prosperó y entonces- pasado un tiempo prudencial- empezamos a echar de menos la pobreza. La gente se cansa hasta de comer bien y no íbamos a ser excepción nosotros.
- Mamá, haznos arroz con nada.
Eso está hecho, decía la mujer. Y era fácil, más que cualquier otra cosa. Pero era diferente saborear- con la despensa llena- de vez en cuando y por capricho un arroz con nada.