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De trilobites y otros sortilegios

"Soy el esposo de Sílfide y sentí la obligación de informarle que ella murió antier".
Así de escueto fue el correo electrónico que recibí en la madrugada de la semana pasada. La noticia me estremeció.
No obstante que nuestra relación había ocurrido hacía más de treinta años y que no tuvimos comunicación desde entonces, su recuerdo fue un faro que iluminó mis días más oscuros. Porque desde que la conocí en el mar se convirtió en mi tabla de salvación.
Por alguna razón me pregunté si habría sido igual de importante para su esposo. Al parecer sí; en su mensaje que pretendió ser inexpresivo contaba con elementos reveladores en la frase "soy el esposo..." era una negación de la muerte o tal vez la confesión de tener un vínculo con ella después de la vida. Porque hubiera sido más conveniente haberse asumido como el viudo o escribir el verbo "soy" en pasado.
Lo que resultó imposible determinar a partir de la nota era desde cuando se remontaba su historia juntos, es decir, cuando fue que se casaron y lo más difícil de entender cómo fue que ella aceptó, si siempre fue un alma libre, concupiscente. Y por qué con él, qué tenía de especial. Deseé haber sido yo el elegido. Sentí celos y esa sensación me remontó a los tiempos en que me regalaba su amor y su cuerpo, y lo mal que la pasaba cuando no estaba conmigo, cuando sentado en la arena escribía su nombre y la imaginaba seduciendo y entregándose a otro sin ser de nadie.
Con todo, no tenía resentimiento con el remitente del correo que se sintió "obligado" a informarme. ¿A cuenta de qué surgía esa obligación?, y por qué sabía de mi existencia. ¿Sílfide le habría contado de mí? ¿Era yo especial para ella? ¿O dejó una lista enorme a quienes estaba "obligado" de informar sobre su muerte? Porque de alguna manera éramos muchos sus viudos. Descubrirme como tal fue equivalente a una sacudida de "ola brava". Me sentí desorientado, solo contra la naturaleza. La sensación me llegó de sopetón. Sin decir agua va.
Así pasa un buen día, de repente, te conviertes en un solitario. Ese día sobreviene de forma inesperada, sin mediar el menor indicio o aviso, sin corazonadas ni presentimientos, sin llamar a la puerta y sin carraspeos. Al doblar la esquina, te das cuenta de que ya estás allí. Y no puedes dar marcha atrás. Una vez que doblas la esquina, esa nueva escena se convierte en tu único mundo. Era la segunda ocasión que me ocurría y por la pérdida de la misma mujer. Sílfide tenía esa virtud, colmaba mi vida de felicidad y luego la vaciaba.
La primera alegría me la dio el día que por salvar mi semestre de Oceanografía Geológica me sumergí a más de cuarenta metros de profundidad, cerca de un cañón marino, donde se suscitan las cataratas de arena, fui en busca de fósiles del Paleozoico, pero la corriente era superior a mi destreza para bucear. Antes de desfallecer llegó ella, era una aparición mítica y era también realidad. La falta de oxígeno, el agua salina saturada de arena y la distorsión natural del agua me impedía ver con claridad, solo veía sus faciones difusas y cabellos largos como tentáculos de una medusa.
Me llevó hasta la playa, se sentó en la arena, reposó mi cabeza sobre sus piernas y acarició mi cabello, que en ese entoces usaba largo, mientras esperaba a que recobrara el aliento y el juicio. Porque debí enloquecer cuando me dijo que era una sirena, la criatura de la que más se ha escrito y fantaseado.
De los rasgos con que las describen sólo era poseedora de la cabellera larga y blanca como si fueran canas, tal vez lo eran, los dedos de los pies y manos unidos por membranas como las aves palmípedas y un cartílago a lo largo de la columna que desplegaba y ocultaba a voluntad. Las aletas y escamas son sólo un mito, en tanto que su belleza es una verdad rotunda.
Desde el primer momento mostró su identidad, sin temor, por el contrario, con cierto orgullo, sin ser soberbia. Cuando me reprendió por mi irresponsabilidad al poner en riesgo mi vida lo hizo en forma maternal. Me justifiqué señalando la importancia de localizar al menos un fósil para acreditar el semestre.
De forma repentina se levantó y me pidió que no me fuera, que la esperara por unos minutos y se introdujo a su elemento, ahí resplandecía, era como "pez en el agua". Sin demorar mucho tiempo regresó con un fósil de trilobite que mereció una nota de exelencia en Oceanografía Geológica.
Después de ese día nos vimos muchas veces, por más de un año, me sedujo por su belleza y su trato, no por el canto que practicaba con gesticulaciones solemnes frente a mí de forma inútil porque yo no escuchaba ningún sonido ni producía algún efecto en mi conducta.
Por eso me llamaba Ulises y francamente me contrariaba, porque yo prefería la Troya eterna y a Héctor como su héroe, pero sobre todo, por celos porque hubiera preferido escuchar mi nombre en su estado de éxtasis. Me negaba al sesgo fantástico de la relación, de ella sólo admitía lo palpable.
Para ella no era suficiente, por eso necesitaba seducir a otros hombres a través de su canto y se alejaba de mí. Así era ella, se entregaba sin cortapisas y luego se iba sin dar explicaciones. A veces su ausencia se prolongaba y sólo podía pensar que algún astuto marinero se la había llevado a algún país lejano. Entonces mi desesperación era más profunda que cualquier océano que hayan podido surcar. No pude soportar más esa situación y renuncié a ella, como se renuncia a las fantasías cuando dejas de ser niño. Por eso me aborrezco. ¡Cómo fue posible! ¡Con lo que me gustaba! ¡Con el cariño que le tenía! ¡Con lo que la necesitaba! ¿Por qué tuve que mirar hacia otro lado?
Eran muchas dudas para dejarlas pasar. No me fue difícil localizar el origen del correo electrónico y resultó que era Cabo San Lucas, mismo lugar donde vivía cuando la conocí. Llegué a la ciudad y descubrí que el viudo era muy joven, apostaría a que de la misma edad que yo tenía cuando conocí a Sílfide. Intenté obtener siquiera algún retazo de ella en distintos lugares, a través de distintas personas. Pero, por supuesto, no eran más que fragmentos. Un fragmento es un fragmento, por muchos que se reúnan. El núcleo de ella no lograba atraparlo, sólo se me repetía y escapaba como un eco que desaparece en el vacío.
Me enteré que fue arrojada al fondo del oceano. Aunque pudiera disponer de todos los marineros del mundo y de todas sus sofisticadas argucias, ya nunca podré rescatarla, ni siquiera raptarla, de las profundidades del mar. Yo no pude escuchar su canto pero ya nadie podrá. Ahora, sobre una lancha a medianoche, el único que percibo a lo lejos es el canto fúnebre de los marineros. He venido a devolverle el último vínculo que me une a ella, el amuleto de las sirenas, la roca con el fósil del trilobite para que le dé suerte en su morada.

Texto agregado el 26-04-2016, y leído por 344 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
28-04-2016 De intensa fantasía, entrelazas historias diversas y narras con tesón acerca de ellas. Es una cascada de imágenes y pareciera hasta recuerdos propios, los nombres que utilizas inducen. Como siempre un placer leerte y aprender. Cinco aullidos marinos yar
26-04-2016 Entre varias cosas que me agradan de este cuento, está la forma en que se inserte este ser mitológico en la realidad, hasta el grado de que se informa de su muerte por medio de un eMail. También me parece espléndida la reelaboración de sus características, y triste su muerte. Gatocteles
26-04-2016 Pocos como tú para bucear con tanta solvencia en las profundidades del corazón humano, pocos como tú para rescatar leyendas sumergidas en los océanos o cubiertas por la fina arena de los desiertos, pocos como tú para presumir, si desearas hacerlo, cosa que tu natural modestia inhibe, de esgrimir un lenguaje rico, variado y preciso a la hora de expresar tu pensamiento y colorear tus emociones. Maravilloso y privilegiado hemisferio derecho el tuyo, en franca competencia con el otro. -ZEPOL
26-04-2016 Una historia mágica, de esas que el lector NUNCA quiere que termine. Tu pluma tan profunda para plasmar sentires, y tan ligera para comprenderlos. Esa suerte de hechizo y misterio hace de este argumento algo delicioso. Umbrío querido, hay narradores en este Mundo Azul dignos de ser admirados y aplaudidos. Tú, para mi orgullo, eres uno de ellos. Un abrazo, mi tan siempre querido Umbrío. SOFIAMA
26-04-2016 maravilloso cuento. Atrapante, como el canto de las Sirenas yosoyasi
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